Cuando el Arzobispo Oscar Romero se dirigió por escrito al Presidente Carter en 1980, poco antes de su asesinato, pidiéndole en vano que pusiera fin al apoyo de E.U.A. los estados terroristas, éste comunicaba al rector de la Universidad Jesuita, Padre Ignacio Ellacuria, que se veía atado al "nuevo concepto de estrategia de guerra especial, la cual consistía en la supresión de cualquier intento de organización popular bajo acusación de Comunismo o terrorismo..."
De modo que el Padre Ellacuria informaba, poco antes de ser asesinado por la misma mano negra, una década más tarde, que los hechos revestían la década asesina de un simbolismo tan espeluznante como eficaz.
El terrorismo de Estado es una práctica ampliamente extendida en América Latina. |
El terrorismo de Estado en América Latina.
"Estos agentes terroristas del estado reciben adiestramiento de EE.UU. para garantizar su debida asimilación y orientación para con los objetivos norteamericanos", comunicaba el Secretario de Defensa Robert McNamara al Asesor del Consejo de Seguridad Nacional, McGeorge Bundy en 1965.Este es un asunto de particular relevancia "en el ámbito cultural de la América Latina, donde se reconoce al ejército el poder de destituir a los gobernantes de sus cargos, si, a juicio de los militares, su conducta es injuriosa para con el bienestar de la nación.
Es derecho del ejército, y de aquellos que se encargan de proporcionarle la debida orientación, el privilegio de determinar el bienestar de la nación, y no de las bestias de carga que duramente trabajan, sufren y mueren en sus propias tierras.
Un régimen de terror y opresión.
Cuando el Departamento de Estado hizo público el envío de una nueva remesa de armamento como recompensa a los logros de Colombia en el terreno de los derechos humanos y la democracia, sin duda tenía acceso al historial de atrocidades recopilado por la principal organización pro Derechos Humanos en Colombia. Tenía pleno conocimiento del papel de los EE.UU. en la implantación y el respaldo de un régimen de terror y opresión.
La "Guerra Sucia" de la década de 1980.
El ejemplo, desgraciadamente, sigue un típico patrón que apenas varía, además de ser perfectamente verificable. Conforme la "Guerra Sucia" de la década de 1980 fue alcanzando su cada vez más fatídico peaje en vidas humanas, los EE.UU.A. fueron estrechando su colaboración. Entre 1984 y 1992, 6.844 soldados del ejército colombiano eran adiestrados bajo el auspicio del Programa Internacional de Adiestramiento Militar estadounidense.Más de 2.000 colombianos eran adiestrados entre 1990 y 1992, periodo en el que la violencia alcanzaba niveles sin precedentes", bajo la presidencia de César Gaviria, según informes de la Oficina de Asuntos Latinoamericanos de Washington, corroborando las conclusiones de diversos observatorios internacionales pro Derechos Humanos.
El presidente Gaviria era un predilecto de Washington tan admirado que la administración Clinton lo impuso como Secretario General de la Organización de Estados Americanos, en un juego de poder que suscitó gran resentimiento. " [Gaviria] Ha mostrado una gran visión de futuro en la creación de instituciones democráticas en un país en el que, en ocasiones, resulta peligroso hacerlo," manifestaba un representante de OAS -- sin ahondar, no obstante, en la causalidad del "peligro". El programa de adiestramiento dirigido a los oficiales del ejército colombiano es el más importante de todo el hemisferio, y la ayuda militar que proporciona EE.UU. a Colombia actualmente constituye la mitad del total destinado al hemisferio.
Y se ha incrementado con Clinton, según un informe de Human Rights Watch, que añade que planeaba incrementar su capacidad de emergencia de endeudamiento ante la eventualidad de que el Pentágono pudiera resultar insuficiente dada la necesidad de incremento. La tapadera oficial para la colaboración en el delito es "la guerra contra los grupos insurgentes y los narcotraficantes".
Leer también: La sombra del FMI se extiende por América Latina.En su informe de nuevas ventas de armamento de 1989, el Departamento de Estado se basaba en sus propios informes sobre los Derechos Humanos, en los el monopolio de la violencia se atribuía a los grupos insurgentes y a los narcotraficantes.
La justificación de los EE. UU.
Así es como EE.UU. "justificaba" su suministro de equipamiento y adiestramiento militar a los torturadores y exterminadores de masas. Un mes más tarde, George Bush anunciaba el mayor envío de armamento jamás autorizado, en virtud de las disposiciones de emergencia contempladas en la Ley de Ayuda Internacional. El destinatario de las armas, no obstante, no era la Policía Nacional, actual responsable de la práctica totalidad de las operaciones contra el narcotráfico, sino el ejército.Los helicópteros y los aviones de transporte, como ya se apuntara en el momento, son inútiles en la guerra contra las drogas, aunque, no para otras finalidades. Los grupos pro Derechos Humanos puntualmente informaban del bombardeo de aldeas y demás barbaries.
Resulta insólito también que Washington no estuviera al corriente de que las fuerzas de seguridad a las que apoyaba estuvieran estrechamente implicadas en operaciones de narcotráfico, y, textualmente, como claramente reconocen sus líderes, el objetivo fuera el "enemigo interno", susceptible de apoyar o, de una u otra forma, dejarse influir por los "subversivos".
La cultura del terror.
En una conferencia sobre el terrorismo de estado organizada por los Jesuitas en El Salvador y celebrada en enero de 1994, se advertía de a la "pertinencia de investigar... el peso que la cultura del terror ha tenido en la domesticación de las expectativas de la mayoría con respecto a alternativas que no fueran las de los poderosos."Este es el punto crucial, cuando tales métodos se emplean para subyugar al "enemigo interno." La física israelí Ruchma Marton, quien forma parte de la vanguardia en la investigación de los métodos de tortura empleados por las fuerzas de seguridad de su propio país, apunta a que, dado que las confesiones obtenidas bajo tortura carecen de valor, el verdadero propósito de la tortura no es la confesión, sino que es más bien el silencio, "el silencio inducido por el miedo."
"El miedo es contagioso," proseguía, "y se extiende a los demás miembros del grupo oprimido, silenciándolos, paralizándolos.
La inducción al silencio mediante el suplicio es el verdadero objetivo de la tortura, en su sentido más profundo y fundamental."
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Durante la segunda mitad del siglo XX, América Latina experimentó numerosas experiencias de aniquilamiento de masas de población, la mayoría de ellas inscriptas en el mismo patrón, lo que se diera en llamar la Doctrina de Seguridad Nacional, una reformulación de los escenarios del conflicto internacional desarrollada fundamentalmente por los Estados Unidos y consistente en la creencia de que la región latinoamericana era uno de los ámbitos privilegiados de la lucha contra el comunismo, y que dicha lucha no tenía fronteras territoriales sino ideológicas.
ResponderEliminar@Fausto Baccino. Esta nueva doctrina de la seguridad se articuló tanto la Guerra Fría y con los aprendizajes de las potencias occidentales sobre la lucha contrainsurgente, particularmente desde las enseñanzas de la “escuela francesa” de Indochina y Argelia, enseñanzas apropiadas por los propios estadounidenses en la guerra de Vietnam y reproducidas luego en América Latina a través de numerosos ámbitos de entrenamiento militar e ideológico, entre los cuales el más conocido fue la Escuela de las Américas, en Panamá. Es así que una serie de experiencias de aniquilamiento sistemático de poblaciones atravesó todo el territorio latinoamericano, teniendo un punto de inicio muy temprano con el golpe de Estado de 1954 en Guatemala, y recorriendo prácticamente todo el continente entre dicha fecha y los albores del siglo XXI.
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