Desde hace un tiempo en adelante las epistemologías han tenido que tomar partido sobre un fenómeno cultural llamado pseudociencia.
Se trata de un conjunto de hipótesis que intentan explicar diversas realidades, y quienes las erigen las defienden en calidad de de verdad, de teoría, en fin: de ciencia.
Ese es el motivo de que se le bautice como pseudociencia, pero las características esenciales que hacen de ella algo distinto de la ciencia son, en suma, casi la definición de ciencia en negativo: no utiliza un método cuya validez pueda aceptarse independientemente de las expectativas del observador, por tanto no pueden aportar datos o pruebas empíricas que justifiquen sus hipótesis; en consecuencia, para preservarse, realiza una defensa-legitimación mediante la proclamación de su carácter científico al público general
pero renunciando a poner a prueba sus explicaciones ante la comunidad o las comunidades científicas establecidas; por tanto son dogmáticas, no admiten refutación, y como corolario no han evolucionado, son inmutables.
Definir a la pseudociencia por negación a la definición de ciencia nos obliga a que, lógicamente, relacionemos ambos términos a la hora de realizar una crítica (entendida como análisis de la condiciones de posibilidad) a uno de ellos. Por lo que no sería tan peregrina la idea de que la posibilidad de la pseudociencia como fenómeno cultural depende del lugar y las funciones que ocupa la ciencia en la cultura.
Se han hecho varios intentos para aplicar rigor filosófico a la demarcación de la ciencia con resultados diversos. Estos incluyen el criterio de falsabilidad de Karl Popper y la aproximación histórica de Imre Lakatos, que lo critica en su Methodology of scientific research programmes (Metodología de los programas de investigación científica). Historiadores y filósofos de la ciencia, principalmente Thomas Kuhn y Paul Feyerabend, sostienen desde otras perspectivas epistemológicas del conocimiento, que incluye la dimensión social, que no siempre es posible una distinción nítida y objetiva entre ciencia y pseudociencia.
Mario Bunge, filósofo de la ciencia, es conocido por su posición de incluir al psicoanálisis entre las pseudociencias. Críticas hacia la inconsistencia entre teoría y experiencia, o hacia el carácter especulativo del discurso se dirigen también a veces desde las ciencias naturales hacia ciertas ciencias sociales, como la economía o la psicopedagogía. El escándalo Sokal, por el nombre del físico que lo puso en marcha, mostró que desde una cierta orientación de la Sociología de la Ciencia, una postmoderna y deconstruccionista, también se ha recurrido a veces a usar inconsistentemente el lenguaje de las llamadas ciencias duras, en lo que parece un intento irregular de legitimación científica, siendo esta una de las líneas de conducta frecuentemente reprochadas hacia las llamadas pseudociencias.
Lugar de la ciencia en la cultura.
El desarrollo histórico ha hecho que en ciertas épocas convergieran revoluciones sociales con las científicas y tecnológicas. Estas revoluciones, sin duda intervinculadas, condujeron a una aproximación necesaria de las dos últimas hasta confundirse en La Revolución científica y tecnológica durante la segunda mitad del siglo XX. El ascenso y la mundialización del capitalismo, con todas las pautas de consumo que promueve, más el aumento de las fuerzas productivas y el rendimiento de las relaciones de producción (posibles gracias a los tres tipos de revoluciones antes mencionadas) provoca que el desarrollo tecnológico nos afecte en todos los ámbitos: tanto en lo económico como en lo psicosocial, la higiene, la vida intima, el nivel y la esperanza de vida, la reproducción humana, y hasta los patrones de conducta y de consumo.
Todo lo anterior la hace perfecta como institución social para la legitimación, si hay que demostrar la veracidad de una proposición hay que valerse de la ciencia, basta que un científico diga en televisión que el huevo de gallina aumenta el colesterol para que el público en general se haga eco de tal afirmación, y quiebre alguna que otra granja avícola en Estados Unidos. La idea de la ciencia como legitimadora de situaciones que incluso van más allá de lo científico no es nueva, el propio surgimiento de la ciencia moderna responde a cierto interés de la clase revolucionaria que enfrenta al feudalismo también ideológicamente, verdad contra fe. Lo que sí es característico de esta época es lo especialmente intenso que se ha vuelto el consumo de conocimientos, así como su impacto social en los últimos 40 años.
El impacto social del conocimiento depende tanto de los factores antes mencionados como de una cultura preparada para soportarlo, en este sentido la llamada cultura de la “mass media” ha funcionado hasta cierto punto como buen receptor. Pero al mismo tiempo es un tipo de cultura manipulada por enormes corporaciones cuyas principales preocupaciones son acumular ganancias y asegurar la conservación de todo el sistema corporativo de obtención de beneficios. Bernal solía repetir en sus obras la idea de que las sociedades clasistas(básicamente todas) tienen muy buenas cosas, pero muy malas formas de adquirirlas y utilizarlas.
Institución, legitimación, censura, obediencia. La pseudociencia en la lógica de la industria.
¿Qué pasa entonces si los medios de difusión de ideas (incluso los de comunidades científicas) están controlados por este tipo de corporaciones? ¿Si ahora los criterios de censura no tienen por qué tener un compromiso con la verdad, sin embargo sí con las ventas, con el consumo, y por tanto con el espectáculo? Las lecturas del asunto Sokal son variadas, una de ellas es que el alcance justo de los resultados científicos no siempre los manipula otro científico, sino que puede ser desde un burócrata de poca monta o un editor(literario, televisivo,etc.) hasta un ejecutivo de una empresa. Lo que deja brechas abiertas a la utilización de estos espacios a
cualquiera que con un lenguaje muy parecido al científico exponga ideas de cualquier tipo.
¿Acaso es posible que la ciencia sea expresión de una ideología dominante que se divorcia de la verdad para casarse con el espectáculo?
Quizás haya que sopesar con cuidado no sólo el daño que las pseudociencias provocan a las personas o las instituciones, sino el lugar que ocupan dentro de la industria. ¿Quiénes legitiman, por ejemplo, la Cienciología o Dianética financiando la publicación de sagas de libros, programas televisivos, DVDs interactivos, etc.? Los que pueden sacarle partido económico.
La pseudociencia no es sólo un problema, sino que es manifestación de uno aún mayor que reside en la ideología de una sociedad diseñada para el consumo como soporte de una economía industrial avanzada.
Se trata de un conjunto de hipótesis que intentan explicar diversas realidades, y quienes las erigen las defienden en calidad de de verdad, de teoría, en fin: de ciencia.
Ese es el motivo de que se le bautice como pseudociencia, pero las características esenciales que hacen de ella algo distinto de la ciencia son, en suma, casi la definición de ciencia en negativo: no utiliza un método cuya validez pueda aceptarse independientemente de las expectativas del observador, por tanto no pueden aportar datos o pruebas empíricas que justifiquen sus hipótesis; en consecuencia, para preservarse, realiza una defensa-legitimación mediante la proclamación de su carácter científico al público general
pero renunciando a poner a prueba sus explicaciones ante la comunidad o las comunidades científicas establecidas; por tanto son dogmáticas, no admiten refutación, y como corolario no han evolucionado, son inmutables.
Definir a la pseudociencia por negación a la definición de ciencia nos obliga a que, lógicamente, relacionemos ambos términos a la hora de realizar una crítica (entendida como análisis de la condiciones de posibilidad) a uno de ellos. Por lo que no sería tan peregrina la idea de que la posibilidad de la pseudociencia como fenómeno cultural depende del lugar y las funciones que ocupa la ciencia en la cultura.
Se han hecho varios intentos para aplicar rigor filosófico a la demarcación de la ciencia con resultados diversos. Estos incluyen el criterio de falsabilidad de Karl Popper y la aproximación histórica de Imre Lakatos, que lo critica en su Methodology of scientific research programmes (Metodología de los programas de investigación científica). Historiadores y filósofos de la ciencia, principalmente Thomas Kuhn y Paul Feyerabend, sostienen desde otras perspectivas epistemológicas del conocimiento, que incluye la dimensión social, que no siempre es posible una distinción nítida y objetiva entre ciencia y pseudociencia.
Mario Bunge, filósofo de la ciencia, es conocido por su posición de incluir al psicoanálisis entre las pseudociencias. Críticas hacia la inconsistencia entre teoría y experiencia, o hacia el carácter especulativo del discurso se dirigen también a veces desde las ciencias naturales hacia ciertas ciencias sociales, como la economía o la psicopedagogía. El escándalo Sokal, por el nombre del físico que lo puso en marcha, mostró que desde una cierta orientación de la Sociología de la Ciencia, una postmoderna y deconstruccionista, también se ha recurrido a veces a usar inconsistentemente el lenguaje de las llamadas ciencias duras, en lo que parece un intento irregular de legitimación científica, siendo esta una de las líneas de conducta frecuentemente reprochadas hacia las llamadas pseudociencias.
Lugar de la ciencia en la cultura.
El desarrollo histórico ha hecho que en ciertas épocas convergieran revoluciones sociales con las científicas y tecnológicas. Estas revoluciones, sin duda intervinculadas, condujeron a una aproximación necesaria de las dos últimas hasta confundirse en La Revolución científica y tecnológica durante la segunda mitad del siglo XX. El ascenso y la mundialización del capitalismo, con todas las pautas de consumo que promueve, más el aumento de las fuerzas productivas y el rendimiento de las relaciones de producción (posibles gracias a los tres tipos de revoluciones antes mencionadas) provoca que el desarrollo tecnológico nos afecte en todos los ámbitos: tanto en lo económico como en lo psicosocial, la higiene, la vida intima, el nivel y la esperanza de vida, la reproducción humana, y hasta los patrones de conducta y de consumo.
Todo lo anterior la hace perfecta como institución social para la legitimación, si hay que demostrar la veracidad de una proposición hay que valerse de la ciencia, basta que un científico diga en televisión que el huevo de gallina aumenta el colesterol para que el público en general se haga eco de tal afirmación, y quiebre alguna que otra granja avícola en Estados Unidos. La idea de la ciencia como legitimadora de situaciones que incluso van más allá de lo científico no es nueva, el propio surgimiento de la ciencia moderna responde a cierto interés de la clase revolucionaria que enfrenta al feudalismo también ideológicamente, verdad contra fe. Lo que sí es característico de esta época es lo especialmente intenso que se ha vuelto el consumo de conocimientos, así como su impacto social en los últimos 40 años.
El impacto social del conocimiento depende tanto de los factores antes mencionados como de una cultura preparada para soportarlo, en este sentido la llamada cultura de la “mass media” ha funcionado hasta cierto punto como buen receptor. Pero al mismo tiempo es un tipo de cultura manipulada por enormes corporaciones cuyas principales preocupaciones son acumular ganancias y asegurar la conservación de todo el sistema corporativo de obtención de beneficios. Bernal solía repetir en sus obras la idea de que las sociedades clasistas(básicamente todas) tienen muy buenas cosas, pero muy malas formas de adquirirlas y utilizarlas.
Institución, legitimación, censura, obediencia. La pseudociencia en la lógica de la industria.
¿Qué pasa entonces si los medios de difusión de ideas (incluso los de comunidades científicas) están controlados por este tipo de corporaciones? ¿Si ahora los criterios de censura no tienen por qué tener un compromiso con la verdad, sin embargo sí con las ventas, con el consumo, y por tanto con el espectáculo? Las lecturas del asunto Sokal son variadas, una de ellas es que el alcance justo de los resultados científicos no siempre los manipula otro científico, sino que puede ser desde un burócrata de poca monta o un editor(literario, televisivo,etc.) hasta un ejecutivo de una empresa. Lo que deja brechas abiertas a la utilización de estos espacios a
cualquiera que con un lenguaje muy parecido al científico exponga ideas de cualquier tipo.
¿Acaso es posible que la ciencia sea expresión de una ideología dominante que se divorcia de la verdad para casarse con el espectáculo?
Quizás haya que sopesar con cuidado no sólo el daño que las pseudociencias provocan a las personas o las instituciones, sino el lugar que ocupan dentro de la industria. ¿Quiénes legitiman, por ejemplo, la Cienciología o Dianética financiando la publicación de sagas de libros, programas televisivos, DVDs interactivos, etc.? Los que pueden sacarle partido económico.
La pseudociencia no es sólo un problema, sino que es manifestación de uno aún mayor que reside en la ideología de una sociedad diseñada para el consumo como soporte de una economía industrial avanzada.
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