En mayor o menor medida, la creación literaria siempre obedece a las obsesiones de su autor. Ahora bien, en lo que a Howard Phillips Lovecraft se refiere, podemos ser categóricos al afirmar que construyó toda su obra, una de las más singulares e influyentes de la literatura fantástica, en base a sus fobias y complejos. Así, su aversión al pescado, le llevó a imaginar una serie de abominaciones procedentes del mar; su racismo, a las monstruosidades surgidas del apareamiento de los humanos con ellas; y las pesadillas, que invariablemente poblaron sus sueños, a la creación de un universo onírico que supera a las visiones producidas por la ingestión de alucinógenos.
Bien en solitario o bien en colaboración con alguno de sus muchos discípulos, que ya en vida le rindieron culto, Lovecraft escribió alrededor de 70 relatos, decenas de artículos y cientos de poemas. Paralelamente, su inveterada costumbre de contestar a cuantas misivas le remitieron sus lectores, hace que sus cartas estén cifradas alrededor de las 100.000. 60 años después de su muerte, Cthulhu, la más célebre de las siniestras divinidades por él imaginadas, ocupa el mismo lugar en la galería de la literatura de miedo -digámoslo con las palabras de Rafael Torres Oliver, uno de los mejores traductores del maestro- que Frankenstein, Drácula o el Bilbo Bolsón de Tolkien.
Nacido en Providence (Rhode Island) el 20 de agosto de 1890, fue su padre un viajante de comercio -según algunos autores alcoholizado- que murió, sin haber conocido apenas a su hijo, cuando el futuro escritor contaba ocho años. Quedó así la educación del joven Lovecraft al cuidado de su madre, una mujer posesiva y autoritaria que le inculcó su misantropía en base a la creencia de que su ascendencia británica los hacía superiores al resto de los norteamericanos. Es curioso que tanta vanidad no le impidiera recordar constantemente su fealdad al pequeño Howard. En efecto, una de las claves de cuanto a él se refiere hay que buscarla en su ingrata apariencia; otra, en la espléndida biblioteca de su abuelo materno. Despreciado por el resto de los niños, solitario, fantástico y reprimido, Howard Phillips hallará refugio en las lecturas tempranas. Sólo tiene seis años y ya conoce las leyendas del paganismo clásico. Así las cosas, no tardará en llamar a la antigüedad clásica “la Edad de Oro del mundo”.
Ya avanzada su experiencia como lector, los autores que más le influirán serán Edgar Allan Poe -a quien define como “deidad y fuente de toda ficción diabólica”-, lord Dunsany, Arthur Machen y el resto de los que, con el correr del tiempo, reunirá en su ensayo ‘El horror en la literatura’, la más lúcida reflexión sobre el género. Muerta su madre en 1921 y agotada la fortuna familiar que le ha permitido vivir hasta entonces, por primera vez en su vida H. P. Lovecraft se ve en la necesidad de trabajar. Como lo único que sabe hacer es escribir, será crítico, corrector de estilo y, lo que verdaderamente cuenta para nosotros: autor de cuentos de terror. Entre sus primeros lectores se encuentran algunos de los escritores que no tardarán en convertirse en sus discípulos: August Derleth, Frank Belknap Long, Clark Ashton Smith, Donald Wandrei o Robert Bloch. A ellos -con quienes superará su antigua misantropía- dirige algunas de sus primeras cartas, que a menudo firma con el seudónimo de Abdul Alhazred, evocando el más célebre de sus personajes.
Es Abdul un árabe que perdió el juicio durante la redacción del ‘Necronomicón’, texto fabuloso en donde se recopilan los ritos de Cthulhu y los sortilegios para invocar a los Dioses Arquetípicos y demás divinidades que esperan volver a dominar nuestro planeta, como lo hicieran antes de la llegada a él del hombre. La saga de Cthulhu -”un monstruo de perfil vagamente antropomórfico, pero con una cabeza semejante a la de un pulpo cuya cara fuera una masa de tentáculos; un cuerpo con escamas de aspecto gomoso; tremendas garras en las extremidades delanteras y traseras, y alas largas y estrechas detrás”- constituye lo mejor de su producción.
Casado con Sonia Greene en 1924, se iría con ella a vivir a Brooklin para separarse dos años después. De regreso a su Providence natal, Lovecraft volvió a ser el misántropo de siempre, sin más interés que sus lecturas y sus escritos. Murió de cáncer intestinal el 15 de marzo de 1937. Desde entonces, su prestigio entre los lectores de las más variadas nacionalidades ha ido en aumento.
El trabajo de Lovecraft ha sido agrupado en tres categorías por algunos críticos. Mientras que Lovecraft prefirió no referirse a estas categorías él mismo, sí escribió en alguna ocasión: "Existen mis piezas Edgar Allan Poe y mis piezas Dunsany -pero- ¿dónde están mis piezas Lovecraft?[4]
* Historias macabras (c. 1905–1920)
* Historias del Ciclo del Sueño (c. 1920–1927)
* Los Mitos de Cthulhu / Lovecraft (c. 1925–1935)
Algunos críticos no ven la diferencia entre el Ciclo del Sueño y los Mitos de Cthulhu, frecuentemente señalando el recurrente Necronomicón y los subsiguientes dioses. Una explicación frecuentemente argüida es el que el Ciclo Del Sueño pertenece más a un género de fantasía en tanto que Los Mitos pertenece a la ciencia ficción.
Las pesadillas que sufría Lovecraft le sirvieron de inspiración directa para su trabajo, y es quizás una visión directa de su inconsciente y su simbolismo explica su continuo revuelo y popularidad. Todos estos intereses le llevaron a apreciar de manera especial el trabajo de Edgar Allan Poe, quien influyó fuertemente en sus primeras historias, de atmósfera macabra y ocultos miedos que acechan en la oscuridad. El descubrimiento de Lovecraft de las historias de Edward Plunkett, Lord Dunsany, llevó su literatura a un nuevo nivel, resultando en una serie de fantasías que tomaban lugar en la tierra de los sueños. Fue probablemente la influencia de Arthur Machen, con sus bien construidos cuentos sobre la supervivencia del antiguo mal y de sus creencias místicas en misterios ocultos que yacían detrás de la realidad que finalmente ayudaron a inspirar a Lovecraft a encontrarse a sí mismo a partir de 1923.
Otra inspiración provino de una fuente insospechada: los avances científicos en áreas como la biología, astronomía, geología y física, que reducían al ser humano a algo insignificante, impotente y condenado en un universo mecánico y materialista, un pequeñísimo punto en la vastedad infinita del cosmos. Estas ideas contribuyeron de forma decisiva a un movimiento llamado cosmiquismo, y que le dieron a Lovecraft razones de peso para su ateísmo.
Esto lo llevó a un trono oscuro con la creación de lo que es hoy llamado comúnmente el Mito de Cthulhu, un panteón de deidades alienígenas extradimensionales y horrores que se alimentan de la humanidad y que tienen trazos de antiguos mitos y leyendas. El término Mito de Cthulhu fue acogido por el autor August Derleth después de la muerte de Lovecraft. El autor se refería a su mitología artificial como Yog-Sothothery.
Sus historias crearon uno de los elementos de mayor influencia en el género del horror: el Necronomicón, el escrito secreto del árabe Abdul Alhazred. El impacto y la fortaleza del concepto del mito ha llevado a algunos a concluir que Lovecraft basó su trabajo en mitos pre-existentes y en creencias ocultistas. Ediciones apócrifas del Necronomicón también han sido publicadas a través de los años.
Su prosa es anticuada, y frecuentemente usaba vocabulario arcaico u ortografía en desuso, así como adjetivos de extraño uso (gibosa, ciclópeo, atávico) e intentos de transcribir dialectos, que han sido calificados de imprecisos. Su trabajo, al ser Lovecraft un anglófilo, está plasmado de un inglés británico utilizando comúnmente escritura anacrónica.
Lovecraft fue un prolífico escritor de cartas. Durante su vida escribió miles de ellas, aunque no se conoce el número exacto. Una estimación de 100.000 parece ser acertada, como apunta L. Sprague de Camp. En algunas ocasiones las fechaba 200 años antes de la fecha en que habían sido escritas, lo que las databa en la época colonial americana, antes de la Revolución Americana que ofendía su Anglofilia. Explica que, según él, los siglos XVIII y XX habían sido los mejores; el primero siendo el siglo de nobleza y de gracia y el segundo de la ciencia, en tanto que el siglo XIX, en particular la era Victoriana habría sido un error.
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