Históricamente las ciudades se erigieron como abrigo y refugio de los primigenios grupos humanos, los que por temor a ataques de animales feroces y de otros pueblos, se agruparon en un lugar determinado, estableciendo mecanismos de defensa y normas de convivencia.
Este proceso iniciado hacia fines del neolítico, con la aparición de la agricultura, que en lo social, produjo que los pueblos mudaran de nómades a sedentarios, se fue consolidando a través de siglos; pasando por las ciudades-estados, sus distintas variantes y matices, hasta llegar a nuestra época.
Todo este devenir permitió un relativo avance de la humanidad hacia mejores condiciones de vida, pero en las últimas décadas, producto del aumento demográfico, la falta de planificación, las migraciones sociales, el crecimiento desordenado y sin control y la desigual distribución de la riqueza, se generó el fenómeno de las megalópolis y sus impactos negativos sobre la calidad de vida.
En esta realidad el hacinamiento, la obsolescencia o falta de servicios, la ausencia de espacios verdes, la imposibilidad de obtener un trabajo digno, el irracional uso del suelo, el consumo insustentable y su consecuencia la basura, las distintas formas de contaminación y la violencia, están transformando a los conglomerados urbanos, en verdaderas bombas de retardo, las que más tarde o temprano pueden estallar.
Hoy el Planeta tiene 7.000 millones de habitantes, con todo lo que ello significa desde el punto de vista de la provisión de los recursos necesarios para la subsistencia digna de todos.
En promedio, el 50% de la población vive en ciudades, pero si lo comparamos con lo que ocurre en América Latina y el Caribe, los porcentajes se incrementan al 80%.
La magnitud de esta concentración, ha transformado a las ciudades en verdaderos agujeros negros devoradores de alimentos, energía y recursos de todo tipo.
Pese a ello, rara vez los citadinos nos hacemos cargo de nuestros actos y responsabilidades, culpando por lo general de todos los males planetarios, a procesos, causas, cosas o entidades extra urbanas.
Los gobiernos locales en sintonía con la anomia general, contribuyeron a la profundización de los problemas y sobre todo a la agudización de las desigualdades entre barrios: algunos que tienen todo y más, y otros que carecen de casi todo.
Se observa que las normas urbanas terminaron por aplicarse solo a la clase media ya que "El mercado solía eludir o manipular el control normativo en la producción de hábitat para los sectores socioeconómicos altos, en tanto los sectores bajos no podían cumplimentarlo por su incapacidad económica"; el resultado "la baja calidad ambiental de grandes sectores urbanos" y "la inexistencia o mínima provisión de servicios".
Lewis Mumford, en el libro La Carretera y la Ciudad, bien lo expresa: "Por desgracia hay enormes intereses creados para hacer de la naturaleza un infierno, y se gana muy poco dinero –en realidad nada- con dejar las cosas tal como están. De manera que es fácil ver cuál será el lado que pierda en un país dominado por el concepto venal de una economía siempre en expansión. La destrucción de la vecindad y la mala construcción puede ser organizada con fines de lucro".
Con estos paradigmas no es de extrañar que los espacios verdes se reduzcan a su mínima expresión, que la apropiación de lo público por parte de empresas, audaces y “emprendedores”, sea una constante, en desmedro del conjunto.
En primer lugar, estos conglomerados son fuentes permanentes de emisión de ruidos de distinto nivel y calibre, los que repercuten con mayor o menor incidencia y nos hacen la vida menos placentera.
No es casual que la Organización Mundial de la Salud (OMS), haya catalogado al ruido como una de las mayores plagas de la vida moderna y diferentes estudios demuestren que un alto nivel del mismo, nos exponen a un aumento de más del 15% de riesgo de hipertensión arterial, pudiendo llegar a que padezcamos accidentes cerebrovasculares.
En los últimos años se han incrementado las campañas en contra del malsano hábito de fumar, y está bien que así sea, pero lo que no se dice, es que caminar media hora en un micro centro atestado de automotores, es equivalente a fumar entre 15 y 40 cigarrillos por día.
Para esto no hay campañas, debido a que los automóviles integran uno de los paradigmas consumistas de la modernidad y aportan recursos a los municipios.
Además nos obligan a inhalar millones de partículas de asbesto (amianto) prohibido en casi todo el mundo, que se desprende de los discos de embrague y pastillas de frenos, elemento que se utiliza en su elaboración y que se desgrana por el uso. Para esto tampoco existe el paren de fumigarnos.
A partir de lo señalado y de otras cuestiones, como la violencia, la contaminación electromagnética, etc., hemos pasado de un ámbito milenario de abrigo de vida, a un engendro que se vuelve progresivamente cada vez más agresivo para la misma y la calidad de ella.
En dicho contexto, todas las calamidades se potencian y el consumismo irracional imperante, agrega su cuota de incertidumbre sobre el futuro de todos nosotros.
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Volvemos a los orígenes, a veces los comportamientos humanos superan (en maldad y violencia)y en mucho a los del hombre prehistórico. Lo que antes se hacia por ignorancia, costumbres o autodefensa ahora se hace por indiferencia, aburrimiento o simplemente para tratar de alcanzar una cierta notoridad.
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