Rusia está a punto de dar un giro de gran calado a su política exterior. La esquizofrenia en que ha vivido durante el mandato de su actual presidente, Dmitri Medvédev, está tocando a su fin.
Medvédev había venido impulsando un notable giro pro estadounidense y pro occidental a la política exterior en temas como el programa nuclear de Irán, la OTAN o Libia (justificó los bombardeos) para, supuestamente, impulsar la modernización del país. El primer ministro, Vladimir Putin, entendía justo lo contrario, que sólo una Rusia con pleno control de los recursos energéticos (uno de sus principales rubros de exportación), así como la recuperación del terreno con los antiguos aliados en la época de la Unión Soviética, mantendrá al país plenamente independiente y con voz en el ámbito geopolítico al tiempo que conseguirá el montante económico suficiente para impulsar la modernización. En el caso de Libia, Putin criticó con dureza a la OTAN por sobrepasar los aspectos recogidos en la Resolución de la ONU respecto al embargo aéreo y los bombardeos contra la población civil.
La batalla entre ambos, que para algunos como el Partido Comunista de Rusia no es más que una moneda de dos caras, se ha decantado a favor del segundo. A pesar de pertenecer al mismo partido, Rusia Unida, Medvédev y Putin mantenían una sorda pugna por la nominación a la presidencia en las elecciones de la primavera de 2012 que se ha resuelto con el menor de los males: el intercambio de cargos. ¿Qué les ha llevado a esta ecléctica postura? El triunfo del Partido Republicano de EEUU en las elecciones de noviembre de 2010. Una de las primeras iniciativas tomadas por los republicanos, que dominan el Congreso estadounidense, fue paralizar la ratificación del nuevo tratado START de control de las armas nucleares estratégicas. Otra, de no menor calado, la aceleración de la estrategia militarista significada por el llamado “escudo antimisiles” que se ubicará en países fronterizos con Rusia y que éste país ve como una amenaza directa.
Medvédev llevaba a gala que había “arrancado” a Obama la necesidad de “consensuar” con Rusia el proyecto de defensa antimisiles. Pero la realidad es que EEUU no consensua este tema con nadie, simplemente impone. Este asunto, muy delicado en Rusia, ha ido mermando las posibilidades de Medvédev y reforzando Putin, que siempre había manifestado que tenía que existir una garantía expresa por parte de EEUU de que el citado proyecto no iba dirigido contra Rusia. Un año después, el tiempo da la razón a Putin al constatarse esta realidad. El ministro de Asuntos Exteriores ruso ha calificado la actitud de EEUU de “insincera” al negarse a dar garantías jurídicas sobre que dicho escudo no apuntará a Rusia.
Por lo tanto, las posturas de Putin sobre política exterior salen notablemente reforzadas mientras Medvédev se hunde en el ostracismo aunque vaya a ser el nuevo primer ministro. Si durante la presidencia de éste ha habido dos actores claros y muchas veces contrapuestos, él y Putin, durante la venidera presidencia de Putin sólo habrá una voz en política exterior. Y esa voz cada vez estará más alejada de Occidente, olvidándose de los coqueteos de Medvédev con la OTAN, por lo que volveremos a ver campañas políticas y mediáticas contra Putin como las que se lanzaron durante su anterior etapa como presidente (envenenamiento de espías, asesinato de periodistas, encarcelamiento de oligarcas aliados de Occidente, etc).
Además, el intercambio de puestos –“enroque”, según los analistas rusos- refuerza a Rusia Unida de cara a las elecciones de 2012 puesto que da una imagen de unidad en unos momentos en los que era más evidente que nunca las dos posturas que mantenían ambos dirigentes, polarizando a la opinión pública y abriendo espacios cada vez mayores a la oposición de izquierdas. No en vano, cada vez un mayor segmento de la población rusa manifiesta su añoranza respecto a la URSS y nada más y nada menos que un 25% del electorado de Rusia Unida se mostraba dubitativo ante la decisión de volver a votar a esta formación.
El acercamiento a China y el fin del dólar.
Putin actúa ya, de hecho, como presidente. Dando un giro de 180 grados respecto a la relación anterior con China se pasa ahora de enemigo a aliado y se plantea una relación estratégica entre los dos países como forma de crear un contrapoder efectivo, tanto político como económico y militar, a Occidente.
Nada más haberse hecho el anuncio de que Putin sería el candidato a presidente, es decir, el sucesor de Medvédev, realizó su primer viaje al exterior. Destino: Beijing. Un viaje, del 9 al 12 de octubre, al que en Occidente no se dio la importancia que tiene. Tal vez en la convicción que aquello que no se publica, no existe. Pero ese viaje era crucial por tres cuestiones: la primera, porque dejaba bien claro que el papel de Rusia en política exterior ya no tenía en cuenta a Occidente; la segunda, porque se planteaba una cooperación energética de gran calado muy alejada de la moribunda Europa -Rusia es el mayor productor mundial de energía, China el mayor consumidor-; la tercera, porque dicha visita se producía la misma semana en que ambos países habían vetado la resolución que Occidente había presentado en la ONU contra Siria. Una muy rara asociación entre Rusia y China puesto que en contadas ocasiones ha coincidido el veto común sobre alguna cuestión.
Rusia y China nunca han tenido una coincidencia de intereses en Oriente, Próximo o Lejano, y su veto conjunto anuncia que van a tener un papel mucho más protagonista en esas áreas a partir de ahora. Dejan muy patente que no habrá otra Libia y eso supone un enfrentamiento directo con EEUU y la UE y un anuncio muy a tener en cuenta: rusos y chinos han dicho basta a la prepotencia occidental.
La candidatura de Putin a la presidencia ha sido acogida por China con toda clase de bendiciones. “Su vuelta [a la presidencia] es digna de ser bienvenida por todo el mundo, porque las políticas interna y exterior de Rusia tendrán mayor estabilidad y previsibilidad, lo cual es beneficioso para la estabilidad de las relaciones internacionales, especialmente para el desarrollo de las relaciones bilaterales con China”, dice Wang Haiyun, vicepresidente del Instituto de Historia de las Relaciones Chino-Rusas.
En este caso el académico fue mucho más discreto que los políticos. El presidente chino, Hu Jintao, dijo que se iniciaba una era de “relación estratégica integral”. Putin, por su parte, fue mucho más agresivo: “La relación entre los dos países no encontrará problemas en ninguna esfera. (…) Hay que terminar con la parasitaria dominación del dólar”.
Putin puede ser cualquier cosa, pero no un tonto. La referencia al dólar la hizo en un momento clave puesto que tres días antes de su visita a Beijing el Senado de EEUU había amenazado a China con una guerra comercial si no reevaluaba su moneda para favorecer el comercio mundial –es decir, el de EEUU- dado que para los estadounidenses está infravalorada y eso favorece las exportaciones chinas. En estos momentos es China quien tiene un superávit comercial con EEUU de 273.000 millones de dólares y no al revés. El fin de la “era americana” está mucho más cerca de lo que se cree.
Aunque los chinos no son tan agresivos y tienen como premisa salvaguardar las relaciones con EEUU, la nueva relación con Rusia es equivalente a una situación de “ganar-ganar”. La visita de Putin terminó con la firma de 16 acuerdos económicos y comerciales por valor de más de 6.000 millones de euros, la inversión china de 1.100 millones de euros en un complejo industrial de fundición de aluminio en Siberia y la creación de un fondo común de inversiones de otros 1.000 millones de euros. Rusia, por su parte, va a surtir de petróleo a China a través del oleoducto Skovorodino-Daqing. Hasta ahora la presencia rusa en China era “lenta y limitada”, por lo que el salto que se da es espectacular sobre todo cuando entra en escena la joya de la corona rusa: Gazprom, el primer exportador de gas natural del mundo. China refuerza su talón de Aquiles, el suministro energético, y afianza su protagonismo mundial.
El comercio entre los dos países fue en 2010 de 54.000 millones de euros y en virtud del nuevo acuerdo se espera llegar a los 65.000 millones de euros en 2011, estipulándose en 95.000 millones para el año 2015 y en 200.000 millones para el 2020. Es decir, cuando Putin acceda a la presidencia en 2012 todo su mandato va a estar centrado en este objetivo y Europa y EEUU quedarán relegadas en la estrategia rusa puesto que los aliados occidentales han hecho todo lo posible por dificultar los acuerdos de suministro de gas ruso a Europa (recuérdese el conflicto con Ucrania por el gas). Además, rusos y chinos han estipulado que ese intercambio comercial no tiene por qué estar basado en el dólar.
Los chinos dejan a los nuevos socios el enfrentamiento con Occidente y ellos se benefician de todo. Salvo que EEUU dé el paso que quieren los republicanos en la guerra comercial. Entonces China tendrá que actuar y por eso en EEUU existe un lobby al revés: las principales multinacionales con intereses en China están presionando al Senado para que no se apruebe una ley que será muy peligrosa para sus intereses, lo que heriría aún más la economía estadounidense.
El nuevo bloque político-militar: la Unión Euroasiática.
La nueva relación estratégica entre Rusia y China tiene también como objetivo la creación de un bloque político, económico y militar que sirva de contrapeso a EEUU y la UE, la denominada Unión Euroasiática. Es un viejo sueño ruso que plantea la creación de un nuevo polo que haga frente a Occidente. En el lenguaje diplomático ruso, dicha Unión Euroasiática debe convertirse en “un puente efectivo entre Europa y la dinámica región de Asia-Pacífico”. Por eso, reactivan los ejercicios militares conjuntos, su papel en el eje BRICS y se da un nuevo aire a la decaída Organización para la Cooperación de Shanghái (OCS).
De la OCS forman parte Rusia, China, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán y a sus reuniones acuden como invitados Irán, que ha solicitado su adhesión plena, Pakistán e India, que no puede quedarse al margen del nuevo orden regional y mundial aunque coquetea tanto con EEUU como con la OTAN (Rusia y China no van a dar ningún paso con India hasta estar seguros que este país no es el caballo de Troya de EEUU en la Unión Euroasiática). Lo mismo pasa con Turquía, miembro de la OTAN, que ha solicitado ser considerado “socio de diálogo” de la OCS. Afganistán, Sri Lanka y Mongolia han pedido recientemente ser admitidos en calidad de observadores.
En los últimos dos años la OCS ha sido mantenida casi en hibernación y China había acusado a Rusia de “privar de seriedad” a la OCS por el acercamiento a la OTAN que impulsó Medvédev. Sin embargo, el pasado mes de julio celebró una reunión crucial en Kazajstán. Para sorpresa de casi todos, lo que se discutió fue no sólo el reforzamiento de la cooperación militar sino la adopción de una nueva moneda global y la creación de un banco de desarrollo. ¿Por qué es importante esta revitalización de la OCS? Pues porque estamos hablando de una alianza que engloba a países que cuentan con casi la mitad de la población mundial.
Lo que hay en marcha es una OCS que combina aspectos de una alianza militar como la OTAN con las ventajas económicas de una unión entre países como la UE o la UNASUR, solo que con mucha más población y en constante crecimiento. El proceso se está acelerando y ya se está preparando una nueva reunión, esta vez el San Petersburgo, en la que se va a discutir “el fortalecimiento de la cooperación entre los Estados miembros de la OCS en diversos ámbitos, entre ellos la agricultura, la economía y el comercio, las finanzas, la tecnología y la energía, entre otros” (5). Incluso el FMI y el BM se ven amenazados con la posible instauración de una nueva moneda para las transacciones financieras de estos países. Esta es la razón por la que desde el verano EEUU ha decidido re-enfocar su presencia en Asia y agitar viejos conflictos como el que enfrenta a Vietnam con China a propósito del Mar Meridional de China. El propósito es dificultar al máximo esta integración que puede llegar a dominar rutas estratégicas y desarrollar unas nuevas relaciones políticas, económicas y militares sin la interferencia occidental y, sobre todo, de EEUU.
Los chinos saben que una de sus debilidades estratégicas, la energía, está asegurada con la nueva relación estratégica con Rusia. La otra es su dependencia de las importaciones y exportaciones vía marítima. Por eso está construyendo portaaviones y por eso está reforzando su poder militar y sus alianzas en este campo. Si durante el 90 aniversario de la constitución del Partido Comunista de China se anunció que se estaban buscando emplazamientos para una base naval (6), la primera fuera del territorio chino, ahora ya se ratifica que ha llegado a un acuerdo con Sri Lanka para que la marina de guerra china pueda utilizar el puerto de Hambantuta, uno de los más grandes de esa zona. No debería sorprender, por lo tanto, que Sri Lanka haya pedido ser aceptado en la OCS en calidad de observador.
La alianza estratégica entre Rusia y China se ha fortalecido a raíz de la agresión a Libia. Ambos países fueron cogidos por sorpresa por la decisión de la Liga Árabe, patrocinada e impulsada por Arabia Saudita, y tuvieron una reacción dubitativa que les llevó a abstenerse en la ONU. Pero el contraataque ha sido fulgurante y así lo han puesto de manifiesto tanto con el veto a la resolución sobre Siria como con esta alianza geopolítica. Para Rusia y China la agresión a Libia fue la constatación que las palabras de cambio de Obama al inicio de su mandato no eran más que una táctica y un ejercicio de relaciones públicas que estaba muy lejos de un compromiso serio por la paz o el respeto al derecho internacional. Rusos y chinos son cada vez más conscientes de ello y actúan en consecuencia. Máxime cuando el Secretario de Defensa de EEUU, Leon Panetta, no se recata en afirmar que una alianza militar entre Rusia y China supondría “una amenaza para la seguridad nacional de EEUU y para el mundo entero”.
Vivimos unos momentos en los que la intensidad de los cambios geopolíticos está al mismo nivel que hace 20 años, con la desaparición de la URSS y el comienzo del mundo unipolar bajo el pomposo nombre de Nuevo Orden Mundial. Ese mundo está desmoronándose. Como se ha dicho antes, el fin de la “era americana” está llegando a su fin. Como una fiera cuando está herida, el imperialismo se vuelve más peligroso y hay un país, Irán, que puede convertirse en la piedra de toque para desbaratar la nueva estrategia ruso-china de Unión Euroasiática en mayor medida que las escaramuzas del Mar Meridional de China. La renovación de las amenazas contra el país persa por su programa nuclear van en esa dirección, poner en un aprieto internacional a dos de sus principales socios económicos y valedores políticos.
Ya lo dijo hace dos décadas Brezinski, ex Consejero de Seguridad Nacional durante la presidencia de Carter: “la primacía global de EEUU depende directamente de la duración y eficacia de su preponderancia en el continente euroasiático”.
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