Frente a la creencia general de que disfrutamos de numerosas libertades y derechos y la falacia democrática que solo pretende captar nuestro voto cada cuatro años, lo cierto es que numerosos poderes que mueven los hilos por cauces opacos intentan controlar nuestros destinos, nuestras mentes y nuestros bolsillos. El que tiene el poder hará todo lo que esté a su alcance para conservarlo.
No, no se trata de la enésima teoría de la conspiración. Es una realidad y la crisis griega es un ejemplo perfecto. El papel de las agencias de calificación de deuda y la situación de los bonos de deuda pública en manos de intereses extranjeros configuran un escenario de pérdida de soberanía nacional más que evidente. Desde un punto de vista histórico la depreciación de los bonos de deuda pública ha servido para poner contra las cuerdas a muchos países y varias guerras se han ganado de esta manera sin disparar una bala, como la secesión americana en la que los estados sudistas no pudieron conseguir liquidez y acabaron perdiendo la contienda.
Hoy en día no es necesario en muchos casos acudir a un despliegue militar para rendir al enemigo. Determinada casta de políticos y banqueros intocables que no se rigen por el principio de responsabilidad por sus actos al que nos enfrentamos el resto de personas y que, en el mejor de los casos, pagan sus acciones con un vuelco electoral o un cambio de consejo de administración cuando ya es demasiado tarde nos quieren tener firmemente atenazados por el escroto con tal de no perder su status. Michael Moore lo ha explicado muy bien en su documental “Capitalismo: una historia de amor”, donde se desgrana la grave preocupación de Citibank: a pesar de que el 10% de la población posea el 90% de la riqueza, los que votan son más “que nosotros”.
Estos “poderes en la sombra” nos permiten una relativa movilidad dentro del intervalo de acciones que “ellos” consideran aceptable para sus intereses. Bilderberg, gobierno mundial, illuminati… han recibido muchos nombres, pero siempre son los mismos.
Se nos quiere como consumidores endeudados, no como ciudadanos. Se nos insta continuamente a que confundamos deseos y necesidades y abracemos la financiación de bienes de consumo que harán nuestra vida más placentera. Nos incitan a que suscribamos planes de pensiones. Caemos en sus redes especulativas y somos cómplices. Somos rehenes de nuestras deudas financieras.
Paralelamente se nos vende la farsa del “self-made man” americano queriendo hacernos creer que toda persona puede alcanzar lo que se proponga al margen de su cuna. Pero la acción coordinada de esta cuna y de “ellos” marcan nuestro destino con algunas excepciones.
Control de los medios de comunicación.
El cuarto poder, la prensa, sigue siendo evidente. Al igual que es más que cuestionable la independencia de los tres poderes de la ilustración, el legislativo, el ejecutivo y el judicial, la prensa es rehén de los intereses de aquellos que mueven los hilos. Los editores dan o no el visto bueno a las crónicas de los redactores según convenga. La realidad fabricada que se nos vende a través de los medios es la conveniente y por lo general dista mucho de lo que se mueve entre bambalinas. Cortinas de humo, propaganda, consignas disfrazadas de entretenimiento.
Pero no las tienen todas consigo. Recientemente el miedo de los “poderes” a la libertad de expresión en la red y a iniciativas como la de Wikileaks han desatado una guerra global de ciberactivismo más o menos gamberro de la que solo algunos frentes han transcendido (LultzSec y Anonymous son los más conocidos). Es muy significativo que el rostro de Anonymous sea la máscara de “V de Vendetta“, esa excelente película de los hermanos Wachowsky sobre el totalitarismo. Los Wachowsky ya nos apuntaron la diferencia entre realidad aparente y transfondo en “The Matrix“.
Esta ciberguerra en curso puede tener consecuencias impredecibles y solo puede ir a más.
En su “space ópera” “La Fundación” Isaac Asimov hablaba de la “psicohistoria“, una disciplina según la cual si bien no se puede predecir las decisiones de un individuo aislado, si son predecibles las conductas de una masa de individuos a lo largo del devenir histórico. El tiempo dirá si tenía razón, pero parece evidente que ante el papel de los medios de comunicación en la manipulación de masas solo nos queda desarrollar un espíritu crítico que nos impulse a buscar “la otra verdad”.
Privacidad y Gran Hermano
Todos tenemos un perfil digital del que nos es imposible escapar. Nuestros datos personales y nuestros perfiles son un goloso premio por el que pujan muchos sin nosotros saberlo. ¿Te han despertado de la siesta con una llamada telefónica no deseada en la que te ofrecen productos o servicios que no quieres? Todo tiene su explicación.
Frente al atractivo de las redes sociales lo cierto es que nuestra privacidad está en riego. Los intentos por controlar a la población a través de la red son una constante. Facebook, Google, Skype, Twitter y otros que presentan una atractiva oferta de servicios pero lo que realmente pretenden es vender nuestros perfiles a terceros con usos políticos y económicos. Facebook incita a publicar dónde vives, con quien sales, tus relaciones familiares, tus estudios, todo. La geolocalización de fotos y mensajes enviados añade un factor adicional de riesgo que no todos comprenden.
Muchos gobiernos tienen acceso a una puerta trasera en la redes sociales, sistemas operativos y paquetes de software con el beneplácito del desarrollador. Si eres incómodo para “el sistema”, no dudes de que te mirarán con lupa. El desarrollo de la nube plantea retos de seguridad y privacidad que no se cuentan al usuario. Tus archivos estarán alojados en servidores remotos, no en tu casa.
El mejor ejemplo de esta intervención es sin duda el gobierno chino, que ejerce un férreo control sobre internet con objeto de filtrar aquellas informaciones que no sigan la línea de propaganda del régimen. Miles de jóvenes chinos trabajan para el gobierno como ciberagentes que crean opinión en las redes sociales. Los resultados de las búsquedas en Google están filtrados. Muchos sitios web, bloqueados por los routers del partido.
Anticipándonos a los usos y costumbres de los usuarios de La Red un partido político puede diseñar un programa electoral que resulte atractivo. Una empresa puede lanzar una campaña de marketing para vendernos un producto que no necesitamos. Una agencia de información puede inferir movimientos estratégicos de grupos de opinión o disidencia y anticiparse a sus acciones. Los usos del “profiling” son infinitos como lo son las ganas de muchos por conocernos en todas nuestras esferas de privacidad
El comunity manager de muchas empresas y agencias gubernamentales se constituye en un comisario político que vela por el correcto despliegue de la propaganda establecida y la creación de un estado de opinión sobre la percepción social de la imagen de la organización. Los perfiles de Facebook y Twitter de grandes empresas estatales y agencias del gobierno solo ofrecen brindis al sol de escasa utilidad pero nunca responden a las preguntas directas de los usuarios, pervirtiendo y truncando la comunicación directa entre cliente y prestador de servicios.
Escándalos como los de Echelon, SITEL, las cookies malintencionadas o el uso de dispositivos RFID arrojan luz sobre las verdaderas intenciones de muchos gobiernos y corporaciones y sus intentos de espionaje a aquellos que no piensan como ellos.
Frente a este panorama desolador de vigilancia e intoxicación informativa las iniciativas como Tor, Wikileaks y el software libre representan una refrescante reacción al control de la población y la información.
¿Consumidores o ciudadanos?
No existe el ciudadano, solo existe el consumidor. Una vez establecida esta realidad que a nadie se le escapa, como consumidores podemos contraatacar de diversas formas. La presión que el consumidor puede ejercer sobre las empresas y los gobiernos a través de pequeñas decisiones responsables desarticula políticas incorrectas y acaba poniendo a cada uno en su sitio. La campaña contra Nike y la explotación infantil de los años 80 y 90 nos demuestra que la presión del consumidor conlleva resultados.
Deberíamos tener el derecho inalienable a conocer por lo que pagamos y el nivel de servicio que se nos ofrece. La transparencia sobre la cadena de producción y subcontratación y la seguridad que nos brinda aquello que compramos nos permite decidir si un producto o servicio se acomoda a nuestras expectativas y al precio pagado. De no ser así habremos de exigir transparencia y obrar en consecuencia. El boicot a aquellos que explotan al trabajador o que nos engañan con lo que prometen es necesario y el boca a boca resulta ser muy eficaz.
No obstante este contraataque de los consumidores no ha pasado desapercibido en la aldea global orwelliana. La instrumentalización de las asociaciones de consumidores a través de las subvenciones públicas y de la presión a través de lobbies pueden pervertir un elemento de control fundamental.
¿Pastilla roja o pastilla azul?
Ante este escenario de cibervigilancia podemos hacer dos cosas. O conocerlo y saber en que terreno nos movemos – tomar la pastilla roja – o hacer como el avestruz – tomar la pastilla azul -. Estamos avisados. Que nadie venga luego con que le engañaron y se caiga del guindo.
La sociedad la conformamos todos. Las mal llamadas “nuevas tecnologías” por los medios de comunicación son una herramienta poderosa que brinda al poder el acceso a tu sala de estar, pero que usada sabiamente por nosotros nos hace más libres y permite que se escuche nuestra voz. Como en la campaña de la DGT, se aconseja el consumo responsable.
No, no se trata de la enésima teoría de la conspiración. Es una realidad y la crisis griega es un ejemplo perfecto. El papel de las agencias de calificación de deuda y la situación de los bonos de deuda pública en manos de intereses extranjeros configuran un escenario de pérdida de soberanía nacional más que evidente. Desde un punto de vista histórico la depreciación de los bonos de deuda pública ha servido para poner contra las cuerdas a muchos países y varias guerras se han ganado de esta manera sin disparar una bala, como la secesión americana en la que los estados sudistas no pudieron conseguir liquidez y acabaron perdiendo la contienda.
Hoy en día no es necesario en muchos casos acudir a un despliegue militar para rendir al enemigo. Determinada casta de políticos y banqueros intocables que no se rigen por el principio de responsabilidad por sus actos al que nos enfrentamos el resto de personas y que, en el mejor de los casos, pagan sus acciones con un vuelco electoral o un cambio de consejo de administración cuando ya es demasiado tarde nos quieren tener firmemente atenazados por el escroto con tal de no perder su status. Michael Moore lo ha explicado muy bien en su documental “Capitalismo: una historia de amor”, donde se desgrana la grave preocupación de Citibank: a pesar de que el 10% de la población posea el 90% de la riqueza, los que votan son más “que nosotros”.
Estos “poderes en la sombra” nos permiten una relativa movilidad dentro del intervalo de acciones que “ellos” consideran aceptable para sus intereses. Bilderberg, gobierno mundial, illuminati… han recibido muchos nombres, pero siempre son los mismos.
Se nos quiere como consumidores endeudados, no como ciudadanos. Se nos insta continuamente a que confundamos deseos y necesidades y abracemos la financiación de bienes de consumo que harán nuestra vida más placentera. Nos incitan a que suscribamos planes de pensiones. Caemos en sus redes especulativas y somos cómplices. Somos rehenes de nuestras deudas financieras.
Paralelamente se nos vende la farsa del “self-made man” americano queriendo hacernos creer que toda persona puede alcanzar lo que se proponga al margen de su cuna. Pero la acción coordinada de esta cuna y de “ellos” marcan nuestro destino con algunas excepciones.
Control de los medios de comunicación.
El cuarto poder, la prensa, sigue siendo evidente. Al igual que es más que cuestionable la independencia de los tres poderes de la ilustración, el legislativo, el ejecutivo y el judicial, la prensa es rehén de los intereses de aquellos que mueven los hilos. Los editores dan o no el visto bueno a las crónicas de los redactores según convenga. La realidad fabricada que se nos vende a través de los medios es la conveniente y por lo general dista mucho de lo que se mueve entre bambalinas. Cortinas de humo, propaganda, consignas disfrazadas de entretenimiento.
Pero no las tienen todas consigo. Recientemente el miedo de los “poderes” a la libertad de expresión en la red y a iniciativas como la de Wikileaks han desatado una guerra global de ciberactivismo más o menos gamberro de la que solo algunos frentes han transcendido (LultzSec y Anonymous son los más conocidos). Es muy significativo que el rostro de Anonymous sea la máscara de “V de Vendetta“, esa excelente película de los hermanos Wachowsky sobre el totalitarismo. Los Wachowsky ya nos apuntaron la diferencia entre realidad aparente y transfondo en “The Matrix“.
Esta ciberguerra en curso puede tener consecuencias impredecibles y solo puede ir a más.
En su “space ópera” “La Fundación” Isaac Asimov hablaba de la “psicohistoria“, una disciplina según la cual si bien no se puede predecir las decisiones de un individuo aislado, si son predecibles las conductas de una masa de individuos a lo largo del devenir histórico. El tiempo dirá si tenía razón, pero parece evidente que ante el papel de los medios de comunicación en la manipulación de masas solo nos queda desarrollar un espíritu crítico que nos impulse a buscar “la otra verdad”.
Privacidad y Gran Hermano
Todos tenemos un perfil digital del que nos es imposible escapar. Nuestros datos personales y nuestros perfiles son un goloso premio por el que pujan muchos sin nosotros saberlo. ¿Te han despertado de la siesta con una llamada telefónica no deseada en la que te ofrecen productos o servicios que no quieres? Todo tiene su explicación.
Frente al atractivo de las redes sociales lo cierto es que nuestra privacidad está en riego. Los intentos por controlar a la población a través de la red son una constante. Facebook, Google, Skype, Twitter y otros que presentan una atractiva oferta de servicios pero lo que realmente pretenden es vender nuestros perfiles a terceros con usos políticos y económicos. Facebook incita a publicar dónde vives, con quien sales, tus relaciones familiares, tus estudios, todo. La geolocalización de fotos y mensajes enviados añade un factor adicional de riesgo que no todos comprenden.
Muchos gobiernos tienen acceso a una puerta trasera en la redes sociales, sistemas operativos y paquetes de software con el beneplácito del desarrollador. Si eres incómodo para “el sistema”, no dudes de que te mirarán con lupa. El desarrollo de la nube plantea retos de seguridad y privacidad que no se cuentan al usuario. Tus archivos estarán alojados en servidores remotos, no en tu casa.
El mejor ejemplo de esta intervención es sin duda el gobierno chino, que ejerce un férreo control sobre internet con objeto de filtrar aquellas informaciones que no sigan la línea de propaganda del régimen. Miles de jóvenes chinos trabajan para el gobierno como ciberagentes que crean opinión en las redes sociales. Los resultados de las búsquedas en Google están filtrados. Muchos sitios web, bloqueados por los routers del partido.
Anticipándonos a los usos y costumbres de los usuarios de La Red un partido político puede diseñar un programa electoral que resulte atractivo. Una empresa puede lanzar una campaña de marketing para vendernos un producto que no necesitamos. Una agencia de información puede inferir movimientos estratégicos de grupos de opinión o disidencia y anticiparse a sus acciones. Los usos del “profiling” son infinitos como lo son las ganas de muchos por conocernos en todas nuestras esferas de privacidad
El comunity manager de muchas empresas y agencias gubernamentales se constituye en un comisario político que vela por el correcto despliegue de la propaganda establecida y la creación de un estado de opinión sobre la percepción social de la imagen de la organización. Los perfiles de Facebook y Twitter de grandes empresas estatales y agencias del gobierno solo ofrecen brindis al sol de escasa utilidad pero nunca responden a las preguntas directas de los usuarios, pervirtiendo y truncando la comunicación directa entre cliente y prestador de servicios.
Escándalos como los de Echelon, SITEL, las cookies malintencionadas o el uso de dispositivos RFID arrojan luz sobre las verdaderas intenciones de muchos gobiernos y corporaciones y sus intentos de espionaje a aquellos que no piensan como ellos.
Frente a este panorama desolador de vigilancia e intoxicación informativa las iniciativas como Tor, Wikileaks y el software libre representan una refrescante reacción al control de la población y la información.
¿Consumidores o ciudadanos?
No existe el ciudadano, solo existe el consumidor. Una vez establecida esta realidad que a nadie se le escapa, como consumidores podemos contraatacar de diversas formas. La presión que el consumidor puede ejercer sobre las empresas y los gobiernos a través de pequeñas decisiones responsables desarticula políticas incorrectas y acaba poniendo a cada uno en su sitio. La campaña contra Nike y la explotación infantil de los años 80 y 90 nos demuestra que la presión del consumidor conlleva resultados.
Deberíamos tener el derecho inalienable a conocer por lo que pagamos y el nivel de servicio que se nos ofrece. La transparencia sobre la cadena de producción y subcontratación y la seguridad que nos brinda aquello que compramos nos permite decidir si un producto o servicio se acomoda a nuestras expectativas y al precio pagado. De no ser así habremos de exigir transparencia y obrar en consecuencia. El boicot a aquellos que explotan al trabajador o que nos engañan con lo que prometen es necesario y el boca a boca resulta ser muy eficaz.
No obstante este contraataque de los consumidores no ha pasado desapercibido en la aldea global orwelliana. La instrumentalización de las asociaciones de consumidores a través de las subvenciones públicas y de la presión a través de lobbies pueden pervertir un elemento de control fundamental.
¿Pastilla roja o pastilla azul?
Ante este escenario de cibervigilancia podemos hacer dos cosas. O conocerlo y saber en que terreno nos movemos – tomar la pastilla roja – o hacer como el avestruz – tomar la pastilla azul -. Estamos avisados. Que nadie venga luego con que le engañaron y se caiga del guindo.
La sociedad la conformamos todos. Las mal llamadas “nuevas tecnologías” por los medios de comunicación son una herramienta poderosa que brinda al poder el acceso a tu sala de estar, pero que usada sabiamente por nosotros nos hace más libres y permite que se escuche nuestra voz. Como en la campaña de la DGT, se aconseja el consumo responsable.
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