Suenan las campanas de la división en América Latina. Con la última reunión en Cali, Colombia, la Alianza del Pacífico (Chile, México, Colombia y Perú) anuncia un nuevo proceso de integración regional, aparentemente más dinámico, moderno y abierto que lo conocido (el Mercosur principalmente). Cuánto tiene de cierta esta alianza, cuánto de operación marketinera, y cuánto de viabilidad política y económica.
Comencemos primero por los datos de la realidad.
Desde hace varios años, pero con especial fuerza desde la constitución formal en junio del 2012, la denominada Alianza del Pacífico busca ser un eje de promoción de la integración regional a través de tratados de libre comercio, en contraposición con el modelo del Mercosur, que si bien también promueve la apertura comercial, busca ser una unión aduanera con algunos elementos de complementariedad económica entre los socios y protección de los mercados internos.
En la última reunión de la Alianza del Pacífico (AP), los países participantes, con el liderazgo de México y Colombia, decidieron eliminar los aranceles aduaneros en un 90 por ciento de los productos y con perspectivas de negociar la eliminación restante en los próximos meses. Este proyecto tiene como eje promover el libre comercio entre estos países y mirar con una perspectiva común al Pacífico, con eje en las potencias de países asiáticos. El Mercosur, en cambio, parte de una base más sólida (existe hace más de 20 años), ha sumado nuevos miembros (Venezuela recientemente y se negocia con Ecuador y Bolivia) y opera en algunos niveles como bloque unificado (en especial en acuerdos comerciales con terceros países o bloques). Sin embargo, en los últimos años se ha visto jaqueado por las discrepancias comerciales entre los dos grandes socios, Argentina y Brasil, y también por las justificadas quejas de los socios más pequeños, en especial Uruguay.
La situación no es tan sencilla, ya que no se trata de un simple duelo entre la AP y el Mercosur. Hay elementos claves que los oponen, en especial la característica ideológica de los gobiernos y la presencia de Estados Unidos, pero también hay diversos aspectos que interpelan a todos los países. En el aspecto comercial, cabe decir que tanto Chile, como Perú, Colombia y México tiene Acuerdos Preferenciales con el Mercosur, que llevan a una relación comercial muy cercana entre ellos.
Chile tiene una economía íntimamente conectada con la Argentina, tanto como Colombia exporta gran parte de su producción industrial a Venezuela. Sumado a esto, Perú, Chile y Colombia son parte de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) y, con sus diferencias, han estado alineados en la integración política promovida desde esta organización. Sin ir más lejos, luego de la muerte de Néstor Kirchner la Secretaría General de UNASUR quedó en manos de Colombia.
A este dato sumamos la conformación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), que sí integra México y cuya presidencia pro-témpore acaba de pasar de Chile a Cuba. La CELAC está compuesta por miembros de todos los gobiernos de América Latina y también se ha planteado como un espacio de unidad, en oposición a la presencia norteamericana en la región. En base a estas realidades, se torna complejo hablar de una competencia entre un supuesto grupo “bueno” (la AP) y uno “malo” (Mercosur), ya que la integración se viene construyendo en conjunto y las economías se conectaron entre sí mucho más en la última década que en el pasado.
La geopolítica tiene mucho que ver en la búsqueda de una oposición entre la AP y el Mercosur.
Está el interés de Estados Unidos, que luego de la derrota sufrida a manos principalmente de Argentina, Brasil y Venezuela en la propuesta del ALCA, tomó el rumbo de los acuerdos de libre comercio bilaterales. Los cuatro miembros de la Alianza del Pacífico han firmado el libre comercio con Estados Unidos. Este dato es relevante, e influye a la hora de analizar las posturas de los gobiernos.
Para EEUU, la conformación de la AP tiene relevancia en su proyecto más global, el de competir con la potencia comercial que propone China. Esta perspectiva de EEUU tiene dos ejes: uno es el Acuerdo del Transpacífico, que agrupa económicamente a países del pacífico asiático (menos China) con sus pares latinoamericanos (todos los miembros de AP); la otra perspectiva es el acercamiento a través de un tratado de libre comercio con la Unión Europea (todavía en discusión). El inconveniente mayor de esta estrategia es que, si bien China tiene lazos comerciales principalmente con Argentina y Brasil, los países de la AP también han firmado acuerdos con China.
Sin ir más lejos, Perú, Chile y recientemente Costa Rica firmaron tratados de libre comercio con ese país. De la misma manera la comunidad económica del sudeste asiático (ASEAN) firmó acuerdos comerciales con China sin la participación de EEUU.
La firma del acuerdo comercial entre los principales países del pacífico de América Latina tiene como contrapartida la expansión del Mercosur con nuevos miembros, confirmado ya Venezuela y en tratativas con Ecuador y Bolivia. Más allá de estos hechos, y tal como lo expresamos en esta columna, las coincidencias (políticas y económicas) en la actualidad latinoamericana, son mayores que las diferencias. La búsqueda de una competencia entre estos dos sectores (AP y Mercosur) en realidad trata de dividir el espectro y poner en duda los procesos de integración económica y política de nuestra región.
Está demostrado que los modelos únicos de integración (es decir aquellos que plantean una hegemonía de pensamiento y práctica) no han dado frutos. Este es el caso tanto para el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) como también, debemos decirlo, para la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA) que se planteaba como alternativa. Los hechos dan prueba de que ninguno de los modelos absolutos han logrado imponerse y que lo que mejor han hecho los gobiernos actuales de la región es debatir y negociar en conjunto, aceptando los distintos paradigmas y a la par ir profundizando la integración regional.
Las potencias, y en especial Estados Unidos, siempre van a estar presentes buscando dinamitar los esfuerzos de integración autónomos. La promoción principalmente mediática de la Alianza del Pacífico como el nuevo bloque que confronta con el Mercosur es parte de una estrategia de división. Experiencias como la UNASUR y CELAC son una demostración de la capacidad de nuestros países de articular (aún con sus contradicciones) un proyecto común en la región. El camino es continuar profundizando ese proceso, aceptando visiones diversas y no buscando remarcar las diferencias, que a la larga sólo servirá para perjudicar nuestra independencia.
Comencemos primero por los datos de la realidad.
Desde hace varios años, pero con especial fuerza desde la constitución formal en junio del 2012, la denominada Alianza del Pacífico busca ser un eje de promoción de la integración regional a través de tratados de libre comercio, en contraposición con el modelo del Mercosur, que si bien también promueve la apertura comercial, busca ser una unión aduanera con algunos elementos de complementariedad económica entre los socios y protección de los mercados internos.
En la última reunión de la Alianza del Pacífico (AP), los países participantes, con el liderazgo de México y Colombia, decidieron eliminar los aranceles aduaneros en un 90 por ciento de los productos y con perspectivas de negociar la eliminación restante en los próximos meses. Este proyecto tiene como eje promover el libre comercio entre estos países y mirar con una perspectiva común al Pacífico, con eje en las potencias de países asiáticos. El Mercosur, en cambio, parte de una base más sólida (existe hace más de 20 años), ha sumado nuevos miembros (Venezuela recientemente y se negocia con Ecuador y Bolivia) y opera en algunos niveles como bloque unificado (en especial en acuerdos comerciales con terceros países o bloques). Sin embargo, en los últimos años se ha visto jaqueado por las discrepancias comerciales entre los dos grandes socios, Argentina y Brasil, y también por las justificadas quejas de los socios más pequeños, en especial Uruguay.
La situación no es tan sencilla, ya que no se trata de un simple duelo entre la AP y el Mercosur. Hay elementos claves que los oponen, en especial la característica ideológica de los gobiernos y la presencia de Estados Unidos, pero también hay diversos aspectos que interpelan a todos los países. En el aspecto comercial, cabe decir que tanto Chile, como Perú, Colombia y México tiene Acuerdos Preferenciales con el Mercosur, que llevan a una relación comercial muy cercana entre ellos.
Chile tiene una economía íntimamente conectada con la Argentina, tanto como Colombia exporta gran parte de su producción industrial a Venezuela. Sumado a esto, Perú, Chile y Colombia son parte de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) y, con sus diferencias, han estado alineados en la integración política promovida desde esta organización. Sin ir más lejos, luego de la muerte de Néstor Kirchner la Secretaría General de UNASUR quedó en manos de Colombia.
A este dato sumamos la conformación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), que sí integra México y cuya presidencia pro-témpore acaba de pasar de Chile a Cuba. La CELAC está compuesta por miembros de todos los gobiernos de América Latina y también se ha planteado como un espacio de unidad, en oposición a la presencia norteamericana en la región. En base a estas realidades, se torna complejo hablar de una competencia entre un supuesto grupo “bueno” (la AP) y uno “malo” (Mercosur), ya que la integración se viene construyendo en conjunto y las economías se conectaron entre sí mucho más en la última década que en el pasado.
La geopolítica tiene mucho que ver en la búsqueda de una oposición entre la AP y el Mercosur.
Está el interés de Estados Unidos, que luego de la derrota sufrida a manos principalmente de Argentina, Brasil y Venezuela en la propuesta del ALCA, tomó el rumbo de los acuerdos de libre comercio bilaterales. Los cuatro miembros de la Alianza del Pacífico han firmado el libre comercio con Estados Unidos. Este dato es relevante, e influye a la hora de analizar las posturas de los gobiernos.
Para EEUU, la conformación de la AP tiene relevancia en su proyecto más global, el de competir con la potencia comercial que propone China. Esta perspectiva de EEUU tiene dos ejes: uno es el Acuerdo del Transpacífico, que agrupa económicamente a países del pacífico asiático (menos China) con sus pares latinoamericanos (todos los miembros de AP); la otra perspectiva es el acercamiento a través de un tratado de libre comercio con la Unión Europea (todavía en discusión). El inconveniente mayor de esta estrategia es que, si bien China tiene lazos comerciales principalmente con Argentina y Brasil, los países de la AP también han firmado acuerdos con China.
La firma del acuerdo comercial entre los principales países del pacífico de América Latina tiene como contrapartida la expansión del Mercosur con nuevos miembros, confirmado ya Venezuela y en tratativas con Ecuador y Bolivia. Más allá de estos hechos, y tal como lo expresamos en esta columna, las coincidencias (políticas y económicas) en la actualidad latinoamericana, son mayores que las diferencias. La búsqueda de una competencia entre estos dos sectores (AP y Mercosur) en realidad trata de dividir el espectro y poner en duda los procesos de integración económica y política de nuestra región.
Está demostrado que los modelos únicos de integración (es decir aquellos que plantean una hegemonía de pensamiento y práctica) no han dado frutos. Este es el caso tanto para el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) como también, debemos decirlo, para la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA) que se planteaba como alternativa. Los hechos dan prueba de que ninguno de los modelos absolutos han logrado imponerse y que lo que mejor han hecho los gobiernos actuales de la región es debatir y negociar en conjunto, aceptando los distintos paradigmas y a la par ir profundizando la integración regional.
Las potencias, y en especial Estados Unidos, siempre van a estar presentes buscando dinamitar los esfuerzos de integración autónomos. La promoción principalmente mediática de la Alianza del Pacífico como el nuevo bloque que confronta con el Mercosur es parte de una estrategia de división. Experiencias como la UNASUR y CELAC son una demostración de la capacidad de nuestros países de articular (aún con sus contradicciones) un proyecto común en la región. El camino es continuar profundizando ese proceso, aceptando visiones diversas y no buscando remarcar las diferencias, que a la larga sólo servirá para perjudicar nuestra independencia.
fuente: ArgenPress
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