Un año más, tras el fin del verano estamos obligados a hablar de incendios forestales.
Parece que se haya convertido en una rutina más inherente al periodo estival y, dicen, al clima mediterráneo de este país. De nuevo oímos hablar de desastres naturales, de pirómanos, de intencionalidad, de negligencias, de daños ocasionados al medio ambiente, de pérdidas económicas y de víctimas mortales. Cada verano es como si se perdiera la memoria de todo lo que ha sucedido en años anteriores. De nada sirve todo lo calcinado durante los veranos anteriores, es como si cada verano la administración y los políticos se enfrentasen a algo que nunca hubiera sucedido.
Es posible que 2005, marque un antes y un después en la política de prevención y lucha contra los incendios forestales. Pero ¿quién no pensó esto mismo tras el verano de 2003 mientras Extremadura y Portugal (además de Grecia, el suroeste de EE UU y Australia) ardían por los cuatro costados? Resulta evidente que las trágicas consecuencias humanas del incendio de Guadalajara, que terminó con la vida de 11 personas, miembros de los retenes forestales de Castilla-La Mancha, han obligado a abrir un debate. Pero, realmente ¿servirá para que en España se tome en serio el problema de los incendios forestales?
Cuando se analizan objetivamente los datos de los últimos años encontramos que la realidad poco tiene que ver con la imagen generalizada que la sociedad tiene de los incendios forestales. Efectivamente, 2005 está siendo un año complicado en cuanto a incendios forestales:
hasta el 11 de septiembre, en España han ardido 153.286 hectáreas, de ellas 66.054 arboladas. En las mismas fechas, en 2003, ardieron 128.644 hectáreas, de las cuales 49.998 fueron arboladas.
Si nos remontamos a la década de los noventa, encontramos que en 1994 desaparecieron, pasto de las llamas, 437.635 hectáreas, 250.433 arboladas. Una cifra superada en la década de los ochenta, en 1985, cuando ardieron 484.476 hectáreas, con 176.266 arboladas y muy similar a 1989, con 426.693 hectáreas quemadas y 182.448 de ellas arboladas. Por tanto, es evidente que en este aspecto, ya deberíamos haber aprendido algo de la experiencia acumulada. En España el fuego, no es una novedad.
Un tema muy delicado y siempre difícil de tratar es el de las víctimas mortales, 18 muertes, según el Ministerio del Interior, en lo que va de año. Sin embargo, todos los años nos enfrentamos a esta situación, el año pasado se produjeron 5 víctimas mortales y 9 en 2003. Pero si volvemos a remontarnos a la década de los noventa y ochenta, encontramos que en 1994 hubo 33 víctimas mortales, 23 de ellas pertenecientes al personal de extinción. En 1992 se produjeron 15 muertes y 11 en 1989. Por tanto, tampoco 2005, ha sido la primera vez en la que mueren personas en el intento de sofocar los incendios forestales. ¿Por qué no habíamos aprendido de la experiencia de los años pasados?
Tal vez, uno se pregunte por las causas que han originado los incendios este año. ¿Es que han sido diferentes a las de otros años?, ¿realmente son imprevisibles los incendios forestales?, ¿anda tanto pirómano suelto como parece, cada vez que se escuchan las informaciones en los medios de comunicación y las declaraciones de los responsables políticos? A falta de datos completos y defi nitivos, las estadísticas provisionales ofrecidas por el Ministerio del Interior no se diferencian de las de años anteriores. El mayor número de incendios se debe a las quemas agrícolas, seguido de los fumadores, pirómanos, venganzas y confl ictos cinegéticos.
No parece que éstas sean causas imprevisibles ni inexorablemente unidas a los periodos de sequía y altas temperaturas del clima mediterráneo. A este respecto hay que señalar un aspecto muy importante que pasa generalmente desapercibido: España no arde por su mitad sur o este, sino por su mitad norte u oeste donde el clima es más húmedo y menos caluroso. Orense, en Galicia y León y Zamora en Castilla y León son las provincias más castigadas por el fuego durante la última década. Las causas, son archiconocidas, las quemas agrícolas, especialmente en Galicia y la obtención de pastos en Castilla y León. Este año no es diferente, entonces ¿qué está pasando? A la luz de los datos, parece que hay muchos más responsables que los pirómanos, ¿no son responsables los políticos y administraciones que no mueven un dedo sabiendo que iba a arder su provincia este verano, como ardió el año anterior y el anterior y el anterior…?
¿Por qué no hicieron nada? ¿No es responsable el que autoriza y permite actividades de alto riesgo de incendios en el monte y luego se escuda en la imprevisible piromanía?
La solución a los incendios forestales no es sencilla, no existe una receta mágica, pero sí se podrían hacer muchas cosas que disminuyeran el riesgo de incendios y, sobre todo, eliminaran la sensación de impunidad que rodea al incendio y al incendiario forestal. Por supuesto, se requiere un cambio en la planifi cación, ordenación y gestión del monte español. Esto requiere presupuestos y mano de obra. También se necesita fi jar población joven en las zonas rurales y conseguir poner en valor el monte. Pero lo que más y más rápido se necesita son políticos y administraciones que se tomen en serio el problema. Administraciones que no fi rmen autorizaciones, caiga lo que caiga; políticos que olviden su miedo a ser impopulares al prohibir actividades de alto riesgo en zonas forestales; ayuntamientos que no miren hacia otro lado mientras siguen ardiendo los vertederos municipales sin control alguno o mientras se construyen urbanizaciones en zonas forestales incumpliendo las normas más básicas de seguridad. Tal vez, el día en que un alcalde, un Director General o un Consejero pisen la cárcel, por acción u omisión, tras un incendio forestal, las cosas empezarán a cambiar, incluida la política forestal y la lucha contra los incendios forestales.
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