La hermana María Alcira inició hace una década en Tres Isletas, Chaco, un trabajo social que redujo a cero la desnutrición infantil.
Masticar todo el tiempo tierra y soportar un calor impiadoso que llega con frecuencia a los 50 grados –interrumpido en las noches de invierno por un frío que cala los huesos- era lo de menos.
Cuando, hace diez años, la hermana María Alcira García Reynoso llegó al Barrio Alianza de la localidad de Tres Isletas, en el Chaco –una provincia donde la pobreza roza el 60 %-, las carencias de todo tipo y los problemas sociales estrujaban el corazón. Desnutrición severa de los chicos, enfermedades que causaban estrago por la falta de una mínima atención sanitaria, violencia familiar y de la otra, analfabetismo y una deserción escolar galopante.
Por eso, si bien ella vino con la misión de fundar una escuela –siguiendo el perfil educativo de su congregación: Jesús María-, el patético cuadro con el que se encontró la obligó a asumir el desafío de ofrecer una respuesta integral. Una respuesta que terminó siendo tomada como un modelo para combatir la pobreza en América Latina.
La hermana María Alcira comenzó por recorrer el barrio y escuchar a la gente. "Estaba claro que había que empezar creando un comedor porque esas cabecitas debían desarrollarse", dice. "Después vino el centro de salud porque el hospital quedaba un poco lejos para las mamás que debían ir a pie con sus hijos en brazos por la falta de transporte", agrega. Luego se sumaron el jardín maternal y el jardín de infantes, no sólo para asistir a los chiquitos en los primeros años de vida, claves para su desarrollo, sino también a las madres en su tarea de educar y alimentar a sus hijos.
También se vio como otra prioridad crear un centro de apoyo escolar ante la deserción. Por sugerencia de una fundación, se armó además un taller de prótesis frente a tanta gente con problemas de motricidad que estaban condenados a una severa limitación de su movilidad por no tener aparatos elementales, pero inalcanzables para ellos en un contexto de tanta necesidad.
Pero la clave del éxito del centro comunitario que levantó la hermana María Alcira no fue solo haber podido concretar tantas obras en una década –y tener en proyecto otras-, sabiendo captar la generosa ayuda de fundaciones como Mapfre –desde el comienzo- o Telefónica, de muchas empresas, grupos parroquiales y familias del país y del exterior. Sino también el modo en que fue haciendo participe a todo el barrio de su desarrollo. Y, por cierto, el amor y respeto con que lo realiza, que despiertan la admiración de los vecinos. "Me encontré con mujeres muy fuertes (habló de mujeres porque son a las que más trato) y con una potencialidad enorme", señala. "Porque acá todos tienen una responsabilidad asignada, un papel claro, y estamos hablando de unos 70 operarios y más de medio centenar de personal calificado: maestros, técnicos, médicos", precisa.
Todo ello no implica descuidar la eficiencia en la administración de los recursos y la búsqueda del autosostenimiento. De hecho, los comedores –que atienden un turno a las 11 para chicos desnutridos y menores de tres años, y otro, a las 12, para niños más grandes, más las viandas para gente muy necesitada- reciben un aporte de dinero para 280 raciones, pero la gente de la hermana Alcira logra que alcancen para 400.
Además, un enorme invernadero, donde se cultivan verduras, ya es una buena ayuda para la financiación del centro. "Por ahora es una fuente parcial de ingresos, pero aspiramos a que cubra todo el funcionamiento", dice, convencida, la religiosa.
Da gusto ver cómo los trabajadores del invernadero muestran orgullosos los enormes pimientos, los tomates y otras tantas verduras. Atrás quedó una pequeña fábrica de pañales descartables, que sucumbió ante la imposibilidad de competir con los grandes fabricantes. Pero eso no impide que se sueñe con otros proyectos.
En verdad, las obras de la hermana María Alcira –"y de tanta gente porque somos muchos los que trabajamos acá", aclara una y otra vez la religiosa- trasciende el centro comunitario. O, mejor, son una extensión. Porque se consiguieron fondos –por caso, de una comunidad de una parroquia de Buenos Aires- para la construcción de casas para el personal. "Ya construimos 38 con habitaciones de tres por cuatro con techo alto por el calor", dice. Además, el gobierno provincial –acompañando el crecimiento de su obra- dotó de agua potable y cloacas a muchas casas lindantes. Y levantó a su lado una estupenda escuela que imita la línea de construcción del centro.
Hoy los logros están a la vista. Por empezar, a comienzos de este año, la desnutrición en los niños menores de un año en el barrio llegó a cero. La violencia cayó a la sexta parte. Las vacantes en los jardines no alcanzan y todo Tres Isletas está orgulloso del centro y quiere, de una u otra manera, participar. Por lo pronto, los comerciantes le hacen fuertes rebajas y la municipalidad se encarga de la luz. Pero no son tiempos para bajar los brazos.
La pobreza, que desde mediados de 2007 volvió a crecer en el país, también crece aquí. La producción de algodón -el gran cultivo de estos lares- bajó muchísimo, el girasol se perdió casi todo por la sequía, los aserraderos no pasan tiempos de bonanzas y la industria brilla por su ausencia.
Eso sí: no faltan voluntarios del país y del exterior dispuestos a pasar en el centro dos meses o más dando una mano. El siguiente proyecto es un centro de capacitación laboral acorde con las necesidades reales de la zona. La hermana Alcira subraya que la clave pasa –tomando como eje la educación- por integrar todo, ofreciendo lo mejor y aún con belleza, que no es la del lujo, sino la de la armonía en el orden y la limpieza". Claro que su gran motor, como dice, es su fe que la lleva de modo prioritario a atender lo urgente: la dignidad humana. De hecho, 250 chicos asisten a las clases de catequesis y en medio del centro comunitario se levanta una hermosa capilla.
Para colaborar con la hermana María Alcira hay que llamar al03732-461195 o escribir al mail magr3i@gmail.com
fuente: Clarín
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