Estuvo hace días de visita en Buenos Aires, invitada por el Centro de Investigaciones Creativas (CIC), dirigido por Roberto Jacoby, para dar un taller: "Arte de conducta - creando una profesión".
Allí trató los aspectos más intolerables de la vida social mediante la puesta en juego de la subjetividad hasta arribar a la creación de identidades profesionales, en un recorrido desde lo privado a lo público, desde el rechazo personal hasta la imaginación de actividades y roles profesionales diseñados para enfrentarlos.
La charla con ella tiene lugar una tarde de agosto en la sede del CIC. "Quiero proponer el tipo de artista que se pueda meter en lo social –dice– con el privilegio que tiene el artista de meterse donde otros no se pueden meter. Me interesa el artista como un incentivador social y responsable. No me interesa ir a un espacio a decir algo sino a hacer."
Su reciente creación para la última Bienal de Venecia describe de un modo indudable hasta dónde llega su pregonado concepto de arte político, intervención y ejemplo. Esto hizo en una performance que llamó "Autosabotaje": mientras leía un texto sobre arte, sentada a una mesa, apuntaba con su mano derecha con un revólver a su sien. El revólver era de verdad y estaba cargado con una bala de verdad. Hablaba y disparaba en una suerte de demente ruleta rusa. La bala nunca se disparó. Al cuarto intento, disparó al aire. Todo esto sucedió en el marco de La sociedad del miedo , en el
Pabellón de Murcia curado por el artista peruano Jota Castro. Casi un centenar de espectadores asistieron al sabotaje. Castro intentó parar la acción después del tercer disparo –"yo he visto la bala y me parecía real", dijo después–, y el artista austríaco Hans Haacke, otro de los participantes en la propuesta murciana, arremetió contra Tania Bruguera tras acabar la acción. No hacía falta saber alemán para entender que le preguntaba, ofuscado, si se había vuelto loca. Unos quince minutos transcurrieron desde que la artista cargó la pistola a la detonación.
Yo la había escuchado contar esta experiencia en la charla que dio en el Espacio Fundación Telefónica el día anterior a mi entrevista. Ahora que la tengo delante, no puedo evitar volver sobre el asunto y preguntarle que "cuántas balas, que si eran de verdad, que por qué, que si no temía que se le disparara sobre su cabeza". Responde en orden: "Una bala de verdad, porque hago arte político en serio y quiero que se vean las consecuencias, estaba dispuesta a morir".
Y luego de todo esto, uno le cree cuando habla de arte social y político. No está blufeando. Lo dice en serio y actúa en consecuencia.
Bruguera nació y estudió en La Habana, hija de un cónsul que tuvo una parada en la Argentina pero que nunca la trajo a conocer el país; fue criada en el marco de los preceptos de la revolución. Sin embargo, ostenta una mirada nada ortodoxa sobre la manoseada palabra en juego: revolución.
"Me pasó recientemente –explica– que muchas personas me pidieron que me definiera si estaba a favor o en contra. No estoy de acuerdo con esa categorización. Cuba es un país demasiado complejo para esa simplificación. Me interesa proponer una tercera opción y decir qué es lo que me tocó, que vamos a trabajar con lo que tenemos y a aprovecharlo y que lo que no funciona hay que quitarlo. Esta tercera opción da la posibilidad de abrir un espacio nuevo indefinido. Yo soy revolucionaria y, para mí, revolución es ser capaz de responder a las necesidades del momento. El concepto revolucionario desde el punto de vista oficial tiene que ver con una lealtad con las personas que dirigen el país; para mí, revolución es responder a las necesidades del momento creativamente y trabajar para los demás. Mi lealtad es con los ideales y no con las personas. Quizá en ese punto entro en conflicto, pero es lo que pienso y actúo en consecuencia."
Servir a los otros
Tania hoy vive y trabaja entre su ciudad natal e Illinois, Chicago, donde es profesora de performance en el Departamento de Artes Visuales. Ahora está por emprender un año sabático en el que vivirá en París, autogestionando su nuevo proyecto, la creación de un Partido del Pueblo Migrante (PPM). Le pregunto si no le parece un poco mesiánico que una cubana llegue a Francia a tratar de organizar a los sin papeles: "La estrategia es empezar a hacerlo yo como autora y luego que la siga la gente, es jugar con la idea de que el artista es el que puede hacer lo que otros no pueden. Quiero que el partido tenga verdadero poder y se pueda presentar a elecciones".
Alrededor de este proyecto, explica con precisión y detalle su idea del arte: "El arte social contemporáneo se queda en denunciar. Eso no me interesa, el artista contemporáneo debe intervenir, meterse en esos espacios sociales no definidos que están fuera de la ley, no por ilegales sino por no considerados. Tú puedes comer el arroz de China pero no quieres al chino que vive al lado de tu casa. Así no vale. Voy a trabajar con los sin papeles pero también con los legales y con los hijos de inmigrantes y con los políticos. Y no me parece mesiánico –aclara– porque como artista me tomo todos los derechos".
En la última Bienal de La Habana también se hizo notar con la performance, "Susurro de Tatlin N° 6". En ella, dos falsos militares custodiaban un micrófono al que cualquiera tenía acceso para hablar libremente un minuto estricto, luego del cual –hubiese o no terminado su discurso– era desalojado. El espacio fue tomado para reclamar pacíficamente por aquello que los cubanos consideran reivindicaciones básicas: desde el acceso irrestricto a Internet hasta aspectos controvertidos de la vida cotidiana.
Fiel a sí misma y considerando ya que las tecnologías de la performance tales como las conocemos hasta ahora están agotadas, Bruguera hizo un pacto con el peruano Jota Castro. Se donaron mutuamente sus cuerpos. Aquel que muera primero tendrá derecho sobre el cadáver del otro para intervenirlo como le dé la gana. Este certificado de defunción ya comenzó a redactarlo en Venecia y lo cerró con su pacto con Castro (nada que ver con el Comandante).
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