Por su traición fue expulsado al infierno, junto a su legión.
El diablo representa la figura del mal y es el supuesto señor de la oscuridad. Es el que lleva a la tentación y a quien se le considera autor intelectual del pecado original.
Es ingenioso, seductor, falso, acusador, mentiroso y mordaz.
Es un timador que conduce a los pecadores a arder en las llamas eternas del infierno.
No se ha comprobado que exista, pero, por si acaso, muchos le temen; ha sido el terror de generaciones.
Por eso los guatemaltecos lo queman cada 7 de diciembre, como una tradición que empezó con las primeras procesiones que se efectuaban en Antigua Guatemala, cuando se celebraban las luminarias, una noche antes del Día de la Virgen de Concepción. Luego de los terremotos de 1773 y el traslado al Valle de la Ermita, la gente sacaba a la Virgen y cada quien, frente a su casa, encendía una fogata. Con el tiempo hubo variaciones hasta derivar en lo que hoy se practica ese día en varias partes del país. Sin embargo, parece ser que el diablo es tan poderoso que nadie lo ha podido eliminar, y por eso hay que quemarlo año tras año.
Los caídos
El príncipe de las tinieblas carece de partida de nacimiento; solo se sabe que su aparición es anterior al Cristianismo, casi paralela a la existencia del ser humano, cuando, en forma de serpiente, animó a Eva a comer el fruto prohibido, de acuerdo con el Viejo Testamento.
Lucifer —brillante servidor de Dios— se distinguía por su sabiduría, sagacidad y eficiencia. Sin embargo, el hermoso ángel abrazó el pecado y, junto a Satanás —su primer ayudante— y Caligastia, encabezó una rebelión, relata El Libro de Urantia. De acuerdo con Santo Tomás de Aquino, el pecado fue la soberbia, pues quería ser igual al Creador.
El alzamiento fracasó y los tres fueron expulsados con sus aliados; ahora esperan su juicio en el infierno.
Lucifer, Satanás y Caligastia, posteriormente, fueron tomados por el Cristianismo como uno solo, y por ello existen ahora varios nombres para referirse al enemigo de Dios.
El italiano Dante Alighieri, en su obra maestra La Divina Comedia (siglo XIV), refleja la monstruosidad de este ser, con tres rostros en la misma cabeza: “Me hallé, entonces, frío, sin aliento, ni lo sueñas, lector, ni yo lo escribo, ni lo alcanza a expresar humano acento”.
Ese lugar siniestro
Héroes, poetas y monjes visionarios han “bajado” al infierno y han tenido la suerte de regresar a este mundo para detallarlo. Cada autor lo describe según su nivel de ansiedad y las concepciones del mal propias de su época. Ese lugar oscuro es, de alguna manera, el espejo de nuestra vergüenza, remordimientos y del mal extendido por doquier.
El Tártaro —como le llamaban los griegos— es el sitio de sufrimiento que un ser tiene que soportar como consecuencia de un mal moral del que se ha hecho culpable: es el castigo impuesto por poderes sobrenaturales o por el resultado de un destino vengador. La duración de estos tormentos puede ser eterna o provisional, según el punto de vista de cada creencia religiosa.
Este reino de sombras, poblado de fantasmales desgracias, “lo vieron” Gilgamés, Ulises, Virgilio o Dante, por ejemplo.
En la antigüedad, la Mesopotamia pintaba al infierno con tinieblas y polvo, con seres mitad hombre, mitad animal. Algunos con cabeza de león, pies de ave y manos humanas.
En tanto, los griegos hacen otras descripciones. En La Ilíada (posiblemente del siglo VIII a. C.), Homero habla de “moradas terribles, amplias, que hacen estremecer a los dioses”. Este inframundo tiene dos niveles: el Hades —un infierno superior— y el Tártaro —un lugar profundo, prisión de titanes y del que no se tiene retorno—. La distinción Hades-Tártaro se encuentra en el Cristianismo, en el que hay un infierno superior —de donde deriva el purgatorio— y el inferior: la morada de Satán, enuncia La historia de los infiernos, de Georges Minois.
Platón también se refirió al tema; de hecho, es considerado el padre de los infiernos filosóficos, ya que es quien más ha influido en el pensamiento tradicional de ese lugar tenebroso. Para él, a la muerte sigue un juicio en el que se decide si el alma va al Tártaro o a las islas de los bienaventurados.
Manuscrito misterioso: Arriba se muestra el Códex Gigas, que se guarda en la Biblioteca Real Nacional, en Suecia.
Otro importante intelectual fue Virgilio, padre de los infiernos populares, que en una parte de su obra La Eneida (cerca del siglo I a. C.) presenta una caverna rodeada de aguas oscuras y nauseabundas, en cuyo vestíbulo esperaban lúgubres personajes: el duelo, los remordimientos, la enfermedad, la vejez, el miedo y la discordia. De pronto, sus visitantes se trasladan a un sitio con monstruos alados —centauros, hidras, harpías y gorgonas— y otros espantosos seres. Dichas criaturas son conceptos de demonios que, luego, el Cristianismo adoptaría, describe Minois.
Pero es Dante, con La Divina Comedia, quien halla un punto de unión entre los infiernos popular, filosófico y teológico: el suyo está formado por círculos, con una entrada, vestíbulo, recintos, salas, salida, pasillos señalados y custodiados.
En el primer círculo se encuentran los paganos y los infieles; en el segundo, los impúdicos y lujuriosos; en el tercero, los sibaritas y los glotones; en el cuarto, los avaros y los pródigos; en el quinto, los iracundos; en el sexto están los herejes; en el séptimo, los violentos; en el octavo, los fraudulentos; su reino de tinieblas acaba en el centro de la Tierra —el noveno círculo—, en donde se hallan los traidores. Allí está Lucifer, colosal y peludo, que despedaza a Judas Iscariote.
Visión maya
Para los mayas prehispánicos, el destino de una persona en el más allá no estaba determinado por aspectos morales ni había sistema de castigo para los “malos”. Por eso la aculturación entre los misioneros españoles y los indígenas originó confusión. Los ibéricos fueron quienes impusieron en América el terror al infierno cristiano. Incluso, en 1551, el Tercer Concilio Provincial de Lima ordenó a los párrocos decirles a los nativos que “todos sus antepasados y soberanos se [hallaban] en ese lugar de sufrimientos porque no conocieron a Dios ni lo adoraron, sino que adoraron al Sol, a las piedras y a otras criaturas”.
En la actualidad, algunos k’iche’s creen que en el “otro mundo” hay un camino bifurcado: por un lado, un sendero ancho, plano, lleno de flores y muy atractivo, pero conforme avanza se hace más angosto y escabroso, con piedras y espinas que conducen a Xibalbá, donde solo hay fuego y en donde los muertos sufren por la eternidad. El otro camino, por el contrario, principia al revés: angosto, tupido de espinas y piedras, pero que de a poco se limpia hasta llegar al “lugar bueno”, en donde hay un gato que da la autorización para ingresar.
También los mames creen en estos dos caminos, a diferencia de que el alma es conducida por un personaje llamado Juan Novia. Asimismo, los familiares pueden saber en dónde se encuentra su fallecido a través de los sueños, dependiendo de si lo ven feliz o triste.
Los kaqchikeles difieren en otros aspectos: en el “camino malo”, el espíritu debe defenderse de las mordidas de perros famélicos, y luego llegar al Río de la Muerte, cuyas aguas son negras. Allí, otros perros lo reciben, y si consideran que el muerto merece llegar a la otra orilla —donde ya no tendrá nada que temer—, lo montan sobre su lomo y lo pasan nadando.
De lo contrario, se convierten en esos canes hambrientos. Se dice que algunos creen merecer pasar al otro lado y se lanzan al río, pero este los arrastra hasta Xibalbá, en donde sufren para siempre.
Los antiinfierno
Para algunos filósofos, el reino de la oscuridad no existe. Por ejemplo, Sócrates, quien sencillamente relaciona el mal con la ignorancia. Aristóteles tampoco contempla la existencia del más allá, sino que es en esta vida donde un individuo trabaja en su propia perdición; en otras palabras, el ahora es el verdadero infierno.
Lucrecio se muestra aún más crítico: reprocha a las diversas religiones el haber creado los mitos infernales, pues solo fomentan la angustia, y en cambio “son las religiones las que han dado origen a actos impíos y criminales”.
¿Existe el tal diablo?
Las ideas del diablo y del infierno se plantaron en definitiva durante la época medieval, como un método de la Iglesia Católica para apartar a las personas del mal. También tuvo que ver mucho el imaginario de los textos apócrifos y apocalípticos del siglo III, que hablaban con fuerza acerca del fin de los tiempos, refiere Minois.
En 1972, en una audiencia general, el papa Pablo VI se refirió al peligro que Satanás representa, por ser un ente “viviente, espiritual, pervertido y pervertidor, realidad terrible, misteriosa y temible”
Continuaba Pablo VI: “Este ser oscuro y perturbador existe y está actuando con astucia traidora. Es el enemigo oculto que siembra el error y la desgracia en la historia de la humanidad”. Según el Pontífice, el gran éxito del diablo ha sido hacer creer que no existe, por lo que se facilita su tarea de seducción y engaño.
Sin embargo, el Cristianismo considera que el poder del demonio es limitado, ya que cada persona decide si actúa en forma correcta o no.
No se puede afirmar que Lucifer y su legión rebelde existan, así que no hay que dejarse amedrentar por ellos; en todo caso, hay que temerle al pecado, que es lo que representan.
La biblia del diablo
El Códex Gigas —que en latín significa libro grande— es un manuscrito que data del siglo XIII y encierra varios misterios.
La obra consta de 624 páginas y contiene la versión completa de La Vulgata (versión en latín de las Sagradas Escrituras), a excepción de Los Hechos de los Apóstoles y el Apocalipsis. Asimismo, contiene encantos y conjuros de exorcismos demoníacos. Pero, de todo esto, una página es la que más llama la atención, en donde está la figura del diablo, con cuernos, pezuñas partidas, piel escamosa y cuerpo mitad hombre y mitad bestia. Esta imagen siniestra, basada en Pan —dios de la fertilidad y de la sexualidad masculina desenfrenada, de acuerdo con la mitología griega—, fue tomada por el Cristianismo para representar al príncipe de las tinieblas. Hasta ahora nadie sabe por qué aparece ese dibujo allí.
La leyenda
El texto fue manuscrito en Bohemia (actual República Checa), por un monje benedictino que fue condenado a morir por un grave pecado. Para evadir aquella pena, el religioso promete algo imposible: escribir un enorme libro con la Biblia y la sabiduría humana, para así glorificar a su monasterio. Sin embargo, solo se le concede una noche para hacerlo.
De inmediato el monje se pone manos a la obra, pero al ver que su tarea es colosal y ante la desesperación de que su tiempo se termina, a medianoche resuelve hacer un pacto con el ángel caído: Satanás.
Así como Los Evangelios fueron guiados por la mano de Dios, este libro, de acuerdo con la leyenda, fue dictado por el demonio, que acudió al llamado del angustiado monje.
De forma reciente, un equipo de científicos descubrió que, en efecto, el Códex Gigas solo pudo haber sido escrito por un hombre. Lo sorprendente es que, en aquellos tiempos, para hacer un libro de semejante envergadura se habrían necesitado al menos 40 años.
Se ignora cuál fue el fin de aquel religioso, y mucho menos qué le pudo haber pasado en el más allá con el diablo, de ser cierta la leyenda.
Hoy, el manuscrito se conserva en la Biblioteca Real Nacional, en Estocolmo, Suecia.
En la antigüedad
En el mundo, a través de las épocas, han existido diferentes señores tenebrosos.
India
Mara es el espíritu tentador que trató de alejar a Buda de la iluminación.
Mesoamérica
La ciudad de la oscuridad —que podría interpretarse como un infierno— es Xibalbá. Sus gobernantes tenían cabeza de zopilote.
Grecia
El dios de la oscuridad y de los infiernos era Plutón.
Babilonia
Tiamat o Yamú, un monstruo, es el príncipe del mal.
Zoroastrismo
La mentira y la muerte eran representadas por Angra Manyu.
Islam
El ángel que no quiso postrarse ante Adán fue Iblis (Satán).
Secta
Satanismo
Un pentagrama invertido dentro de un círculo representa al satanismo, un movimiento que adora a Satán, el enemigo de Dios.
En 1966, Anton Szandor LaVey, el Papa Negro, fundó esta secta, cuya doctrina se basa en el individualismo y el hedonismo. En su biblia se encuentran nueve mandamientos, uno de ellos es que “Satán representa la venganza, en lugar de ofrecer la otra mejilla”.
Aunque reniegan del Cristianismo, también están en contra de los proclamados “satánicos” —que aseguran hacer sacrificios humanos en honor al diablo—.
La sede actual de los satanistas está en Nueva York, EE. UU.
Sus nombres
- Lucifer. Ángel de Luz que se rebeló por querer ser igual a Dios.
- Belcebú. Príncipe de los demonios. También es conocido como Señor de las moscas.
- Satanás. Del hebreo Satán, que significa adversario.
- Diablo. Del griego diabolos, que quiere decir calumniador o acusador.
- Belial. Deriva del cananeo Baal, que significa Señor. Es identificado como un ser que conduce a la confusión, a la lujuria y al deseo.
fuente: PrensaLibre
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