Ahora bien, esta visión que es común para los europeos es el resultado de una tradición cartográfica y cultural que nos ha hecho sentirnos el “centro del mundo”, mentalidad reforzada quizá en lo religioso por el concepto de “pueblo elegido” tan importante en toda la tradición hebrea y cristiana. Hay que precisar no obstante que todas las civilizaciones se consideran a sí mismas como el centro del mundo; el caso de China, por ejemplo, es especialmente significativo pues su propio nombre, ” Chung Huo”, significa el País del Centro. Para los países islámicos el centro del mundo es Arabia, donde se encuentran sus lugares sagrados, y así en los demás casos. En este trabajo explico la evolución de la cartografía, la forma de reflejar la imagen del mundo, desde la antigüedad hasta el Renacimiento.
Grecia y Roma
Como en tantas otras cosas la civilización griega es también el origen de la geografía y cartografía tal como la entendemos. Los primeros mapas conocidos datan de los siglos VI aC y muestran un conocimiento aceptable de las costas mediterráneas y de las comarcas limítrofes, perdiéndose calidad en la representación a medida que nos alejamos de las costas. Hecateo de Mileto, que en el siglo VI aC recorrió el amplio imperio persa, Egipto y la Península Ibérica, es el primer autor que nos ha dejado una descripción de carácter geográfico e histórico: “Viaje alrededor del mundo”.
Se le atribuye un mapa que presentaba el mundo en forma de disco, en el que dos amplias extensiones de tierra de forma básicamente semicircular representaban Europa y Asia, que incluía el norte de África y se encontraban rodeadas por un enorme océano. El Mediterráneo ocupaba el centro del mapa y sus costas, desde las Columnas de Hércules hasta el Ponto Euxino (Mar Negro), aparecen reflejadas con bastante corrección, incluyendo el “Golfo Arábigo” y el golfo Meotide, nuestros mares Rojo y de Azov respectivamente.
Algo posterior es el mapa de Heródoto (484-420 aC), que ofrece algunas interesantes novedades. En primer lugar, su mapa es rectangular y el océano lo cierra por el oeste y el sur, pero el este y norte concluyen en tierra firme (¿tal vez una genial intuición de la inmensidad de Eurasia…?). Heródoto no pretende conocer la forma general de la Tierra, y se da cuenta de que la forma y extensión de los continentes son desconocidas, se limita por tanto a representar lo que se conoce más o menos bien. Así en su mapa encontramos mucho mayor detalle de amplias extensiones del interior de Europa, Asia y África. En Europa aparecen ya señaladas las grandes cordilleras de los Alpes, Alpes Dináricos y montes Balcanes, así como el curso del río Ister (Danubio) con sus múltiples afluentes así como los ríos del sur de Rusia que vierten al mar Negro.
También aparecen ya el mar Caspio y la cordillera del Cáucaso, la Cólquida de los griegos. Arabia, Persia y la India aparecen apenas esbozadas aunque los ríos ya se encuentran localizados con bastante aproximación. En cuanto a África el mapa de Herodoto no sólo representa mejor las costas que el de Hecateo, en el que aparecían excesivamente lineales, sino que incluye algunos aspectos del interior, como son el conjunto de cordilleras del Atlas, en los actuales Marruecos y Argelia, en las que sitúa el origen del Nilo. El error geográfico es notable pero responde a un intento de interpretación lógica de las cosas a partir de lo que conoce del interior de África. Heródoto sabe, por lo observado en Europa y Asia, que los grandes ríos nacen de grandes cordilleras, por tanto el Nilo que atraviesa el gran desierto con su enorme caudal debería nacer en alguna cordillera importante. ¿Y cuál es la única cordillera que se encuentra en el norte de África y que él conoce? El Atlas. Así que tras descender al Nilo hacia el sur en línea recta hasta Meroe, Heródoto le hace describir una amplia curva en sentido oeste hasta alcanzar el sur de las montañas del Atlas.
Aunque ya Tales de Mileto, en el siglo VI, lo había planteado, fue durante el siglo IV cuando, gracias a las aportaciones de Aristóteles y Dicearco, el conocimiento de la esfericidad de la Tierra fue aceptado como algo común por los científicos y filósofos, excepto entre los epicúreos y desde luego los ignorantes. Uno de los problemas que surgían a partir de este momento era establecer un sistema adecuado para localizar los puntos sobre esa esfera y otro lo constituía el calcular el tamaño del planeta.
Fue Dicearco quien concibió el sistema de líneas rectas imaginarias recorriendo la superficie terrestre para a partir de ellas localizar los demás puntos. Es decir, el concepto de meridiano y paralelo surge a partir de este griego genial que sentó las bases de lo que hoy conocemos como la red geográfica. Dicearco sin embargo empleó únicamente un paralelo y un meridiano.
Eratóstenes de Cirene (275-195 aC), sin duda el más notable de todos los geógrafos de la antigüedad, fue quien resolvió hábilmente ambas cuestiones. Eratóstenes representa el modelo de sabio completo, global, aquel que es brillante en varias disciplinas y no sólo científicas como matemáticas, astronomía o geografía, sino también en las literarias, como poeta, gramático e historiador. Su prestigio era tan grande que fue llamado desde Atenas por el gran rey Ptolomeo III Evergetes para que se hiciera cargo de la dirección de la Biblioteca y el Museo de Alejandría, a los que llevó a sus mejores momentos.
Uno de los mayores méritos de Eratóstenes fue efectuar el cálculo de las dimensiones de la Tierra. La forma en que lo efectuó es bien conocida, midiendo la altura del Sol en el solsticio de verano en Alejandría y comparándola con la de Siena (Assuán) , donde el Sol incide perpendicularmente en ese día ya que justamente está situada sobre el trópico de Cáncer. Comparando el ángulo de incidencia de los rayos solares pudo determinar la distancia angular entre ambas ciudades, que resultó ser de 1/50 del círculo máximo. Como los agrimensores egipcios habían determinado la distancia en “estadios” entre ellas: 5.000 estadios, pudo fácilmente calcular el total de la circunferencia terrestre en 50 x 5000 = 250.000 estadios, es decir unos 39.600 km. Resultado de una precisión extraordinaria, pues la distancia real es de 40.080 km.
En cuanto al problema de la representación de la superficie terrestre, perfeccionó el método de Dicearco. Conservó el paralelo y meridiano que éste había empleado, y que se cortan en Rodas, pero mejoró el cálculo de las distancias, sobre todo en el sentido norte-sur. Dicearco había calculado la distancia entre Siena (Assuán) y Lisimachia, en el Helesponto, en 20.000 estadios o sea 3000 km, Eratóstenes la redujo a 13.100 estadios, 2000 kilómetros, distancia mucho mas ajustada a la real que es de 1750 km. Para nosotros, acostumbrados a tener resuelto el problema de las distancias con sólo mirar un mapa o buscarlo en internet o con un GPS, nos parece muy fácil, pero conviene recordar los escasísimos medios técnicos de que disponían estos antiguos geógrafos. Pero si calcular las latitudes y sus distancias era difícil, el medir las longitudes era una tarea casi imposible y los errores extraordinarios. De hecho hasta el siglo XVIII no se llegaría a un método preciso de determinación de las longitudes. Así el paralelo trazado desde las Columnas de Hércules (Estrecho de Gibraltar) hasta las bocas del Ganges, pasando por Mesina, Rodas, Tapscao sobre el Éufrates, las “Puertas Caspianas” y el Himalaya, lo calculaba Eratóstenes en 70.800 estadios, unos 12.000 km, distancia bastante superior a la real, casi en un 25.000. Los errores en las longitudes afectaban también al cálculo de las latitudes. De hecho en el paralelo citado hay un desfase de casi 12 º entre las Columnas de Hércules y las Bocas del Ganges.
El mapa de Eratóstenes repite algunos elementos del de Hecateo, como por ejemplo la idea de que las tierras emergidas estaban básicamente agrupadas (de hecho los tres continentes del mundo antiguo, o sea África, Europa y Asia lo están) rodeadas por un inmenso océano. También la representación ovalada, frente a la circular de Hecateo, nos recuerda al primer geógrafo. No obstante también hay diferencias muy significativas, en primer lugar la existencia de 9 meridianos y 7 paralelos principales que constituyen la primera red geográfica conocida.
Otra diferencia es la enorme extensión que se le concede a Asia, que ocupa casi la mitad de la tierra emergida, lo que es lógico, pues con las expediciones de Alejandro Magno los griegos ya habían tenido conocimiento de la inmensidad de tal continente. La representación del oeste y sur de Asia, es decir Arabia, Mesopotamia, Persia, la India con sus grandes ríos, el Himalaya cruzando Asia de este a oeste, los ríos de Asia central, como el Yaxartes y el Oxus, Ceylán, colocado erróneamente al suroeste de la India…. están bastante bien representados teniendo en cuenta la magnitud de las distancias y la escasez de observaciones de la época. Precisamente ésta fue una de las objeciones que años después le hizo Hiparco al trabajo geográfico de Eratóstenes: mientras no haya datos fidedignos y suficientemente abundantes no es posible confeccionar un mapa correcto, por tanto sería mejor abstenerse de intentarlo. Sin embargo la obra del director del Museo de Alejandría era admirable en muchos sentidos. Además, no inventaba nada, por ejemplo de África tan solo representaba las costas mediterráneas y del “Mar Arábigo” (M. Rojo) así como el Nilo, cuyo origen situaba en unos lagos en el sur, hacia Etiopía y el sur de Sudán. Toda la zona oeste y sur, desconocida en su momento quedaba apenas esbozada. En el extremo sur del Mar “Arábigo” situaba el “Cuerno de África”, muy correctamente, a la misma latitud que el sur de India y Ceylán. También el conocimiento del occidente de Europa es mucho mejor que en los mapas anteriores y ya encontramos no solo la península de Bretaña, sino también Inglaterra. Un error curioso es que el Mar Caspio se representa como un profundo golfo abierto al océano boreal; la enormidad de la desembocadura del Volga debió confundir a sus informantes…
Casi tres siglos y medio después el también geógrafo y astrónomo alejandrino Claudio Ptolomeo (138-180 dC, por tanto prácticamente contemporáneo de Marco Aurelio) dio el último gran impulso de la ciencia antigua al conocimiento del mundo. Ptolomeo redactó un amplio tratado titulado justamente “Geografía” compuesto por ocho volúmenes. En el primero de ellos se describían cuatro métodos para componer mapas y en los restantes libros se presentan unas amplias listas de lugares, clasificados por regiones, con sus coordenadas correspondientes. Aunque no se conserva ningún texto original sí se tiene bastante seguridad de que el texto es fidedigno. No tanto en el caso de los mapas que acompañan a los textos, que parecen ser de factura bizantina de los siglos XIII y XIV, interpretados a partir de mapas anteriores, quizás del final del Imperio Romano, de los que no queda nada. Parece, aunque no es totalmente seguro, que Ptolomeo empleó los trabajos de su contemporáneo Marino de Tiro para redactar sus libros y mapas. Éste había intentado desarrollar una visión más exacta de la tierra conocida empleando una red geográfica similar a la que aparece en las modernas proyecciones “de Mercator”, es decir una rejilla rectangular en la que meridianos y paralelos se cruzan ortogonalmente.
El extraordinario tratado y mapas de Ptolomeo abarcaba un espacio de 180 º de longitud, que se comenzaban a contar desde un poco al oeste de la Península Ibérica, hasta alcanzar justamente la China. Ahora bien, la distancia real entre ambos meridianos es sólo de 130º. Por tanto Ptolomeo aumentaba en unos 50º el tamaño de las tierras emergidas del Viejo Mundo; este error tendría una influencia decisiva trece siglos después cuando Colón concibió la idea de alcanzar las costas de China navegando hacia el oeste, pues cuanto mayor era Eurasia menor era por tanto el océano que las separaba y atravesarlo era más factible. De todas formas ya hemos señalado que el cálculo de las longitudes era un problema irresoluble en aquella época. En cuanto a la latitud el mapa de Ptolomeo abarcaba desde los 20º sur hasta los 65º norte. Aunque también encontramos errores en las latitudes, éstos no son tan groseros como los que apreciamos en las longitudes.
En el mapa de Ptolomeo encontramos por primera vez, y con algún detalle, regiones como la costa occidental de África, donde no solo incluyó las Islas Afortunadas, sino también los ríos que desembocan en el Atlántico justo al sur del desierto de Sahara: el Gambia y el Senegal. Si bien la línea de la costa no es muy realista que digamos, sobre todo a partir de un pequeño entrante que parece apuntar al Golfo de Guinea, pero que apenas lo esboza. Igual sucede con la costa oriental más abajo del “Cuerno de África”. El origen del Nilo lo lleva, correctamente, hasta algo más al sur de la línea del ecuador. El conocimiento de las costas occidentales de Europa también presenta algunos avances, por ejemplo ya aparece Hibernia, es decir Irlanda, y la península de Jutlandia con la costa sur del Mar Báltico. En cuanto a Asia sorprende la defectuosa representación de la India, que contrasta con el conocimiento de la península de Querson, que corresponde a nuestra península de Malaya, más allá de la cual sitúa el “Golfo Magno” que no es sino el Mar de China meridional, apuntándose como un todo continuo el amplio conjunto de islas del Indonesia (Sumatra, Borneo, Célebes, las Filipinas, etc.) que cierran su mapa por el extremo suroriental. En el interior de Asia, hacia el extremo oriente, aparece “Serica Sinae”, o sea la China de la Seda. Y es que precisamente en esta época se desarrolló con mayor esplendor la “Ruta de la Seda” y por tanto el intercambio comercial, tanto por Asia Central como a través del Índico, entre el Imperio Chino de los Han y el Imperio Romano en su mejor época, es decir el siglo II, el siglo de los grandes emperadores.
La obra de Ptolomeo fue la culminación de la ciencia geográfica en la antigüedad y la influencia de su recuperación durante el siglo XV, en el Renacimiento, sería decisiva para impulsar los grandes descubrimientos geográficos de portugueses y españoles.
Todavía conservamos un extraordinario mapa más de la antigüedad. La llamada Tabula de Peutinger, de autor desconocido y elaborada con gran probabilidad a mediados del siglo IV dC, constituye un ejemplo muy interesante de las diferentes perspectivas e intereses de los romanos y los griegos. Los primeros, como sabemos, eran mucho más prácticos, y al fin y al cabo la Tabula es una especie de mapa de calzadas y ciudades de su Imperio, algo así como un mapa de carreteras, frente al modo de hacer de los griegos más preocupados por alcanzar un conocimiento más global y teórico.
El nombre de Tabula de Peutinger lo toma este mapa de su propietario en el Renacimiento, un noble de la corte imperial de Maximiliano de Austria que lo recibió de manos de su descubridor, el bibliotecario del emperador, Konrad Celtes, que lo había hallado en un convento de Alsacia. Parece que el documento que Celtes encontró era la copia, fidelísima y de una sola mano, de un original romano, probablemente realizada entre los siglos XI o XII. La representación no responde a criterios cartográficos como los actuales, ni siquiera como los de Eratóstenes o Ptolomeo. Es un mapa convencional y muy deformado: extraordinariamente alargado y donde los puntos cardinales, las latitudes y longitudes geográficas, escalas, etc carecen de significado. Es un pergamino de casi siete metros de largo (682 cm) y 34 cm de ancho, preparado para ser enrollado y poder ser así transportado y empleado fácilmente. Por tanto su formato es radicalmente diferente al empleado por los griegos.
El área geográfica que abarcaba era más o menos similar al de Ptolomeo pues comprendía desde Hispania y Mauritania hasta la India y Ceylán. Las tres cuartas partes de su extensión están dedicadas al mundo romano, hasta Siria, y el tercio restante corresponde a Asia. Los distintos territorios se deforman para situarse como dos estrechas franjas en los lados superior e inferior del mapa y en medio queda una especie de canal que representa el Mediterráneo. Se emplean una serie de signos convencionales para las distintas categorías de ciudades, mayores o menores, la localización de guarniciones, baños, templos, los puertos con sus faros, etc. Por supuesto también aparecen las cordilleras, ríos, bosques, desiertos, etc. Entre las ciudades destacan especialmente Roma, Constantinopla y Antioquía, a las que se presenta con la figura de una divinidad, respectivamente la propia diosa Roma, Atenea y la Fortuna. Pero el aspecto más destacado de la Tabula Peutingeriana es la maraña de líneas rectas y quebradas que representan las más de 400 calzadas con sus más de 100.000 kilómetros de longitud que constituían el soporte vital, comercial, militar y de comunicaciones del Imperio. Entre cada ciudad, u otro destino, y la siguiente aparecen bien señaladas las distancias, si bien hay que tener en cuenta que en las diferentes áreas no se empleaba exactamente la misma, pues aunque en la mayor parte del mapa se usa la “milla romana” (2.426 m) en Persia es la “parasanga”, que valía cuatro millas romanas, o sea unos 10 kilómetros, y en India la “milla india” equivalente a dos romanas, cinco kilómetros.
Aunque el origen concreto de este mapa parece hallarse en el que Julio César encargó realizar, en el 44 aC, de la propia Italia y al que fueron añadiéndose poco a poco las diversas provincias del Imperio, sabemos que ya desde la época republicana era frecuente confeccionar mapas de las áreas conquistadas como elemento de propaganda y no solo por su finalidad práctica. Poco después, en tiempos de Augusto, sabemos que Agripa se encargó de representar, pintado sobre los muros de un edificio cercano al Mausoleo del primer emperador, un mapa con las características de formato descritas para la Tabula y que representaba los territorios del Imperio en aquel momento. Tenía una clara misión propagandística de mostrar la grandeza de Roma y las victorias y éxitos del emperador. Copiado infinidad de veces, en pergaminos y en paredes de edificios públicos y escuelas, este mapa se difundió por todo el Imperio. A lo largo de los sucesivos reinados fue ampliado y perfeccionado, incluso en época de Juliano se efectuaban todavía mejoras. Uno de aquellos mapas del final del Imperio Romano fue el origen del que hoy conocemos como Tabula de Peutinger.
Edad Media.
Como en todos los demás aspectos (cultural, artístico, demográfico, económico) la caída del Imperio Romano y el inicio de la Edad Media significaron también en la cartografía un retroceso espectacular. A medida que el Imperio se fragmentó y se fue hundiendo en la barbarie de las guerras continuas la posibilidad de viajar fue cada vez menor. La inseguridad de los caminos y la decadencia económica que provocaron el descenso del comercio motivó que los desplazamientos, tanto por mar como por tierra, fueran cada vez menores. Como también la cultura clásica, con todos sus enormes logros, fue abandonada por considerársela algo inútil, cuando no inspirado directamente por el diablo, los conocimientos geográficos sufrieron una pérdida similar.
No obstante la Edad Media europea es un periodo muy dilatado, unos mil años, en el que podemos señalar al menos dos grandes fases. Una primera, de decadencia y pérdida de todos los elementos que hicieron grande al mundo antiguo, un deterioro paulatino en todos los órdenes en el que no faltan intentos de recuperación pero que no alcanzan la continuidad necesaria para ser realmente fructíferos. Es el periodo que se suele denominar Alta Edad Media, y que básicamente (aunque es un tema muy discutido por los historiadores) podemos situar entre los siglos V y XI. A partir de dicho siglo comenzó una cierta recuperación, que se hace muy patente en el siglo XIII y que, tras la grave crisis del XIV, nos entronca directamente con el Renacimiento. Este segundo periodo, la Baja Edad Media, se caracteriza por una paulatina aparición de los elementos culturales, y de todo tipo, que serán el origen de nuestra civilización occidental.
El conocimiento del mundo durante la Alta Edad Media sufre un deterioro espectacular. Es verdad que algunos mapas se van a salvar y serán guardados celosamente durante siglos, tanto en Europa occidental como sobre todo en Bizancio y el mundo musulmán, pero la producción cartográfica de la época es de una pobreza y rusticidad sorprendentes. Uno de los mapas que se conservan es el llamado de San Albano, elaborado en la Galia en el siglo VIII, es decir durante el reino de los francos con los reyes merovingios y carolingios. En este mapa, tan de comienzos de la E.M., llama la atención no solo la evidente pérdida de conocimientos y la muy defectuosa cartografía, sino la preeminencia que toma el factor religioso. Si en la Tabula romana de Peutinger Jerusalén apenas aparecía mencionado, y Palestina solo era el espacio entre Siria y Egipto, en este mapa de la era plenamente cristiana, Judea y Jerusalén aparecen en un lugar destacado, en el centro, y además ocupan un espacio notablemente superior a su dimensión real. Interesa destacar lo que verdaderamente importa en cada momento, y en ese momento en que de todas formas no se comercia apenas, y mucho menos a larga distancia, las distancias reales y los itinerarios que preocupaban a los romanos, la determinación exacta de las latitudes y longitudes que interesaban a los griegos, ya no tienen ningún valor frente a la significación religiosa de los lugares santos del cristianismo. Sin embargo el mapa debe algo a la antigua cartografía griega, de modo similar al primer mapa de Hecateo (aunque con una representación lamentable si comparamos las dimensiones de los países y mares, las costas, etc. en uno y otro mapa) las tierras conocidas tan solo son las de alrededor del Mediterráneo, y rodeándolas a su vez por fuera se presenta un amplio océano de límites indefinidos.
El mapa de San Albano presenta una novedad extraordinaria que veremos repetirse en los mapas de los siglos centrales de la Edad Media, en los llamados “Beatos”, y es que para que la Tierra Santa de los cristianos ocupe el lugar principal, el que se ve de manera inmediata, aquel al que naturalmente se va la atención, las direcciones habituales para nosotros (y las comunes desde los griegos) debían ser alteradas. Así la posición de “arriba” en el mapa la ocupa el este, pues al este del mundo conocido, o sea al extremo oriental del Mediterráneo, es donde se encuentran Palestina y Jerusalén. El oeste por tanto queda en la posición de “abajo” y el norte y sur a los lados. Esta perspectiva es coincidente con la propia disposición de las iglesias cristianas en las que la cabecera, donde se sitúa el altar, se orienta hacia el este, que es de donde procede la “luz” y la “salvación” mientras que la entrada de las iglesias se coloca al oeste, el creyente va de las “tinieblas” hacia la luz. En el mapa el oeste, lugar donde el Sol desaparece y la Luz se extingue, queda abajo, en lo inferior, mientras que al este, por donde el Sol alumbra y llega el día, y que es precisamente donde están los Santos Lugares, es el lugar que tiene que ir “arriba”. Arriba y a la derecha es precisamente donde se colocan Jerusalén y Judea en este mapa.
Todavía en el siglo XIII se realizaban en el centro y norte de Europa mapas de este tipo de geografía mucho más simbólica que real. El mapa de Erbstorfer de 1284 es un buen ejemplo. En éste se vuelve a la representación circular, rodeando todas las tierras con un océano. El Mediterráneo ha desaparecido prácticamente y las diversas regiones son prácticamente irreconocibles. Los mares son sumamente estrechos y presentan anchuras poco mayores que los grandes ríos en una representación bastante caótica donde lo único verdaderamente claro es que Jerusalén, Belén y Galilea están en el centro del mundo, es decir en el centro del mapa. Como elemento novedoso, además de situar el Paraíso ahora más cerca de China, se destaca la localización del Arca de Noé en las inmediaciones del Cáucaso y además aparecen algunas localizaciones propias de la mitología clásica en una curiosa mescolanza, tanto más llamativa por la época en que se presenta. Claro que a finales del siglo XIII y tras las cruzadas y las continuas idas y venidas de los emperadores germánicos a Italia en sus luchas contra el Papa algunos elementos de la cultura clásica debían de haber ido incorporándose. En concreto aparecen en el mapa el “país de las Amazonas”, entre Armenia y Rusia, y el jardín de las Hespérides en el extremo suroeste de África.
En el mundo musulmán mientras tanto la cartografía conservó, por lo menos en algún caso, un nivel mucho mas notable debido a que se apoderaron de gran parte del Imperio Bizantino cuando éste todavía conservaba gran parte de su esplendor, y desde luego aún se mantenían muchísimos de los logros culturales de la antigüedad. Así el Islam se apropió de la herencia grecorromana, haciéndola suya y trasformándola. Además de los periplos de los grandes viajeros musulmanes del final de la Edad Media, como el marroquí Ibn Batuta y el andalusí Ibn Jaldún, interesa destacar sobre todo el extraordinario trabajo cartográfico del árabe al servicio del rey normando de Sicilia, Al Idrisi en el siglo XII.
Confeccionado en 1154 (o sea poco después de la segunda cruzada) en la corte de Roger II el mapa de Al Idrisi es en realidad una versión árabe del mapa de Ptolomeo, si bien presenta algunas notables diferencias respecto a éste. La principal de las cuales la constituye el hecho de que ahora es el sur el que está “arriba” del mapa y el norte “abajo”. Además el mapa está desplazado hacia Asia, que gana algo de tamaño, de forma que el “centro del mundo”, o sea el lugar en el centro y arriba del mapa, es precisamente Arabia y los Santos Lugares del Islam, la Meca y Medina. También África aparece más grande, prolongándose por el sur hacia el este y cerrando el océano Índico. Por el contrario Europa parece con menor importancia y precisión que en el de Ptolomeo. Las costas de Francia e Inglaterra aparecen muy desdibujadas, con una enorme península de Bretaña muy superior a su tamaño real y una multitud de islas en el Atlántico norte. Resulta muy llamativa la representación de la Península Ibérica en la que aparecen con bastante precisión los ríos, cordilleras, etc de las áreas todavía en poder de los musulmanes (época de los almorávides) es decir el sur y este, mientras que las regiones cristianas del norte y oeste muestran una calidad de la representación mucho menor. En conjunto el mapa de Al Idrisi muestra cómo mientras Europa occidental se hallaba sumida en la ignorancia y el desconocimiento más profundo, al menos en la ciencia geográfica, los árabes, gracias a la conservación del legado griego y romano, mantenían un nivel mucho más elevado.
No obstante este mapa presenta también importantes imperfecciones incluso en la zona que los árabes podían conocer mejor, por ejemplo la Península de Anatolia está notablemente exagerada a expensas del Mar Negro, que aparece mucho mas estrecho, pero así y todo constituye la mejor representación cartográfica del centro de la Edad Media.
En la época en que se elaboraba el mapa de Erbstorfer, un viajero italiano de nombre Marco Polo recorría las amplias extensiones de Asia Central y de Extremo Oriente, y el relato que publicó a su regreso terminaría cambiando la visión del mundo. Simultáneamente comenzaban a elaborarse en las ciudades comerciales del sur de Europa un nuevo tipo de mapas, menos pretenciosos pero mucho mas prácticos y sobre todo mucho más reales: los portulanos. La aparición de estos mapas está en relación directa con el auge de la navegación experimentado desde los siglos XII en adelante, en buena parte a causa de la actividad militar y económica de las Cruzadas y todo lo que supuso de disputar y ganar a los musulmanes el dominio del Mediterráneo. Pues bien los nuevos navegantes necesitaban mapas precisos de las costas, donde se recogieran sus principales accidentes, las ciudades y los puertos, etc. En absoluto les servía una cartografía simbólica, como la de la Alta Edad Media, por el contrario necesitaban una muy real para poder orientarse en sus rutas y navegaciones. Las ciudades italianas de Venecia, Pisa, Génova, Palermo, así como las francesas Marsella o Niza y desde luego las españolas, Barcelona, Palma de Mallorca o Valencia tuvieron talleres y escuelas donde se recogían, sistematizaban y trasladaban a estos mapas portulanos las informaciones que los navegantes aportaban y las mismas que ellos iban adquiriendo en sus viajes.
Ya hemos señalado antes cómo es en los siglos XIII y XIV cuando parece además que se efectuaron las copias bizantinas, que luego pasaron a Italia en el XV, de la obra de Ptolomeo. Por tanto tenemos que ya entre el final del siglo XIII y comienzos del XIV se estaba comenzando a producir un cambio decisivo en cuanto al redescubrimiento del mundo, algunos de cuyos hitos esenciales (más o menos coincidentes en el tiempo aunque sin relación de causalidad directa entre ellos) serían: el viaje de Marco Polo y la publicación de su “Libro de las Maravillas”; la copia y actualización en Bizancio de los tratados y mapas de Ptolomeo y por último, en las ciudades ya citadas, la elaboración de este nuevo tipo de mapas portulanos y el desarrollo de más eficaces instrumentos de navegación y medición, como los astrolabios y el inicio del empleo de la brújula.
Uno de los mejores ejemplos de estos portulanos es el llamado “Atlas Catalán” de los judíos Abraham y Jafudá Cresques, elaborado en 1375, en el que aparecen perfectamente todas las costas mediterráneas y algunas de las regiones circundantes, como el norte de África con las costas atlánticas, el Golfo Pérsico, Asia Central hasta China, etc. En el interior de los continentes se presentan con bonitos dibujos algunas de las rutas comerciales terrestres, pero el principal interés está en las costas y sus puertos. Ni siquiera en España hay mas que un mínimo esbozo del interior.
El siglo XV comienza con la expansión atlántica de Portugal y Castilla que se lanzan al Océano con una determinación y valor desconocidos. Así los descubrimientos y ocupación de los diferentes archipiélagos se sucede rápidamente. Castilla ocupó algunas de las islas Canarias, como Lanzarote, Fuerteventura, Gomera y El Hierro, entre 1403 y 1404. En 1419 Portugal hacía lo propio en Madeira y tan solo en 1427 descubrían las islas Azores, muy al interior del Atlántico. En 1434 alcanzaban el Cabo Bojador y diez años más tarde el Cabo Verde, ya al sur del trópico de Cáncer. Las islas de Cabo Verde eran descubiertas y ocupadas poco después, en 1456. En 1472 alcanzaron la isla de Fernando Po en el Golfo de Guinea.
Lo más sorprendente y maravilloso es que justamente en los mismos años en que Portugal se lanzó a recorrer las aguas del Atlántico y las costas de África, en dirección a Asia, desde Asia se iniciaba un proyecto semejante con muchos más medios técnicos, navales, económicos y demográficos. Tras haber expulsado a los mogoles los emperadores de la Dinastía Ming emprendieron un amplio programa de reconstrucción nacional, reconstruyeron Pekín, restauraron el Gran Canal entre el YangTse y el Hoang Ho, etc., y sobre todo se lanzaron a una amplia política exterior expansiva que incluía el desarrollo de una poderosa marina de guerra y comercial que comenzó a navegar por todos los mares de Extremo Oriente. Estas navegaciones se desarrollaron en los primeros años del siglos XV y parece que alcanzaban con facilidad el Océano Índico y las costas de India. Sin embargo en 1421 enviaron una expedición especialmente fuerte con más de un centenar de barcos, cada uno de ellos del triple tamaño que las mayores naves venecianas del momento. Dicha flota debía alcanzar los confines del mundo, comerciar y recabar el sometimiento al Emperador del País del Centro. Al mando del gran almirante Cheng Ho, que había dirigido al menos cinco expediciones similares al Índico y los mares del sureste de Asia desde 1405, sabemos con certeza que alcanzó al menos hasta las costas de África a la altura del canal de Mozambique, entre el continente y Madagascar. Tal vez incluso pudieron llegar más lejos y hasta doblar el Cabo de Buena Esperanza 65 años antes que los portugueses y en sentido opuesto… del este al oeste. Pero aunque algunos estudiosos recientes como Gavin Mencies plantean esto, y aún mucho más, no es seguro que llegaran a tanto. Tan sólo hay constancia fehaciente de que alcanzaran hasta la desembocadura del Zambeze. No obstante la capacidad para haber llegado mucho más lejos era evidente. Sin embargo en 1424 a la muerte del emperador Zhu Di se produjo una revolución y un cambio drástico en la política exterior de China: nada más de expediciones grandiosas, y costosísimas, a lejanos países. China decidió replegarse sobre sí misma y volver a su aislamiento. L a historia del mundo podía haber sido totalmente diferente de haber perseverado en sus exploraciones.
Tal vez incluso algunos misteriosos mapas del Renacimiento, como el de Fra Mauro de 1459 y el famoso de Piri Reis de 1513 deban mucho a estos navegantes chinos….
En todo caso a mediados del siglo XV se recuperó la geografía de Ptolomeo y su mapa, seguramente procedentes de Bizancio con la diáspora hacia Italia de sabios que provocaron los avances otomanos. Así en la década de los años setenta el geógrafo Toscanelli (Imago Mundi, 1474) planteaba ya, relacionando dicho mapa con las narraciones de Marco, la posibilidad de alcanzar Catay, China, navegando hacia el oeste. Sus errores de cálculo, que reforzaban los que ya había cometido el propio Claudio Ptolomeo, aumentando las dimensiones de Asia y reduciendo las del globo terráqueo, hacían mas verosímil el proyecto al reducirlo a 3000 millas náuticas. Sabemos de su correspondencia con un médico portugués, Fernao Martins, y con el propio Cristóbal Colón. De modo que ya había vuelto a recuperarse el conocimiento de la esfericidad de la Tierra y se volvía, como en la época helenística, a discutir sobre su tamaño, la posibilidad de conocerla en su totalidad y representarla adecuadamente.
El mapa de Fra Mauro, mucho menos citado que el de Piri Reis, no es sin embargo menos misterioso. ¿Por qué? Pues porque a diferencia de todos los mapas anteriores refleja con bastante precisión la costa sur de África, mostrando el Cabo de Buena Esperanza, una enorme isla al sureste que representa Madagascar, y toda la costa de África oriental. Y ello ¡ treinta años antes de que Bartolomeu Dias alcanzara el extremo sur de dicho continente! No hay una explicación clara a este enigma, si bien se apunta a la posibilidad de que algún navegante veneciano alcanzara el Océano Indico hacia la década de los cuarenta o cincuenta del siglo XV y pudiera tener acceso a los mapas, o al menos a algunas informaciones relevantes, elaborados por los navegantes chinos de Zheng Ho que habían surcado dichas aguas en los años anteriores.
El origen chino de los conocimientos del extremo sur de Sudamérica y las islas antártidas, como las que refleja el Mapa de Piri Reis, con la Patagonia, estrecho de Magallanes y la línea de la banquisa que parece enlazar la Tierra de Fuego con las islas Georgias del Sur y Sandwich. Pero todo esto excede ya el ámbito, y la extensión, de este estudio.
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