¿Granero del mundo? En realidad, Argentina es el país de las tierras secas. Y en esas zonas la erosión avanza 650.000 hectáreas por año.
Contrariamente a la percepción generalizada de que Argentina, por la importancia de la producción agropecuaria y al paisaje de la pampa húmeda, es un “granero del mundo”, en realidad el nuestro es el país de las tierras secas.
Así lo afirmó Elena Abraham, directora del Instituto Argentino de Investigaciones de las Zonas Áridas (IADIZA), que depende del CONICET, la Universidad Nacional de Cuyo y el Gobierno de Mendoza. “Alrededor del 70 por ciento del país está constituido por tierras secas”, señaló Abraham a la Agencia CyTA. Según el Programa de Acción Nacional de Lucha contra la Desertificación, que coordina la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación (SAyDS), la erosión en esas zonas avanza a razón de 650.000 hectáreas por año.
Las tierras secas incluyen todas las regiones de la superficie terrestre donde la producción de cultivos, forraje, madera y otros servicios del ecosistema son limitados por el agua. Formalmente, la definición abarca todas las tierras donde el clima se clasifica como seco, desde el hiperárido que caracteriza a los desiertos extremos hasta el subhúmedo seco. “La desertificación implica todos los procesos de degradación de tierras en tierras secas y es el resultado de una combinación entre las actividades de sobrecarga de los seres humanos y las severas condiciones ambientales, en particular, la variabilidad climática y la sequía”, señaló Abraham.
Para mitigar y combatir este proceso, a fines de 2011 el CONICET y la SAyDS acordaron conformar el Observatorio Nacional de la Degradación de Tierras y Desertificación. En una primera etapa, sus autoridades resolvieron fortalecer cinco sitios piloto de monitoreo en Catamarca, Jujuy, Mendoza, Chubut y Río Negro, aunque la idea es expandirlo a otras regiones del país, destacó Abraham.
“El objetivo es monitorear los cambios en el uso de la tierra y los aspectos socioeconómicos, especialmente los relacionados con la producción, erosión del suelo y la disponibilidad de agua. También estudiar los cambios en la flora y fauna, que pueden verse afectados a medida que la tierra se degrada”, indicó la investigadora.
Para Abraham, la desertificación sólo se podrá revertir alentando cambios profundos en las pautas de comportamiento de la población, que deberían conducir al uso sostenible de las tierras sin poner el riesgo la seguridad alimentaria. “En realidad, la lucha contra la desertificación es parte de un objetivo más amplio: el desarrollo sostenible de los países afectados”, añadió.
Contrariamente a la percepción generalizada de que Argentina, por la importancia de la producción agropecuaria y al paisaje de la pampa húmeda, es un “granero del mundo”, en realidad el nuestro es el país de las tierras secas.
Así lo afirmó Elena Abraham, directora del Instituto Argentino de Investigaciones de las Zonas Áridas (IADIZA), que depende del CONICET, la Universidad Nacional de Cuyo y el Gobierno de Mendoza. “Alrededor del 70 por ciento del país está constituido por tierras secas”, señaló Abraham a la Agencia CyTA. Según el Programa de Acción Nacional de Lucha contra la Desertificación, que coordina la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación (SAyDS), la erosión en esas zonas avanza a razón de 650.000 hectáreas por año.
Las tierras secas incluyen todas las regiones de la superficie terrestre donde la producción de cultivos, forraje, madera y otros servicios del ecosistema son limitados por el agua. Formalmente, la definición abarca todas las tierras donde el clima se clasifica como seco, desde el hiperárido que caracteriza a los desiertos extremos hasta el subhúmedo seco. “La desertificación implica todos los procesos de degradación de tierras en tierras secas y es el resultado de una combinación entre las actividades de sobrecarga de los seres humanos y las severas condiciones ambientales, en particular, la variabilidad climática y la sequía”, señaló Abraham.
Para mitigar y combatir este proceso, a fines de 2011 el CONICET y la SAyDS acordaron conformar el Observatorio Nacional de la Degradación de Tierras y Desertificación. En una primera etapa, sus autoridades resolvieron fortalecer cinco sitios piloto de monitoreo en Catamarca, Jujuy, Mendoza, Chubut y Río Negro, aunque la idea es expandirlo a otras regiones del país, destacó Abraham.
“El objetivo es monitorear los cambios en el uso de la tierra y los aspectos socioeconómicos, especialmente los relacionados con la producción, erosión del suelo y la disponibilidad de agua. También estudiar los cambios en la flora y fauna, que pueden verse afectados a medida que la tierra se degrada”, indicó la investigadora.
Para Abraham, la desertificación sólo se podrá revertir alentando cambios profundos en las pautas de comportamiento de la población, que deberían conducir al uso sostenible de las tierras sin poner el riesgo la seguridad alimentaria. “En realidad, la lucha contra la desertificación es parte de un objetivo más amplio: el desarrollo sostenible de los países afectados”, añadió.
La desertificación1 es un proceso de degradación ecológica en el que el suelo fértil y productivo pierde total o parcialmente el potencial de producción. Esto sucede como resultado de la destrucción de su cubierta vegetal, de la erosión del suelo y de la falta de agua; con frecuencia el ser humano favorece e incrementa este proceso como consecuencia de actividades como el cultivo y el pastoreo excesivos o la deforestación.
Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el 35% de la superficie de los continentes puede considerarse como áreas desérticas.
Dentro de estos territorios sobreviven millones de personas en condiciones de persistente sequía y escasez de alimentos. Entre muchas cosas se considera que la expansión de estos desiertos se debe a acciones humanas.
La desertificación puede ser causa o efecto del proceso de aridización. Originalmente esto pasa en las zonas que son fértiles, donde se practica la agricultura secuencial. El aumento de la población obliga a una explotación intensiva del terreno hasta que se produzca su agotamiento. La segunda etapa comienza cuando el suelo deja de ser fértil y se encuentra despojada de su cubierta vegetal, el agua y el viento lo erosionan más rápido hasta llegar a la roca.
En la mayor parte de las zonas de cultivo el suelo se erosiona mucho más deprisa de lo que demora en formarse. Podrían necesitarse décadas o siglos para que el paisaje volviera a cubrirse de verde.
fuente: Wikipedia
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