Hay un rincón del planeta donde no llegan las leyes internacionales, ni los derechos humanos, ni los valores éticos más fundamentales. Un lugar remoto y desconocido donde la única lógica que existe es la del máximo beneficio económico de la persona al mando.
Es el paraíso del terrorismo empresarial. Este edén del 1% no está en EEUU, ni en la City londinense, ni en un paraíso fiscal, sino en medio del océano, en un barco pesquero. No en uno en concreto: todos (los que conozco) son iguales. Allí rige la barbarie absoluta, laissez-faire a tope de palo. Estas son algunas de las situaciones a las que conduce la falta de regulación internacional: (extraído de: Huffington Post)
Condiciones laborales. Son prácticamente de esclavitud. Por poner un ejemplo, un armador decidió que la jornada laboral debía ser de 105 horas semanales. ¿Cómo llegó a esa conclusión? Muy sencillo: probó a poner 100 horas, y la tripulación no protestó; lo subió a 105, y nadie se quejó; cuando llegó a 110, hubo un motín. Sencillo y sin burocracia. Salvando las distancias, no es muy diferente de como funciona en tierra firme. Por supuesto, en el mar no hay sindicatos, ni derecho a huelga, ni atención sanitaria, ni ninguno de esos lujos que antes se llamaban derechos.
La falta de seguridad es un grave problema [1], el trabajo infantil es habitual (no en Europa, es verdad)[1], y la igualdad de género es un concepto que la gente del mar se troncha sólo con mencionarlo.
Externalización. A pesar de que los políticos afirman que sólo el 15% de los pescadores son extranjeros, no hay más que darse una vuelta por cualquier puerto europeo para ver que es más bien al revés. Hasta hace poco, la mayoría de marineros de los barcos europeos eran peruanos o marroquíes [1]; pero el nivel de vida y los derechos laborales de estos países mejoraron, en parte debido a la emigración a Europa, así que los armadores empezaron a contratar a indonesios, que son los trabajadores más baratos y sumisos del mundo. Lo primero que se hace cuando un marinero indonesio sube a bordo es secuestrarle el pasaporte, no vaya a ser que le dé por alguna tontería. Además, se les exige estar un mínimo de 18 meses, o no se les paga el billete de vuelta a casa. Sí, sí, tal cual. Ahora, ve tú y demuéstralo.
Opacidad. Los barcos suelen tener más trabajadores de los que declaran. Pero no pasa nada, porque aquí no hay estadísticas de accidentes laborales, delitos ni suicidios. Lo que pasa en el mar se queda en el mar. Ni siquiera los datos de producción son fiables [2] (fig. 1).
Destrucción del medio ambiente. Por cada tonelada de pescado desembarcado se consumen 620 litros de combustible, y se emiten 1.700 kg de CO2 [3]. La poca legislación que hay es incumplida sistemáticamente por los pesqueros: traspasan fronteras, capturan especies prohibidas, arrastran donde no deben... La sobreexplotación es un hecho innegable y creciente (fig. 2). Los desechos tóxicos son vertidos impunemente al mar, al que los pescadores llaman cínicamente el "pañol grande". En el Atlántico los grandes cazadores, como las orcas, han abandonado sus rutas tradicionales, y ahora prefieren seguir a los barcos pesqueros, ya que es más rentable "robar" de los palangres; los pescadores contraatacan vertiendo aceite de motor usado, que irrita la piel de los cetáceos, pero no de las presas.
Maltrato animal. En el mar se tortura a los animales sin ningún pudor, por una sencilla razón: es más barato. En el siguiente vídeo (AVISO: si eres muy sensible, o menor de edad, no lo veas) puedes ver cómo se mata un marrajo en un pesquero, de una empresa cualquiera. No diré el nombre, pero si buscas mierda, te recomiendo que empieces por la ARVI.
No importa que los marrajos, que son vivíparos, estén en período de cría. Los fetos son extraídos vivos del útero, y se les deja agonizar hasta la muerte. Como muestra este otro vídeo, su sufrimiento es evidente.
En muchos casos, no obstante, la responsabilidad de todo esto no es de los armadores, sino de los legisladores. La franca decadencia del sector (fig. 3) y la bajada de los precios recrudece aún más la ya de por sí feroz competencia, hasta tal punto que saltarse la ley es la única forma de no tener pérdidas.
Fuentes
1. FAO. 2012. El estado mundial de la pesca y la acuicultura. ISBN 978-92-5-307225-5. De aquí salen las figuras.
2. Garibaldi, L. 2012. The FAO global capture production database: a six-decade effort to catch the trend. Marine Policy, 36(3): 760-768.
3. Banco Mundial y FAO. 2009. The sunken billions. The economic justification for fisheries reform. Washington, D.C.
Es el paraíso del terrorismo empresarial. Este edén del 1% no está en EEUU, ni en la City londinense, ni en un paraíso fiscal, sino en medio del océano, en un barco pesquero. No en uno en concreto: todos (los que conozco) son iguales. Allí rige la barbarie absoluta, laissez-faire a tope de palo. Estas son algunas de las situaciones a las que conduce la falta de regulación internacional: (extraído de: Huffington Post)
Condiciones laborales. Son prácticamente de esclavitud. Por poner un ejemplo, un armador decidió que la jornada laboral debía ser de 105 horas semanales. ¿Cómo llegó a esa conclusión? Muy sencillo: probó a poner 100 horas, y la tripulación no protestó; lo subió a 105, y nadie se quejó; cuando llegó a 110, hubo un motín. Sencillo y sin burocracia. Salvando las distancias, no es muy diferente de como funciona en tierra firme. Por supuesto, en el mar no hay sindicatos, ni derecho a huelga, ni atención sanitaria, ni ninguno de esos lujos que antes se llamaban derechos.
La falta de seguridad es un grave problema [1], el trabajo infantil es habitual (no en Europa, es verdad)[1], y la igualdad de género es un concepto que la gente del mar se troncha sólo con mencionarlo.
Externalización. A pesar de que los políticos afirman que sólo el 15% de los pescadores son extranjeros, no hay más que darse una vuelta por cualquier puerto europeo para ver que es más bien al revés. Hasta hace poco, la mayoría de marineros de los barcos europeos eran peruanos o marroquíes [1]; pero el nivel de vida y los derechos laborales de estos países mejoraron, en parte debido a la emigración a Europa, así que los armadores empezaron a contratar a indonesios, que son los trabajadores más baratos y sumisos del mundo. Lo primero que se hace cuando un marinero indonesio sube a bordo es secuestrarle el pasaporte, no vaya a ser que le dé por alguna tontería. Además, se les exige estar un mínimo de 18 meses, o no se les paga el billete de vuelta a casa. Sí, sí, tal cual. Ahora, ve tú y demuéstralo.
Destrucción del medio ambiente. Por cada tonelada de pescado desembarcado se consumen 620 litros de combustible, y se emiten 1.700 kg de CO2 [3]. La poca legislación que hay es incumplida sistemáticamente por los pesqueros: traspasan fronteras, capturan especies prohibidas, arrastran donde no deben... La sobreexplotación es un hecho innegable y creciente (fig. 2). Los desechos tóxicos son vertidos impunemente al mar, al que los pescadores llaman cínicamente el "pañol grande". En el Atlántico los grandes cazadores, como las orcas, han abandonado sus rutas tradicionales, y ahora prefieren seguir a los barcos pesqueros, ya que es más rentable "robar" de los palangres; los pescadores contraatacan vertiendo aceite de motor usado, que irrita la piel de los cetáceos, pero no de las presas.
Maltrato animal. En el mar se tortura a los animales sin ningún pudor, por una sencilla razón: es más barato. En el siguiente vídeo (AVISO: si eres muy sensible, o menor de edad, no lo veas) puedes ver cómo se mata un marrajo en un pesquero, de una empresa cualquiera. No diré el nombre, pero si buscas mierda, te recomiendo que empieces por la ARVI.
No importa que los marrajos, que son vivíparos, estén en período de cría. Los fetos son extraídos vivos del útero, y se les deja agonizar hasta la muerte. Como muestra este otro vídeo, su sufrimiento es evidente.
En muchos casos, no obstante, la responsabilidad de todo esto no es de los armadores, sino de los legisladores. La franca decadencia del sector (fig. 3) y la bajada de los precios recrudece aún más la ya de por sí feroz competencia, hasta tal punto que saltarse la ley es la única forma de no tener pérdidas.
Fuentes
1. FAO. 2012. El estado mundial de la pesca y la acuicultura. ISBN 978-92-5-307225-5. De aquí salen las figuras.
2. Garibaldi, L. 2012. The FAO global capture production database: a six-decade effort to catch the trend. Marine Policy, 36(3): 760-768.
3. Banco Mundial y FAO. 2009. The sunken billions. The economic justification for fisheries reform. Washington, D.C.
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