La Patagonia no es solamente montañas nevadas, mucha vegetación, ríos de agua transparente y lagos majestuosos. También tiene una estepa árida e interminable donde uno puede recorrer decenas y hasta cientos de kilómetros sin cruzarse con nadie. Para el ocasional viajero que se encuentra con este paisaje por primera vez suele ser intimidante. La soledad apabulla y el paisaje deprime. Pero no se asusten, también es cautivante y magnética, inconcebiblemente, después del impacto inicial atrae y embelesa. Nos pasa a todos y la reacción es sorprendente: se aprende a querer entrañablemente esos paisajes olvidados de la mano de Dios.
Cada tanto, luego de largos trechos de solo ver matas y arbustos achaparrados, polvo y alambre de púa, se observa una tranquera y si se tiene suerte a su costado hay una pequeña casita, muchas veces esa casa es una réplica del casco de la estancia o chacra, la que generalmente no es visible desde el camino ya que se encuentran, a varios kilómetros dentro la propiedad.
¿Pero qué expresan esas casitas?
Hace muchos años cuando solo cruzaban esas estepas áridas huellas polvorientas de carretas y troperos, no existían comunicaciones regulares entre los habitantes de esas tierras y los escasos poblados de la zona, no había telégrafo ni mucho menos teléfono, ni siquiera correo ni nada que el aislado poblador pudiera utilizar para comunicarse o para solicitar algo. Pero en esa época había algo que unía a los pioneros: la solidaridad. Cualquier viajante se ofrecía para llevar noticias, cartas, algún paquete con remedios o enseres y los agradecidos receptores para evitar la molestia adicional de ingresar a las propiedades hasta donde se encontraba la vivienda, comenzaron a dejar cajones u otros recipientes en la tranquera a la vera del camino para que depositaran allí las encomiendas. De la misma manera cuando necesitan enviar algo solo dejaban en el recipiente el paquete o sobre con el remitente bien aclarado y cualquiera que acertara a parar por allí lo recogía y de alguna manera hacía que la encomienda llegara a quien iba dirigida. Estos receptáculos eran muy apreciados por sus dueños y respetados por todos aquellos que transitaban por allí.
Con el tiempo algún creativo fabricó una casita para reemplazar al cajón y a partir de ese momento muchos moradores de esos parajes copiaron la idea y las tranqueras se fueron adornando con pequeñas casas. La moda trascendió la frontera y también en Chile comenzaron a fabricarlas.
Hoy en día solo se mantienen unas pocas, casi exclusivamente por tradición. La mayoría de los moradores actuales tienen computadoras y correo electrónico y pagando DHL o UPS te llevan un paquete hasta los mismos confines de la tierra.
Pero fue un medio de comunicación grandioso que surgió de la solidaridad, la camaradería y la amistad de aquellos primeros pobladores y teniendo tantos buenos motivos que idea puede no ser buena. ¿No les parece?
Nota:
Mi profundo agradecimiento a Raine Golab, la persona que me enseñó sobre estas casitas y que en algún momento escribió sobre este y muchos otros temas para mi página web www.flyfishing-argentina.com. Ella es escocesa de nacimiento pero Patagónica por adopción, historiadora y gran conocedora de innumerables leyendas e historias que circulan por toda la región al sur del Río Negro.
Perdón por las fotografías, son casi tan viejas como las casitas.
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