Los días de semana son más cortos, sobre todo ahora que se termina el otoño, salgo de la escuela después de comer y corro hasta mi casa en busca del tarro con la línea y las lombrices para ir al río. Mi misión, como la de casi todos los días es capturar un pez para llevar a mi madre para la cena.
Me gusta usar el tarro con unos metros de tanza alrededor y un par de anzuelos, es lo que me enseñó mi padre hace ya tiempo, cuando estaba bien, antes de enfermarse. Ahora sin él, todo es un poco más difícil. A esto de pescar así lo llaman furtivismo y si me agarran pueden hacerme cosas que no deseo, por eso me gusta el tarro, es fácil de tirar entre la vegetación y librarme del asunto. Sería más fácil tener dinero e ir al almacén de don Franco pero no hay, aunque ese problema también existía cuando estaba mi padre.
Recuerdo haber entrado al almacén solo una vez, hace tiempo, cuando mi padre volvió a casa luego de una temporada trabajando en una mina y trajo dinero. ¡Cuántos alimentos y bebidas había! Bueno, sobre la mayoría de ellos ni siquiera sabía cómo se llamaban, mucho menos que gusto tenían. Para mí toda la comida se obtiene del gallinero, de la huerta, del corral o del río, prefiero el río, que es más o menos libre excepto por eso del furtivismo, maldita palabra! El resto -salvo por una pequeñísima huerta que mi madre cuida como si fuera oro- es robar, porque nosotros no tenemos gallinas ni cerdos, mucho menos un chivo o una vaca.
Pero no me gusta robar, entonces siempre elijo ir al río.
Ya conozco bastante de su recorrido y sus accidentes, se dónde puede haber un pez y donde no. Ahora también se de los lugares que pueden estar vigilados y además se dónde pescan otros más furtivos que yo, que sacan montones de peces con redes. Eso me da pena, porque yo saco uno para comer con mi madre y mis hermanos pero ellos sacan para vender y matan demasiados. Me preocupa que el río se canse de dar peces y se termine para todos. El asunto es que yo tendré que robar y ellos, ellos simplemente se irán con sus camionetas y sus equipos en busca de otro río al que asaltar.
La gente piensa ¿por qué tiene que robar si puede trabajar? Y yo les digo que quiero y necesito estudiar porque no siempre será así, voy a ser alguien y voy a sacar a mi madre y mis hermanos de esta miseria. Por lo demás, en la escuela me dan de comer al mediodía, tengo que estar fuerte, enfermarme es un lujo que no puedo permitirme, como el almacén.
Y después está el otro problema.
Desde que vi a esos pescadores con trajes raros y esas cañas finas, brillantes y flexibles que pescan y devuelven los peces, me dio curiosidad y probé. Y me gustó. Devolví un pez y fue una sensación indescriptible. Ahora cada vez me cuesta más matarlos y lo peor es que creo que tampoco me animaría a sacrificar una gallina o un cerdo. Grave complicación que guardo como un pecado inconfesable, un secreto, desde hace tiempo. Ni siquiera a mi madre he podido contarle, me da miedo que no comprenda, que piense en mis hermanos y su necesidad de alimentarse. Y si mi madre me dice que tengo que hacerlo de todas maneras, tendré que hacerlo.
Pero mi secreto por ahora está resguardado. Antes de volver pasaré por la granja de los Sosa. La señora quiere aprender a leer y yo la ayudo, y por eso me da una canasta con verduras y frutas que llevo a casa.
Mi madre contenta aunque sospecha que mi mala suerte con la pesca no es justamente mala suerte.
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