Nikola Tesla concibió, hace más de cien años, tecnología que ahora es común. Los conocimientos de Nikola Tesla fueron vitales para el desarrollo industrial de Thomas Alva Edison y de otros renombrados inventores del siglo pasado. Sin saberlo, Edison había contratado en una de sus empresas europeas a un joven de origen serbio de apellido Tesla (1856–1943).
Su paso por la Continental Edison Company fue la última escala de Nikola en Europa, donde mejoró el diseño y el equipo que el empresario estadounidense distribuía en ese continente. Antes, había demostrado, en Budapest, su potencial de ingeniero al haber trabajado en las compañías de telégrafos y teléfonos, de las que respectivamente llegó a ser jefe de electricistas e ingeniero de la planta telefónica.
Era 1881. Tesla tenía 25 años y se mudó a Francia, con una destacada experiencia laboral que contrastaba para alguien que desertó de la carrera de ingeniería en dos diferentes universidades. Se decía de él que era capaz de visualizar en su mente los planos de las máquinas y que podía retener la información de los libros con mucha facilidad. Su estadía en la ciudad luz duró un par de años hasta que migró a Estados Unidos. En 1884 desembarcó en Nueva York con cientos de proyectos, respaldados por una recomendación escrita por un excompañero de trabajo: “Querido Edison: conozco a dos grandes hombres y usted es uno de ellos. El otro es este joven”.
Ese empuje, si bien fue valioso al principio para el inventor inmigrante, le significó la explotación laboral y la falta de reconocimiento de sus aportes. Con Edison todo derivó en marcadas discrepancias, ya que Tesla defendía un nuevo modelo de transmisión más eficiente de la energía llamado corriente alterna, por encima de la corriente continua propuesta por el estadounidense. Tesla ya no lo vio, pero los años le darían la razón.
Genio y gentil.
La etapa más productiva de Tesla fue a finales del siglo XIX. Si bien fue su pasión inventar, no buscó hacerse millonario. Muchos de sus proyectos o inventos los vendió por nada, no los patentó, se los plagiaron o nunca le pagaron una vez los concluía y entregaba.
El caso más conocido es el del italiano Guillermo Marconi, a quien se le atribuye la invención de la radio y por la cual, en 1909, ganó un Premio Nobel. No fue sino hasta 1943 que la Corte Suprema de Estados Unidos le retiró a Marconi la patente para otorgársela a Tesla, quien ya había fallecido.
El trabajo de Nikola no solo enriqueció a Edison, sino a otros empresarios de una incipiente industria de telecomunicaciones, como Elihu Thompson, George Westinghouse o John Pierpoint Morgan.
El benefactor de Tesla fue el millonario John Jacob Ashton IV, quien murió en el naufragio del Titanic. Con su deceso el nombre del inventor fue quedando en el olvido, tildado de excéntrico y loco. Antes de morir, oficialmente por un paro cardíaco, se deleitaba dando de comer a las palomas de los alrededores de la habitación que alquilaba en un hotel, pero se especula que trabajaba en un arma letal. Debido al alcance de su trabajo, hay quienes llaman a este inventor el Leonardo Da Vinci del siglo XX.
Algunas insignias.
Nikola Tesla utilizó la fuerza de las cataratas del Niágara para generar electricidad. Se interesó, además, por la energía solar, eólica y la fuerza de las mareas.
Fue pionero de las transmisiones inalámbricas de electricidad. Precursor de los Rayos X, del control remoto y de la telefonía móvil al idear, a finales del siglo XIX, un teléfono sin cables que no requería de operadoras. Suyo es también el primer tubo fluorescente de iluminación eléctrica.
Esbozá aparatos que hoy son cotidianos: misiles teledirigidos, el radar, la transmisión de imágenes y sonidos y los robots. Las misiones de exploración a Marte parten de proyecciones suyas.
Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó en la transmisión inalámbrica de señales y electricidad a grandes distancias, pero su proyecto fue bloqueado. Se especula que los resultados pusieron en riesgo los intereses comerciales de compañías hoy dedicadas a las telecomunicaciones.
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