Si atendemos al relato mediático que hicieron en su día, los protagonistas de la revolución tunecina o de las movilizaciones poselectorales iraníes habrían sido Twitter y Facebook, no los blogs.
El análisis no resiste la comparación entre unos pocos miles de usuarios de twitter y un casi medio millón de blogs actualizándose semanalmente por decenas de miles.
Pero los medios tenían sus propios motivos para mantener ese discurso. Twitter, por su propio formato, «recorta la realidad» a la agenda pública que los propios medios generan, hace dependientes a sus propios columnistas del contenido que hacen para ellos (en vez de los blogs, que los independiza) y «reeduca» a los lectores en una relación de centralidad que remite una y otra vez a un único lugar en vez de a una multiplicidad de fuentes. Pero la clave es que fortalece la agenda mediática en la medida en que -aunque sólo sea por la limitación de caracteres- no sirve para construir contexto propio entre los que discuten.
Por eso la imagen de la realidad a partir de la que se comparte sólo puede o ser anterior (pequeñas redes de amigos del mundo presencial) o, como comunicación pública, construirse desde el contexto común que nos viene dado a todos en cada estado -el broadcast mediático y su agenda común- simplemente porque es el único contexto a partir del cual no es necesario estar explicándolo todo todo el tiempo.
Pero más allá del interés de los medios, el hecho es que la dupla Facebook-Twitter ha ganado millones de usuarios y sin duda, erosionado el rol político de los blogs. Las consecuencias no son menores.El movimiento del 15M, los famosos «indignados» españoles, seguramente sea la primera movilización realmente articulada en torno a Twitter y los «libros de caras». La falta de los hábitos mismos de la deliberación virtual, comunes y profundos en movimientos como el tunecino o el egipicio, se materializó pronto en la incapacidad para traducir la adhesión de centenares de miles de personas en algo tan simple como una plataforma reivindicativa común.
Formado en su mayoría por jóvenes universitarios de clase media, mimado por la prensa y cortejado por influyentes políticos y comunicadores, el movimiento español adoleció, al final, de la misma incapacidad que el noviembre francés para ir más allá de lo expresivo y traducirse en un programa concreto capaz de transformar el entorno.
Para entenderlo debemos entender seguramente que la clave está en la palabra «adhesión». No todas las formas de relación generan la misma capacidad de compromiso, ni el mismo valor y por tanto no son igualmente aptas para madurar una deliberación colectiva.
El siguiente gráfico, conocido como la «pirámide del compromiso» nos muestra como las topologías de red de los servicios influyen en el valor esperado de las relaciones que generan a su alrededor
El nivel más bajo corresponde al conocimiento de marca y a la más básica de las formas de comunicación centralizada, la publicidad y el «broadcast». Sólo hay un emisor y no se espera más reacción positiva que el acceso a una página o el reconocimiento de un logo. El siguiente nivel, la adhesión, corresponde a medios virtuales también centralizados como Facebook y otros servicios similares. La comunicación sigue teniendo un sólo emisor, pero el receptor responde en términos de agrado/desagrado, con poco coste, como una mera expresión que implica un bajo nivel de compromiso. Un paso más allá tenemos la participación, típica de entornos descentralizados como los ezines, las contextopedias y wikis abiertas. Sigue habiendo una división clara entre emisor y receptor, pero del receptor se espera un grado de compromiso y aporte mayor, que normalmente implica generación de contenidos de forma colaborativa, valoraciones elaboradas, etc. El salto más importante en la generación de valor de la relación corresponde al paso a formas de comunicación basadas en la interacción, propias de medios distribuidos como la blogsfera en las que se confunde la divisoria emisor/receptor.
Sólo la persistencia en la interacción distribuida acaba generando identidad y por consiguiente comunidad y compromisos sociales e interpersonales suficientes como para elevar programas comunes. Fue la falta de una interacción previa, incluso de una cultura de la interacción, lo que en el noviembre francés y el mayo español imposibilitó ningún acuerdo que no fuera unánime. De unos y otros queda poco más que la expresión de un descontento.
¿Cómo se pasó en el Europa de movimientos distribuidos capaces de poner el cuestión regímenes autoritarios sólidos como el de Milosevic en Serbia que había sabido resistir hasta a bloqueos y bombardeos de la OTAN, a movilizaciones que se ahogaban a la hora de traducirse en propuestas, incapaces de ir más allá de expresar hastío y celebrarse a si mismos? La respuesta es compleja. Los medios jugaron su parte, es cierto, pero las grandes empresas de la red por un lado y las estrategias de los grupos políticos tradicionales por otro también jugaron un papel fundamental, impulsando una verdadera «cultura de la adhesión», materializada en el éxito de Twitter y Facebook, que actúa como verdadero disolvente de cuanto hemos contado hasta ahora.
El año 2007 es el año de la gran celebración dospuntocerista: se multiplican los congresos y conferencias en todo el mundo, los medios hablan continuamente de la Wikipedia y aunque todavía siguen hablando de blogs, empiezan a recoger noticias sobre los primeros pasos de Twitter y el crecimiento de Facebook. La búsqueda «web 2.0» alcanza su máximo histórico según las gráficas de Google Trends, a partir de ahí dibujará una escarpada bajada. El iPhone de Apple sale al mercado.
Es también año de presidenciales en Francia. Sarkozy quiere ganar la batalla de la red. Un mapa publicado entonces muestra a los más de 80.000 blogs que apoyan al candidato. A la cabeza de ellos el famoso bloguero Loïc LeMeur aporta el conocimiento del terreno y el prestigio hacker con el que el candidato quiere resarcirse del susto de las ciberturbas de 2005. Pero el sistema político europeo no es como el americano: las redes no están para recoger fondos, sino para expresar adhesión. No ponen en jaque a los viejos aparatos electorales, que a diferencia de en EEUU no las necesitan para ganar independencia de los grandes contribuyentes, sino que los refuerzan a la manera de una hinchada futbolística. Y la vieja guardia se da cuenta. Tras la campaña se pulsa el botón de apagado.
El día después de las elecciones presidenciales, las gigantescas redes de blogs de ambos candidatos se deshinchan rápidamente. Un sabor agridulce queda incluso entre los seguidores del nuevo presidente. El aparato político, sin embargo, está encantado. Creen haber encontrado una forma de incluir la red en la campaña que la concibe como el aparato de una provincia periférica más. El coste invisible habrá de pagarse más tarde, cuando al intentar legislar sobre Internet, grandes sectores de la blogsfera no se sientan ya comprometidos con el presidente y se dediquen a erosionar su popularidad.
No obstante, un nuevo modelo se está asentando. Tan sólo unos meses después, en enero de 2008, las primarias estadounidenses serán una campaña basada en el prejuicio en la cual a la red no le queda otro papel que el de mero canal para alimentarlo. Romney, Obama y Clinton no salen indemnes. La comunicación política en red se entiende, desde un malévolo infantilismo, como terreno de video-maledicencia y juego de cromos. En ese marco, lo realmente novedoso de la campaña en red de Obama fue unir las técnicas recaudadoras que los demócratas habían ensayado en 2004 con la concepción de hinchada en red de Sarkozy, en una cultura de la adhesión a la que servicios como Facebook se ajustan como un guante.
Adhesión. Esta es la clave de la comunicación y la política en Facebook. La palabra pertenece en ella al líder, que por primera vez se comunica directamente con una masa de adherentes que ya no viven en foros y blogs, sino en pequeñas fichas donde el tamaño mismo de los mensajes difícilmente permite generar reflexiones alternativas y espacios deliberativos autónomos.
Tras la victoria presidencial, Obama escenifica su resistencia a dejar la Blackberry. Hay mucho contenido y densidad simbólica en este gesto. A diferencia de Sarkozy, el líder no quiere dejar la red. Quiere seguir comunicándose directamente con ella. A fin de cuentas, el modelo no es ya el de la emergencia y efervescencia conversacional que asustaba a los aparatos. Se ha convertido, y es el mérito de Obama haberlo entendido, en unidireccional. En una radio alternativa que el presidente pretende utilizar como un nuevo Roosevelt. El país, el pueblo, se ha convertido en un recipientario homogéneo que escucha directamente al hombre que representa la esperanza y habla cada vez más con lenguaje papal, situándose discursivamente por encima de la política. 2008 parece 1932 sin hiperinflación.
Los nuevos servicios estrella serán pronto jaleados por los medios tradicionales. La campaña presagia ya una estrategia de recentralización de la red en la que Google ha sido pionera. La cultura de la red, que ya había pasado de la interacción de la blogsfera al participacionismo de la Wikipedia, se precipitaba hacia un escalón aún más bajo: la «cultura de la adhesión».
La metáfora de las topologías de red ha de ser leída en sentido contrario. De 2002 a 2005 los relatos de futuro se construían a partir de la blogsfera (una red distribuida) y de la experiencia y consecuencias sociales de la cultura de la interacción que llevaba pareja y que, a las finales, no era sino la experiencia social de la plurarquía en un entorno definido por la lógica de la abundancia.
De 2005 a 2007, los años del dospuntocerismo, el foco mediático recaerá sobre la Wikipedia, Digg y otros servicios web participativos: agregadores de contenidos cuyo crecimiento insinúa una arquitectura de red descentralizada. Discursos que exaltan la cultura de la participación. Pero participar no es interactuar. Se participa en lo de otro, se interactúa con otros. Los nuevos servicios dospuntoceristas se piensan desde la generación artificial de escasez: votar, decidir entre todos los que pasen por ahí la importancia de una noticia o la relevancia de una entrada enciclopédica y, sin tener en cuenta la identidad o los intereses de nadie, producir un único resultado agregado para todos. Todo se justifica sobre el discurso dospuntocerista. El rankismo y el participacionismo se convierten en arietes de una mirada sobre la red donde se recupera la divisoria entre emisores y receptores.
Tampoco es que las grandes compañías tecnológicas se hubieran compinchado con los estados para matar la red en una conspiración de altos vuelos. Simplemente habían descubierto, por fin, una clave para evitar la disipación de rentas que en Internet había sido aún más característica que en ningún mercado.
Son los casos de éxito favoritos de las revistas económicas: Google, Facebook, Apple… Todos ellos apostaron por competir utilizando la infraestructura como ventaja competitiva, para atesorar la mayor información de los usuarios posible y generar escasez artificialmente mediante «corralitos» cerrados. El iPhone y el iPad se presentan como la forma al fin encontrada de monetarizar Internet y hasta de recuperar el poder de la prensa tradicional. Wired se pregunta -feliz- si la web ha muerto12. La nueva apuesta consiste en conseguir que los usuarios se olviden del navegador, ese peligroso botón de todo lo demás, que pone tan difícil obtener rentas extraordinarias y obliga a innovar continuamente.
En tan sólo ocho años, la evolución de la Web 2.0 ha conseguido revertir -al menos en parte- el desastre que el fracaso de las «puntocom» supuso para los que querían dominar la red sin asumir los valores de un mundo que es al mismo tiempo distribuido y globalizado. Visto ahora con cierta perspectiva, en el periodo 2002-2010, el de la llamada web 2.0, distinguimos tres fases caracterizadas por la preeminencia mediática de un tipo de software o servicio, una topología de red y una forma cultural característica bajo la que se viven las formas de relación derivadas:
- Blogsfera (red distribuida) y cultura de la interacción (experiencia social de la plurarquía en un entorno definido por la lógica de la abundancia)
- Wikipedia y servicios web participativos (red descentralizada) y cultura de la participación (la generación artificial de escasez se justifica sobre el discurso dospuntocerista, el rankismo y el participacionismo se convierten en moneda de cambio)
- Facebook/Twitter (red centralizada), con la reemergencia de una cultura de la adhesión llevada al paroxismo por los libros de caras.
Como en todas las etapas de cambio histórico, la dominante dependerá de las opciones que tomemos.
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