Ciberactivistas.
Tan revelador como las formas y los lenguajes de la «Primavera de las redes» fue la incapacidad del poder para entender a qué se estaban enfrentando. Al carecer de una estructura estrictamente jerárquica que supervise y comunique, las viejas organizaciones sienten que sus antagonistas son cada vez más inaprensibles. La clave de las redes distribuidas está en su identidad, en la existencia de un espíritu común que los netócratas modulan a través de mensajes públicos.
Como vimos en las Revoluciones de Colores, nunca la tecnología había sido tan instrumental, tan poco protagonista por sí misma, como en los nuevos conflictos. Ya en los años noventa escribían Arquilla y Ronsfeld en «Swarming and the Future of Conflict»:
La revolución informacional está cambiando la forma en que la gente lucha a lo largo de todo el espectro del conflicto. Lo está haciendo fundamentalmente mediante la mejora de la potencia y capacidad de acción de pequeñas unidades, y favoreciendo la emergencia de formas reticulares de organización, doctrina y estrategia que hacen la vida cada vez más difícil a las grandes y jerárquicas formas tradicionales de organización. La tecnología importa, sí, pero supeditada a la forma organizativa que se adopta o desarrolla. Hoy la forma emergente de organización es la red.
En este mundo reticular, con una multiplicidad de agentes que actúan autónomamente, coordinándose espontáneamente en la red, el conflicto es «multicanal», se da simultáneamente en muchos frentes, y del aparente caos emerge un «orden espontáneo» (el swarming) que resulta letal para los viejos elefantes organizativos. Esta coordinación no requiere en la mayoría de los casos ni siquiera una dirección consciente o una dirección centralizada. Al contrario, como señalaba el propio profesor Arquilla, en la identidad de red, «la doctrina común es tan importante como la tecnología».
La misma guerra en la sociedad red, la guerra distribuida, es una guerra de corso en la que pequeñas unidades «ya saben lo que tienen que hacer» y saben que «tienen que comunicarse entre sí no para preparar la acción, sino sólo a consecuencia de ella y, sobre todo, a través de ella». En este tipo de enfrentamiento la definición de los sujetos en conflicto, lo implícito, es más importante que lo explícito (los planes o estrategias basados en líneas causales acción-reacción).
El swarming es la forma del conflicto en la sociedad red, la forma en que el poder es controlado en el nuevo mundo y, al tiempo, la forma en que el nuevo mundo logra su traducción de lo virtual a lo material.
¿Cómo organizar, pues, acciones en un mundo de redes distribuidas? ¿Cómo se llega a un swarming civil? En primer lugar, renunciando a organizar. Los movimientos surgen por autoagregación espontánea, así que planificar qué va a hacer quién y cuándo no tiene ningún sentido, porque no sabremos el qué hasta que el quién haya actuado.
Lo que si sabemos es que todos los movimientos relevantes y auténticamente distribuidos de la última década han tenido dos fases necesarias:
Deliberación: localizada en foros y blogs, necesariamente «minoritaria», cuaja los nuevos consensos, que, traducidos en consignas se convertirán en movilización.
Movilización: articulada sobre herramientas de difusión (YouTube pero también Facebook o incluso, en mucha menor medida de lo relatado por los medios, Twitter) y de comunicación directa uno a uno como los SMS o archivos digitales con carteles o adhesivos para que cada cual los reproduzca y difunda.
La deliberación tiene mucho de laboratorio social de nuevos discursos. El ciberactivismo con éxito tiene mucho de profecía autocumplida. Cuando se alcanza un cierto umbral de gente que no sólo quiere sino que cree poder cambiar las cosas, el cambio se hace insoslayable. Por eso los nuevos discursos parten del «empowering people», de relatos de individuos o pequeños grupos con causa que transforman la realidad con voluntad, imaginación e ingenio. Es decir, los nuevos discursos definen el activismo como una forma de «hacking social».
Son los nuevos mitos y, además, en un sentido absolutamente posmoderno: no imponen una jerarquía de valores estricta, un juego de valores y un credo, al estilo de los socialistas utópicos o los randianos, sino que proponen «rangos», cauces de una cierta manera de mirar el mundo, de un cierto estilo de vida que será el verdadero aglutinante de la red. Por eso, toda esta lírica discursiva lleva implícito un fuerte componente identitario que facilita a su vez la comunicación entre pares desconocidos sin que sea necesaria la mediación de un «centro», es decir asegura el carácter distribuido de la red y, por tanto, su robustez de conjunto.
Por eso, es más importante el desarrollo de herramientas que hagan claramente visible la posibilidad del hacking social a los individuos que cualquier convocatoria que podamos organizar. El ciberactivismo, como hijo de la cultura hacker, se reitera en el mito del hágalo usted mismo, de la potencia del individuo para generar consensos y transmitir ideas en una red distribuida.
La idea es: desarrolla herramientas y ponlas a disposición pública. Ya habrá quien sepa qué hacer con ellas. Las herramientas no son neutrales. Desde archivos descargables para hacer plantillas, volantes y camisetas hasta software libre para hacer y federar blogs, pasando por manuales de resistencia civil no violenta con mil y un pequeños gestos cotidianos que propagar; todo esto lo hemos visto en Serbia primero y en Ucrania y Kirguistán después. Y funciona.
Las herramientas tienen que estar pensadas para que la gente, mediante pequeños gestos, pueda reconocerse en otros como ellos. La visibilidad del disenso, la ruptura de la pasividad es la culminación de la estrategia de toda estrategia de empoderamiento.
La visibilidad es algo por lo que hay que luchar permanentemente. Primero online (valga una vez más el ejemplo de los agregadores) y luego offline. La visibilidad, y por tanto la autoconfianza del número, es la clave para alcanzar tipping points, momentos en los que se alcanza el umbral de rebeldía y la información y las ideas se propagan por medio de un número de personas que crece exponencialmente. De ahí la importancia simbólica y real de las ciberturbas, manifestaciones espontáneas convocadas mediante el «pásalo», blog a blog, boca a boca y SMS a SMS.
Un ciberactivista es alguien que utiliza Internet, y sobre todo la blogsfera, para difundir un discurso y poner a disposición pública herramientas que devuelvan a las personas el poder y la visibilidad que hoy monopolizan las instituciones. Un ciberactivista es una enzima del proceso por el que la sociedad pasa de organizarse en redes jerárquicas descentralizadas a ordenarse en redes distribuidas básicamente igualitarias.
La potencia de las redes distribuidas sólo pueden aprovecharla plenamente quienes creen en un mundo de poder distribuido y, en un mundo así, el conflicto informativo adopta la forma de un swarming en el que los nodos van sincronizando mensajes hasta acabar propiciando un cambio en la agenda pública. Y en el límite, la movilización espontánea y masiva en las calles: la ciberturba.
Ciberturbas
Todos tenemos una idea intuitiva de las ciberturbas. Una definición no problemática podría ser:
La culminación en la movilización en la calle de un proceso de discusión social llevado a cabo por medios electrónicos de comunicación y publicación personales en el que se rompe la división entre ciberactivistas y movilizados.
La idea central es que es la red social en su conjunto la que practica y hace crecer el ciberactivismo, a diferencia de otros procesos, como las Revoluciones de Colores, donde la permanencia de estructuras descentralizadas junto con las distribuidas llevó al mantenimiento de la división ciberactivistas/base social de una forma clara. Como hemos visto, existían «organizaciones convocantes», aunque sólo fueran, a su vez, pequeñas subredes sociales de activistas más que organizaciones tradicionales.
Una de las características definitorias de las ciberturbas es que es imposible encontrar en ellas un «organizador», un «grupo dinamizador» responsable y estable. En todo caso, encontraremos «propositores» originales que en el curso de la movilización tienden a disolverse en el propio movimiento. Entre otras cosas porque las ciberturbas nacen en la periferia de las redes informativas, no en su centro.
El problema con movimientos tan nuevos y que influyen tanto en la agenda política, como los que hemos caracterizado como ciberturbas, es que resulta sumamente difícil discutir sobre ellos o analizarlos sin que la percepción y valoración del receptor estén mediadas por sus consecuencias o por su posición en los debates políticos que abren.
En España ha sido obvio con las movilizaciones de la noche del 13 de marzo de 2004. En Filipinas había pasado antes. Podría parecer que hubiera muchas más oportunidades para el análisis desapasionado en el caso francés, al ser el movimiento tan pobre propositivamente y causar una repulsa tan generalizada. Sin embargo, al haberse confundido mediáticamente con el debate sobre la inmigración, e incluso con el miedo al terrorismo yihadista, tampoco está libre de condicionamientos partidarios.
Como comentábamos en el capítulo anterior, cuando nos acercamos a ellos, lo primero que nos llama la atención es la existencia de una división clara entre una fase deliberativa –de debate– y otra de convocatoria y movilización en la calle. La primera es relativamente amplia, aunque subterránea en la medida en que no se ve reflejada en los medios tradicionales. De hecho, es constatable como en todos los casos los blogs tuvieron un papel fundamental como herramienta, aunque lógicamente, la «conversación» armada por cada uno de ellos involucrara áreas distintas de la blogsfera. De hecho, parece que la tendencia es a que la web tenga un peso cada vez mayor en esta fase, paralelo a la expansión de las tecnologías de publicación personal.
Pasamos de las radios locales y los foros online filipinos del año 2001 a la combinación de medios digitales alternativos, foros y blogs relativamente centrales e ideologizados en el periodo del 11-12 de marzo de 2004 en España, para llegar a la llamada «blogsfera periférica» en el noviembre francés de 2005 y el macrobotellón español de 2006.
En cada caso no sólo el número de emisores aumenta con respecto al anterior, sino también el número total de personas involucradas en la comunicación. En este caso el ejemplo francés es especialmente interesante, en la medida en que ese entorno deliberativo se crea sobre la marcha, de forma relativamente espontánea a partir de un par de «páginas de homenaje» creadas en un servicio gratuito de blogs ligados a una emisora de música, Skyrock.
A los pocos días de comenzar las revueltas la policía francesa ya era consciente de que no se enfrentaba a una explosión irracional de los barrios, sino a una forma contemporánea de violencia urbana organizada, la guerrilla en red surgida espontáneamente a partir de la repercusión de las primeras algaradas. Así lo declaraba la televisión pública francesa:
Des policiers évoquent aussi l’«émulation» entre groupes, via des «blogs», une compétition entre quartiers voisins ou la recherche d’une exposition médiatique.
Trece días después, tres bloggers fueron detenidos por su papel en las revueltas francesas. Según el diario Liberation:
Dado el aspecto de los blogs mientras estuvieron abiertos, los tres chicos parecían poco más que «lammers», usuarios muy poco avanzados que normalmente harían un uso lúdico de la red y poco más y que, como escribía en esos días Alejandro Rivero, «lo que pretendían hacer era una página de homenaje y les pilló de sorpresa el que se empleara para pegar convocatorias».
Esto lo confirmaría el hecho de que alojaran sus blogs en Skyblog, un servicio de blogs gratuitos que es el equivalente francés del MSN-Spaces en el mundo hispano, con un perfil de usuario muy similar. Pura «blogsfera periférica», pero masiva. De hecho, se calcula que en el caso hispanoparlante agrupa a más de dos millones de personas.
Además, la información señala que «no se conocían entre sí». De hecho, lo más probable es que percibieran a los otros, si habían dado con ellos en la red, como competidores. La competencia, en las redes distribuidas y sobre todo en el marco de un naciente swarming, se convierte en cooperación. Pero evidentemente esto iría más allá de los tres nodos originales. Como señalaba el blogger Alejandro Rivero,
a lo largo de la semana han aprendido sobre la marcha, autocitándose y linkando unas páginas con otras para evitar tanto los cierres como las sobrecargas técnicas ¡al pasar de 2^14 comentarios!
La multiplicación de nodos (blogs) fácilmente interconectados entre sí (a través de los comentarios) generó un medio de comunicación específico y distribuido, una subblogsfera alojada en Skyblog que en muy poco tiempo se convirtió en todo un ecosistema informativo, a pesar de haber aparecido, como hemos visto, muy toscamente. Se trataba de un subsistema donde emulación y competencia generaron como resultado un óptimo acumulativo (de conocimiento), al permitir muy rápidamente alcanzar la masa crítica de blogs nuevos e implicados, y que por tanto sentó las bases de una cierta forma de cooperación social.
Lo verdaderamente fascinante de esta experiencia es esta convivencia de elementos estructuralmente muy avanzados, muy contemporáneos, propios del swarming (blogs, móviles, acumulación rápida de conocimiento técnico por mera interconexión espontánea de los nodos) con la tosquedad de las intenciones, la ausencia casi total de discurso y estrategia de poder (no se reivindicaba nada más allá de que Sarkozy se disculpara, aunque se expresara mucho).
Seguramente por eso, y debido más que nada a las carencias de base generadas por el sistema educativo, la fase deliberativa en el caso francés fue sumamente breve y evolucionó hacia la acumulación técnica de conocimientos en formas de guerrilla urbana, superponiéndose a la coordinación y convocatoria realizada sobre todo mediante teléfonos móviles.
Durante aquellos días los medios de media Europa insistieron en trazar un paralelismo con las revueltas raciales de Los Ángeles en 1994. Pero lo interesante son las diferencias, no sólo en las bajas producidas (53 muertos en LA frente a uno en todos los enfrentamientos callejeros franceses), sino sobre todo en la evolución y la forma. En Los Ángeles las noches y los días fueron igualmente peligrosos y los saqueos fueron constantes. Aunque ambos movimientos acabaron por una mezcla de represión y agotamiento interno (producto de su ausencia de contenido reivindicativo claro), el ciclo (día/noche y entre días) fue radicalmente diferente. En Francia vimos cómo de la violencia espontánea y localizada emergía una conciencia de acción colectiva, de juego/ataque/competencia grupal no sólo en los barrios, sino entre ellos y entre las ciudades. Y como resultado vimos un crescendo tanto en extensión como en capacidad de organización técnica de las algaradas; todo ello sin alejarse más de unas manzanas de casa.
Las revueltas francesas llegaron a convertirse en un swarming nacional para finalmente desinflarse. Se desinflaron porque sus protagonistas adolecían, ya de partida, de una falta de empoderamiento básico: la capacidad para expresar y articular sus necesidades en forma de propuestas. Sin embargo, demostraron una capacidad asombrosa e incomparable con el caso estadounidense para desarrollar conocimientos «técnicos» de guerrilla urbana a base de compartir experiencias. Era asombroso ver los vídeos grabados con teléfonos móviles de los despliegues nocturnos de la policía y cómo eran comentados en los blogs por la mañana.
Junto con esta capacidad para generar conocimiento muy rapidamente, se aprecia en las ciberturbas otra novedad radical con respecto a formas de movilización anteriores. Al no existir una institución –partido, sindicato, colectivo, etc.– que convoque las movilizaciones, no se puede escenificar un acuerdo o una negociación.
Como señalaba Manuel Castells en un excelente documental sobre la ciberturba del 13-M firmado por Manuel Campo Vidal, estos movimientos tienen el carácter de una «revuelta ética», no existe siquiera un programa mínimo, sino la expresión de unas peticiones muy sencillas ligadas a la naturaleza reactiva del movimiento.
En el caso filipino fueron las pruebas de corrupción del presidente Estrada. En el 13-M el «¿Quién ha sido?» fue una reacción frente a la percepción de manipulación informativa gubernamental en la atribución de la autoría del 11-M. En los disturbios franceses, la exigencia de disculpas al ministro del Interior a raíz de sus declaraciones tras la muerte de dos chavales del arrabal en un encuentro con la policía. En el macrobotellón español, la reivindicación lúdica del espacio público tradicional en nuestra cultura frente a las leyes cada vez más restrictivas de las administraciones. En Túnez las protestas que siguieron a la inmolación de un licenciado que protestaba, desesperado, por no poder mantener su negocio en la calle.
Este carácter genérico de lo vindicado, unido a la imposibilidad de personificar el movimiento en una organización o un líder, da pie a infinitas teorías conspiranoicas más o menos del gusto de los medios.
La tendencia, sin embargo, no es hacia una «cristalización» organizativa de este tipo de movimientos. Al contrario, el papel determinante en todos ellos es la red de teléfonos móviles, que es prácticamente un calco de la red social real y de la «blogsfera periférica», que sigue en su expansión un camino parecido.
Al origen deliberativo de estos movimientos se le pueden aplicar las conclusiones de la crítica que el físico y teórico de redes Duncan Watts hizo del estructuralismo estático y basado en el concepto de centralidad que se enseña en nuestras universidades:
Implícita en la aproximación [a las redes desde el concepto de centralidad] está la asunción de que las redes que parecen ser distribuidas no lo son realmente. […] Pero, ¿qué pasa si no hay un centro? ¿Qué pasa si hay muchos «centros» no necesariamente coordinados ni incluso del «mismo lado»? ¿Qué pasa si las innovaciones importantes no se generan en el núcleo sino en la periferia, a donde los capos gestores de la información están demasiado ocupados para mirar? ¿Qué pasa si pequeños sucesos repercuten a través de oscuros lugares por casualidad y merced a encuentros fortuitos desencadenan una multitud de decisiones individuales, cada una de ellas tomada sin una planificación previa, que se convierten por agregación en un suceso no anticipable por nadie, ni siquiera por los propios actores? En estos casos, la centralidad en la red de los individuos o cualquier centralidad de cualquier tipo nos dirá poco sobre el resultado, porque el centro emerge como consecuencia del propio suceso.
Eso es exactamente una ciberturba, la culminación en una movilización en la calle de un proceso de discusión social llevado a cabo por medios electrónicos de comunicación y publicación personales en el que se rompe la división entre ciberactivistas y movilizados. Es la red social en su conjunto la que practica y hace crecer el ciberactivismo, desde la periferia hacia el centro.
No tiene sentido buscar el origen y la autoría de las convocatorias en una persona o en un grupo. Constantemente hay miles de ellos en la blogsfera proponiendo temas y soluciones para el debate con la esperanza de que cristalicen en una movilización social generalizada. La blogsfera, ese nuevo gran medio de comunicación distribuida, es el autor y el origen de todas estas movilizaciones de los últimos años.
Por eso si definimos «influencia» como la capacidad de un medio, un grupo o un individuo para modificar por sí mismo la agenda pública en un determinado ámbito, hay que remarcar que ningún blog es un medio, la blogsfera es el medio. Un blog concreto, a diferencia de un gran periódico, no puede modificar la agenda pública. La blogsfera, la gran red social de personas que se comunican a través de bitácoras y otras herramientas de publicación electrónica personal, sí, como demuestran, en el límite, las ciberturbas.
Ciberactivismo.
De todo nuestro recorrido hasta ahora podemos ya destilar una definición de qué es realmente el ciberactivismo y sobre qué modelos puede operar.
Podríamos definir «ciberactivismo» como toda estrategia que persigue el cambio de la agenda pública, la inclusión de un nuevo tema en el orden del día de la gran discusión social, mediante la difusión de un determinado mensaje y su propagación a través del «boca a boca» multiplicado por los medios de comunicación y publicación electrónica personal.
El ciberactivismo no es una técnica, sino una estrategia. Hacemos ciberactivismo cuando publicamos en la red –en un blog o en un foro– buscando que los que lo leen avisen a otros –enlazando en sus propios blogs o recomendándoles la lectura por otros medios– o cuando enviamos un e-mail o un SMS a otras personas con la esperanza de que lo reenvíen a su lista de contactos.
Por eso todos estamos abocados al ciberactivismo. Lo está un escritor que quiere promocionar su libro, un activista social que quiere convertir un problema invisible en un debate social, la pequeña empresa con un producto innovador que no puede llegar a su clientela o el militante político que quiere defender sus ideas.
De lo que llevamos visto en este capítulo podemos extraer una conclusión: hay dos modelos básicos, dos formas de estrategia. La primera es la lógica de campaña: construir un centro, proponer acciones y difundir la idea. La segunda es iniciar un swarming, un gran debate social distribuido con consecuencias, de entrada, imprevisibles.
No hay un camino intermedio que conduzca al éxito. Ambas estrategias requieren formas de comunicación muy diferenciadas. En la primera se propone, a la manera del activismo tradicional, un tema, un antagonista, unas medidas a defender y una forma de movilizarse. Se invita a la gente a adherirse, no a diseñar la campaña.
En la segunda se inicia un tema y se espera a que «se caliente» en el proceso deliberativo hasta desembocar espontáneamente en una ciberturba o en un nuevo consenso social. Existe una renuncia de partida al control de las formas que en cada fase vaya a adoptar el proceso y a la posibilidad incluso de abortarlo, porque si intentamos centralizar lo distribuido, si pretendemos quedar como tutores del proceso de debate que abrimos, únicamente conseguiremos inhibirlo y al final no tendremos propuestas claras a las que la gente pueda adherirse.
Si hasta ahora hemos visto las formas políticas que adoptan ambas estrategias, en las páginas siguientes esbozaremos el tipo de comunicación que requieren ambas y sus posibles formas en otros ámbitos, desde la empresa hasta la promoción de actividades asociativas.
La diferencia fundamental entre los dos modelos es la existencia o no de un nodo dinamizador a lo largo de todo el proceso. Si sólo queremos iniciar, prender, un proceso de debate, tendremos que argumentar, señalar, escribir y promocionar lo escrito. Si es posible, celebrar actos presenciales y relatar los que hacen otros, animando a quien podamos a escribir y opinar sobre el tema.
No es fácil iniciar un proceso así. La pequeña historia de las ciberturbas nos demuestra que surgen como respuesta a hechos traumáticos mal gestionados informativa o socialmente por las autoridades, cuando no provocados por ellas mismas. Son reactivas. Cuanto menos universal sea la percepción de que el motor es un hecho de alguna manera «indignante», más lento será el proceso y menos probable será que surja espontáneamente, por mucho que lo estemos animando.
Por eso el modelo de ciberactivismo más frecuente es el que busca la adhesión a una campaña cuyos objetivos y medios han sido diseñados estratégicamente a priori por un nodo organizador.
En general, en este tipo de procesos la claridad y la accesibilidad de la información serán fundamentales. Hace falta ante todo un por qué, un qué y un a quién: por qué hay que movilizarse, qué hay que vindicar en respuesta y frente a quién hay que hacerlo.
Esto, a su vez, obliga a cuidar una serie de elementos de la información:
Documentación. Debemos partir de una información exhaustiva, recoger todos los argumentos a favor y en contra de nuestra postura y ponerlos a disposición pública.
Discurso. Debemos resumir en dos líneas por qué una persona normal debería movilizarse. En muchos casos vamos a dirigirnos a la gente para pedirles que reaccionen ante algo que posiblemente no conocen, pero que si conocieran posiblemente tampoco tendría mucho interés para ellos. Tendremos poco tiempo y pocas oportunidades para convencerles, lo que significa que tendremos que ser muy claros en todos nuestros mensajes, maximizar la transferencia de información. Es necesario que sean evidentes los objetivos, los medios y las causas. Si los receptores no tienen claro de qué va el mensaje, no podrán pasarlo ni explicárselo a otros aunque quieran. Tendremos que conseguir que, aun siendo corto y claro, esté lo suficientemente matizado como para que no sea ni un panfleto ni una proclama del fin del mundo.
El mensaje apocalíptico es una falsa tentación. Si se articula bien, puede alarmar lo suficiente a los demás como para que se impliquen, pero ¿y si, por ejemplo, nos enfrentamos a un proyecto de ley y finalmente sale adelante? Es probable que no vivamos de una forma evidente en un 1984 orwelliano al día siguiente de su aplicación, pero seguramente las cosas serán más difíciles para los objetivos que perseguimos y nos hará falta más que nunca crear opinión y movilizar gente. Si vendimos que la alternativa era la retirada del proyecto o el fin del mundo, indefectiblemente perderemos lo más valioso, el ánimo de los que participaron, su confianza en las perspectivas abiertas por sus propias acciones.
Elegir los destinatarios últimos de la acción. ¿Qué institución tiene la responsabilidad de lo que reivindica una campaña? ¿A quién mostrarán los adherentes su descontento? ¿A quién trataremos de convencer con nuestros argumentos? ¿Qué pretendemos de aquel o aquellos a los que nos dirigimos?
Esto es importante porque se trata de plantearnos siempre objetivos alcanzables. Pedir lo imposible sería burlarse del esfuerzo de quienes se movilicen y abriría el camino de la desmoralización posterior.
Puede que tan sólo persigamos la transmisión del mensaje, la conversión de una historia o un eslogan en meme. No habría antagonista en una campaña de este tipo. Estaríamos ante una campaña de «marketing viral», donde lo que se pretende es simplemente que el receptor retransmita. Pero incluso en estas campañas es muy probable que le pidamos algo más: que participe en el debate de un libro –y, por tanto, que lo lea y tal vez incluso lo compre», que envíe una carta de protesta a una institución o se manifieste frente a ella, que pruebe un producto o que investigue por su cuenta sobre el cambio climático. Da igual, debemos pedirle que haga algo asequible para él, explicándole claramente por qué si son muchos los que se suman puede cambiar algo contextualmente.
Diseño de herramientas. Las herramientas son fundamentales y hay que facilitar que cada persona que entre en relación con la campaña pueda reproducirla en su cluster, en su red social, sin mediación de nadie.
Se trata en primer lugar de informar, de hacer una pequeña selección de enlaces sobre «qué es» y «por qué nos afecta». Esto puede ampliarse a e-mails y SMS tipo, carteles en formato electrónico que la gente pueda imprimir y fotocopiar, banners que puedan incorporar a su blog, etc.
Es importante que los logos y demás materiales sean de la campaña, no del grupo, la empresa o el blog desde el que lo lancemos. De este modo favorecemos que otros nodos asuman la campaña como propia simplemente copiando y pegando los materiales en su blog o web, sin tener que darnos una sola referencia. Si de verdad queremos propagar una idea, no debería contrariarnos en absoluto que esto suceda; al contrario, no hay mejor síntoma de que una campaña distribuida se está haciendo bien. Es más, los motivos deberían poder copiarse con facilidad y personalizarse de acuerdo con los intereses de cada cual; por ejemplo, para ponerle el logo de su colectivo de estudiantes, sindicato, asociación vecinal o club rolero. De entrada, todos los nodos, todas las subredes interesan; no temamos que la campaña sea co-firmada por muchos. Cuanto más personalizada sea la comunicación, más fiable será.
Visibilidad. El primer elemento para obtener visibilidad ya lo tenemos. Añadiríamos, además, la posibilidad de un «contador», un sitio donde de alguna manera se recoja un censo de adherentes o un diario de la expansión de la campaña. Un blog suele ser una buena solución. No hay nada que genere más ánimo que ver la campaña crecer desde abajo.
Por otro lado, hay nodos en la red que están a caballo entre la propia red y la comunicación en broadcast: radios comunitarias y emisoras online, periódicos electrónicos, periodistas con blog, incluso grupos de Facebook y otras redes definidas sobre la adhesión. Enviarles un e-mail con un pequeño dossier y documentación puede convertirlos en un nodo muy activo que abra terrenos y redes para la campaña.
En esta misma línea, hay que hacer un llamamiento para que todo aquel que pueda y se anime mande artículos de opinión y cartas al director a la prensa, especialmente a la local, la más leída en nuestro país (y en casi todos). Se pueden enviar dossieres como el que preparemos para la prensa electrónica (básicamente un e-mail con enlaces y una explicación clara de la campaña) a columnistas regulares de medios locales de quienes sabemos que están particularmente sensibilizados con estos temas.
En una campaña «clásica» el centro «tiraría de base de datos» y organizaría un mailing bastante impersonal que enviaría a personas con este perfil. En la red se trata de que sean los propios adherentes, los agentes activos de la campaña, los que «pasen» la información a sus contactos y conocidos cercanos. Seguro que hay muchos de ellos en situación de enviar artículos a la prensa local o hacer una intervención en la radio local.
Se trata de que cada nodo aporte algo para mejorar la visibilidad de la campaña, descubriendo que su agenda, sus contactos, su red social personal, al agregarse a la de los demás, forma un potente medio de comunicación y un formidable instrumento de acción colectiva sin mediaciones.
Tan revelador como las formas y los lenguajes de la «Primavera de las redes» fue la incapacidad del poder para entender a qué se estaban enfrentando. Al carecer de una estructura estrictamente jerárquica que supervise y comunique, las viejas organizaciones sienten que sus antagonistas son cada vez más inaprensibles. La clave de las redes distribuidas está en su identidad, en la existencia de un espíritu común que los netócratas modulan a través de mensajes públicos.
Como vimos en las Revoluciones de Colores, nunca la tecnología había sido tan instrumental, tan poco protagonista por sí misma, como en los nuevos conflictos. Ya en los años noventa escribían Arquilla y Ronsfeld en «Swarming and the Future of Conflict»:
La revolución informacional está cambiando la forma en que la gente lucha a lo largo de todo el espectro del conflicto. Lo está haciendo fundamentalmente mediante la mejora de la potencia y capacidad de acción de pequeñas unidades, y favoreciendo la emergencia de formas reticulares de organización, doctrina y estrategia que hacen la vida cada vez más difícil a las grandes y jerárquicas formas tradicionales de organización. La tecnología importa, sí, pero supeditada a la forma organizativa que se adopta o desarrolla. Hoy la forma emergente de organización es la red.
En este mundo reticular, con una multiplicidad de agentes que actúan autónomamente, coordinándose espontáneamente en la red, el conflicto es «multicanal», se da simultáneamente en muchos frentes, y del aparente caos emerge un «orden espontáneo» (el swarming) que resulta letal para los viejos elefantes organizativos. Esta coordinación no requiere en la mayoría de los casos ni siquiera una dirección consciente o una dirección centralizada. Al contrario, como señalaba el propio profesor Arquilla, en la identidad de red, «la doctrina común es tan importante como la tecnología».
La misma guerra en la sociedad red, la guerra distribuida, es una guerra de corso en la que pequeñas unidades «ya saben lo que tienen que hacer» y saben que «tienen que comunicarse entre sí no para preparar la acción, sino sólo a consecuencia de ella y, sobre todo, a través de ella». En este tipo de enfrentamiento la definición de los sujetos en conflicto, lo implícito, es más importante que lo explícito (los planes o estrategias basados en líneas causales acción-reacción).
El swarming es la forma del conflicto en la sociedad red, la forma en que el poder es controlado en el nuevo mundo y, al tiempo, la forma en que el nuevo mundo logra su traducción de lo virtual a lo material.
¿Cómo organizar, pues, acciones en un mundo de redes distribuidas? ¿Cómo se llega a un swarming civil? En primer lugar, renunciando a organizar. Los movimientos surgen por autoagregación espontánea, así que planificar qué va a hacer quién y cuándo no tiene ningún sentido, porque no sabremos el qué hasta que el quién haya actuado.
Lo que si sabemos es que todos los movimientos relevantes y auténticamente distribuidos de la última década han tenido dos fases necesarias:
Deliberación: localizada en foros y blogs, necesariamente «minoritaria», cuaja los nuevos consensos, que, traducidos en consignas se convertirán en movilización.
Movilización: articulada sobre herramientas de difusión (YouTube pero también Facebook o incluso, en mucha menor medida de lo relatado por los medios, Twitter) y de comunicación directa uno a uno como los SMS o archivos digitales con carteles o adhesivos para que cada cual los reproduzca y difunda.
La deliberación tiene mucho de laboratorio social de nuevos discursos. El ciberactivismo con éxito tiene mucho de profecía autocumplida. Cuando se alcanza un cierto umbral de gente que no sólo quiere sino que cree poder cambiar las cosas, el cambio se hace insoslayable. Por eso los nuevos discursos parten del «empowering people», de relatos de individuos o pequeños grupos con causa que transforman la realidad con voluntad, imaginación e ingenio. Es decir, los nuevos discursos definen el activismo como una forma de «hacking social».
Son los nuevos mitos y, además, en un sentido absolutamente posmoderno: no imponen una jerarquía de valores estricta, un juego de valores y un credo, al estilo de los socialistas utópicos o los randianos, sino que proponen «rangos», cauces de una cierta manera de mirar el mundo, de un cierto estilo de vida que será el verdadero aglutinante de la red. Por eso, toda esta lírica discursiva lleva implícito un fuerte componente identitario que facilita a su vez la comunicación entre pares desconocidos sin que sea necesaria la mediación de un «centro», es decir asegura el carácter distribuido de la red y, por tanto, su robustez de conjunto.
Por eso, es más importante el desarrollo de herramientas que hagan claramente visible la posibilidad del hacking social a los individuos que cualquier convocatoria que podamos organizar. El ciberactivismo, como hijo de la cultura hacker, se reitera en el mito del hágalo usted mismo, de la potencia del individuo para generar consensos y transmitir ideas en una red distribuida.
La idea es: desarrolla herramientas y ponlas a disposición pública. Ya habrá quien sepa qué hacer con ellas. Las herramientas no son neutrales. Desde archivos descargables para hacer plantillas, volantes y camisetas hasta software libre para hacer y federar blogs, pasando por manuales de resistencia civil no violenta con mil y un pequeños gestos cotidianos que propagar; todo esto lo hemos visto en Serbia primero y en Ucrania y Kirguistán después. Y funciona.
Las herramientas tienen que estar pensadas para que la gente, mediante pequeños gestos, pueda reconocerse en otros como ellos. La visibilidad del disenso, la ruptura de la pasividad es la culminación de la estrategia de toda estrategia de empoderamiento.
La visibilidad es algo por lo que hay que luchar permanentemente. Primero online (valga una vez más el ejemplo de los agregadores) y luego offline. La visibilidad, y por tanto la autoconfianza del número, es la clave para alcanzar tipping points, momentos en los que se alcanza el umbral de rebeldía y la información y las ideas se propagan por medio de un número de personas que crece exponencialmente. De ahí la importancia simbólica y real de las ciberturbas, manifestaciones espontáneas convocadas mediante el «pásalo», blog a blog, boca a boca y SMS a SMS.
Un ciberactivista es alguien que utiliza Internet, y sobre todo la blogsfera, para difundir un discurso y poner a disposición pública herramientas que devuelvan a las personas el poder y la visibilidad que hoy monopolizan las instituciones. Un ciberactivista es una enzima del proceso por el que la sociedad pasa de organizarse en redes jerárquicas descentralizadas a ordenarse en redes distribuidas básicamente igualitarias.
La potencia de las redes distribuidas sólo pueden aprovecharla plenamente quienes creen en un mundo de poder distribuido y, en un mundo así, el conflicto informativo adopta la forma de un swarming en el que los nodos van sincronizando mensajes hasta acabar propiciando un cambio en la agenda pública. Y en el límite, la movilización espontánea y masiva en las calles: la ciberturba.
Ciberturbas
Todos tenemos una idea intuitiva de las ciberturbas. Una definición no problemática podría ser:
La culminación en la movilización en la calle de un proceso de discusión social llevado a cabo por medios electrónicos de comunicación y publicación personales en el que se rompe la división entre ciberactivistas y movilizados.
La idea central es que es la red social en su conjunto la que practica y hace crecer el ciberactivismo, a diferencia de otros procesos, como las Revoluciones de Colores, donde la permanencia de estructuras descentralizadas junto con las distribuidas llevó al mantenimiento de la división ciberactivistas/base social de una forma clara. Como hemos visto, existían «organizaciones convocantes», aunque sólo fueran, a su vez, pequeñas subredes sociales de activistas más que organizaciones tradicionales.
Una de las características definitorias de las ciberturbas es que es imposible encontrar en ellas un «organizador», un «grupo dinamizador» responsable y estable. En todo caso, encontraremos «propositores» originales que en el curso de la movilización tienden a disolverse en el propio movimiento. Entre otras cosas porque las ciberturbas nacen en la periferia de las redes informativas, no en su centro.
El problema con movimientos tan nuevos y que influyen tanto en la agenda política, como los que hemos caracterizado como ciberturbas, es que resulta sumamente difícil discutir sobre ellos o analizarlos sin que la percepción y valoración del receptor estén mediadas por sus consecuencias o por su posición en los debates políticos que abren.
En España ha sido obvio con las movilizaciones de la noche del 13 de marzo de 2004. En Filipinas había pasado antes. Podría parecer que hubiera muchas más oportunidades para el análisis desapasionado en el caso francés, al ser el movimiento tan pobre propositivamente y causar una repulsa tan generalizada. Sin embargo, al haberse confundido mediáticamente con el debate sobre la inmigración, e incluso con el miedo al terrorismo yihadista, tampoco está libre de condicionamientos partidarios.
Como comentábamos en el capítulo anterior, cuando nos acercamos a ellos, lo primero que nos llama la atención es la existencia de una división clara entre una fase deliberativa –de debate– y otra de convocatoria y movilización en la calle. La primera es relativamente amplia, aunque subterránea en la medida en que no se ve reflejada en los medios tradicionales. De hecho, es constatable como en todos los casos los blogs tuvieron un papel fundamental como herramienta, aunque lógicamente, la «conversación» armada por cada uno de ellos involucrara áreas distintas de la blogsfera. De hecho, parece que la tendencia es a que la web tenga un peso cada vez mayor en esta fase, paralelo a la expansión de las tecnologías de publicación personal.
Pasamos de las radios locales y los foros online filipinos del año 2001 a la combinación de medios digitales alternativos, foros y blogs relativamente centrales e ideologizados en el periodo del 11-12 de marzo de 2004 en España, para llegar a la llamada «blogsfera periférica» en el noviembre francés de 2005 y el macrobotellón español de 2006.
En cada caso no sólo el número de emisores aumenta con respecto al anterior, sino también el número total de personas involucradas en la comunicación. En este caso el ejemplo francés es especialmente interesante, en la medida en que ese entorno deliberativo se crea sobre la marcha, de forma relativamente espontánea a partir de un par de «páginas de homenaje» creadas en un servicio gratuito de blogs ligados a una emisora de música, Skyrock.
A los pocos días de comenzar las revueltas la policía francesa ya era consciente de que no se enfrentaba a una explosión irracional de los barrios, sino a una forma contemporánea de violencia urbana organizada, la guerrilla en red surgida espontáneamente a partir de la repercusión de las primeras algaradas. Así lo declaraba la televisión pública francesa:
Des policiers évoquent aussi l’«émulation» entre groupes, via des «blogs», une compétition entre quartiers voisins ou la recherche d’une exposition médiatique.
Trece días después, tres bloggers fueron detenidos por su papel en las revueltas francesas. Según el diario Liberation:
Ces blogs, intitulés «Nike la France» et «Nique l’État» ou encore «Sarkodead» et «Hardcore», incitaient à participer aux violences dans les banlieues et à s’en prendre aux policiers. Ils ont été désactivés par Skyrock le week-end dernier. L’information a été ouverte pour «provocation à une dégradation volontaire dangereuse pour les personnes par le biais d’internet». Les trois jeunes gens, dont deux de Seine-Saint-Denis (Noisy-le-Sec et Bondy), âgés de 16 et 18 ans et un autre, 14 ans, des Bouches-du-Rhône, avaient été arrêtés lundi matin […]. Les trois jeunes qui «ne se connaissent pas entre eux», avaient «pris comme support» le site internet de la radio Skyrock. […].
Esto lo confirmaría el hecho de que alojaran sus blogs en Skyblog, un servicio de blogs gratuitos que es el equivalente francés del MSN-Spaces en el mundo hispano, con un perfil de usuario muy similar. Pura «blogsfera periférica», pero masiva. De hecho, se calcula que en el caso hispanoparlante agrupa a más de dos millones de personas.
Además, la información señala que «no se conocían entre sí». De hecho, lo más probable es que percibieran a los otros, si habían dado con ellos en la red, como competidores. La competencia, en las redes distribuidas y sobre todo en el marco de un naciente swarming, se convierte en cooperación. Pero evidentemente esto iría más allá de los tres nodos originales. Como señalaba el blogger Alejandro Rivero,
a lo largo de la semana han aprendido sobre la marcha, autocitándose y linkando unas páginas con otras para evitar tanto los cierres como las sobrecargas técnicas ¡al pasar de 2^14 comentarios!
La multiplicación de nodos (blogs) fácilmente interconectados entre sí (a través de los comentarios) generó un medio de comunicación específico y distribuido, una subblogsfera alojada en Skyblog que en muy poco tiempo se convirtió en todo un ecosistema informativo, a pesar de haber aparecido, como hemos visto, muy toscamente. Se trataba de un subsistema donde emulación y competencia generaron como resultado un óptimo acumulativo (de conocimiento), al permitir muy rápidamente alcanzar la masa crítica de blogs nuevos e implicados, y que por tanto sentó las bases de una cierta forma de cooperación social.
Lo verdaderamente fascinante de esta experiencia es esta convivencia de elementos estructuralmente muy avanzados, muy contemporáneos, propios del swarming (blogs, móviles, acumulación rápida de conocimiento técnico por mera interconexión espontánea de los nodos) con la tosquedad de las intenciones, la ausencia casi total de discurso y estrategia de poder (no se reivindicaba nada más allá de que Sarkozy se disculpara, aunque se expresara mucho).
Seguramente por eso, y debido más que nada a las carencias de base generadas por el sistema educativo, la fase deliberativa en el caso francés fue sumamente breve y evolucionó hacia la acumulación técnica de conocimientos en formas de guerrilla urbana, superponiéndose a la coordinación y convocatoria realizada sobre todo mediante teléfonos móviles.
Durante aquellos días los medios de media Europa insistieron en trazar un paralelismo con las revueltas raciales de Los Ángeles en 1994. Pero lo interesante son las diferencias, no sólo en las bajas producidas (53 muertos en LA frente a uno en todos los enfrentamientos callejeros franceses), sino sobre todo en la evolución y la forma. En Los Ángeles las noches y los días fueron igualmente peligrosos y los saqueos fueron constantes. Aunque ambos movimientos acabaron por una mezcla de represión y agotamiento interno (producto de su ausencia de contenido reivindicativo claro), el ciclo (día/noche y entre días) fue radicalmente diferente. En Francia vimos cómo de la violencia espontánea y localizada emergía una conciencia de acción colectiva, de juego/ataque/competencia grupal no sólo en los barrios, sino entre ellos y entre las ciudades. Y como resultado vimos un crescendo tanto en extensión como en capacidad de organización técnica de las algaradas; todo ello sin alejarse más de unas manzanas de casa.
Las revueltas francesas llegaron a convertirse en un swarming nacional para finalmente desinflarse. Se desinflaron porque sus protagonistas adolecían, ya de partida, de una falta de empoderamiento básico: la capacidad para expresar y articular sus necesidades en forma de propuestas. Sin embargo, demostraron una capacidad asombrosa e incomparable con el caso estadounidense para desarrollar conocimientos «técnicos» de guerrilla urbana a base de compartir experiencias. Era asombroso ver los vídeos grabados con teléfonos móviles de los despliegues nocturnos de la policía y cómo eran comentados en los blogs por la mañana.
Junto con esta capacidad para generar conocimiento muy rapidamente, se aprecia en las ciberturbas otra novedad radical con respecto a formas de movilización anteriores. Al no existir una institución –partido, sindicato, colectivo, etc.– que convoque las movilizaciones, no se puede escenificar un acuerdo o una negociación.
Como señalaba Manuel Castells en un excelente documental sobre la ciberturba del 13-M firmado por Manuel Campo Vidal, estos movimientos tienen el carácter de una «revuelta ética», no existe siquiera un programa mínimo, sino la expresión de unas peticiones muy sencillas ligadas a la naturaleza reactiva del movimiento.
En el caso filipino fueron las pruebas de corrupción del presidente Estrada. En el 13-M el «¿Quién ha sido?» fue una reacción frente a la percepción de manipulación informativa gubernamental en la atribución de la autoría del 11-M. En los disturbios franceses, la exigencia de disculpas al ministro del Interior a raíz de sus declaraciones tras la muerte de dos chavales del arrabal en un encuentro con la policía. En el macrobotellón español, la reivindicación lúdica del espacio público tradicional en nuestra cultura frente a las leyes cada vez más restrictivas de las administraciones. En Túnez las protestas que siguieron a la inmolación de un licenciado que protestaba, desesperado, por no poder mantener su negocio en la calle.
Este carácter genérico de lo vindicado, unido a la imposibilidad de personificar el movimiento en una organización o un líder, da pie a infinitas teorías conspiranoicas más o menos del gusto de los medios.
La tendencia, sin embargo, no es hacia una «cristalización» organizativa de este tipo de movimientos. Al contrario, el papel determinante en todos ellos es la red de teléfonos móviles, que es prácticamente un calco de la red social real y de la «blogsfera periférica», que sigue en su expansión un camino parecido.
Al origen deliberativo de estos movimientos se le pueden aplicar las conclusiones de la crítica que el físico y teórico de redes Duncan Watts hizo del estructuralismo estático y basado en el concepto de centralidad que se enseña en nuestras universidades:
Implícita en la aproximación [a las redes desde el concepto de centralidad] está la asunción de que las redes que parecen ser distribuidas no lo son realmente. […] Pero, ¿qué pasa si no hay un centro? ¿Qué pasa si hay muchos «centros» no necesariamente coordinados ni incluso del «mismo lado»? ¿Qué pasa si las innovaciones importantes no se generan en el núcleo sino en la periferia, a donde los capos gestores de la información están demasiado ocupados para mirar? ¿Qué pasa si pequeños sucesos repercuten a través de oscuros lugares por casualidad y merced a encuentros fortuitos desencadenan una multitud de decisiones individuales, cada una de ellas tomada sin una planificación previa, que se convierten por agregación en un suceso no anticipable por nadie, ni siquiera por los propios actores? En estos casos, la centralidad en la red de los individuos o cualquier centralidad de cualquier tipo nos dirá poco sobre el resultado, porque el centro emerge como consecuencia del propio suceso.
Eso es exactamente una ciberturba, la culminación en una movilización en la calle de un proceso de discusión social llevado a cabo por medios electrónicos de comunicación y publicación personales en el que se rompe la división entre ciberactivistas y movilizados. Es la red social en su conjunto la que practica y hace crecer el ciberactivismo, desde la periferia hacia el centro.
No tiene sentido buscar el origen y la autoría de las convocatorias en una persona o en un grupo. Constantemente hay miles de ellos en la blogsfera proponiendo temas y soluciones para el debate con la esperanza de que cristalicen en una movilización social generalizada. La blogsfera, ese nuevo gran medio de comunicación distribuida, es el autor y el origen de todas estas movilizaciones de los últimos años.
Por eso si definimos «influencia» como la capacidad de un medio, un grupo o un individuo para modificar por sí mismo la agenda pública en un determinado ámbito, hay que remarcar que ningún blog es un medio, la blogsfera es el medio. Un blog concreto, a diferencia de un gran periódico, no puede modificar la agenda pública. La blogsfera, la gran red social de personas que se comunican a través de bitácoras y otras herramientas de publicación electrónica personal, sí, como demuestran, en el límite, las ciberturbas.
Ciberactivismo.
De todo nuestro recorrido hasta ahora podemos ya destilar una definición de qué es realmente el ciberactivismo y sobre qué modelos puede operar.
Podríamos definir «ciberactivismo» como toda estrategia que persigue el cambio de la agenda pública, la inclusión de un nuevo tema en el orden del día de la gran discusión social, mediante la difusión de un determinado mensaje y su propagación a través del «boca a boca» multiplicado por los medios de comunicación y publicación electrónica personal.
El ciberactivismo no es una técnica, sino una estrategia. Hacemos ciberactivismo cuando publicamos en la red –en un blog o en un foro– buscando que los que lo leen avisen a otros –enlazando en sus propios blogs o recomendándoles la lectura por otros medios– o cuando enviamos un e-mail o un SMS a otras personas con la esperanza de que lo reenvíen a su lista de contactos.
Por eso todos estamos abocados al ciberactivismo. Lo está un escritor que quiere promocionar su libro, un activista social que quiere convertir un problema invisible en un debate social, la pequeña empresa con un producto innovador que no puede llegar a su clientela o el militante político que quiere defender sus ideas.
De lo que llevamos visto en este capítulo podemos extraer una conclusión: hay dos modelos básicos, dos formas de estrategia. La primera es la lógica de campaña: construir un centro, proponer acciones y difundir la idea. La segunda es iniciar un swarming, un gran debate social distribuido con consecuencias, de entrada, imprevisibles.
No hay un camino intermedio que conduzca al éxito. Ambas estrategias requieren formas de comunicación muy diferenciadas. En la primera se propone, a la manera del activismo tradicional, un tema, un antagonista, unas medidas a defender y una forma de movilizarse. Se invita a la gente a adherirse, no a diseñar la campaña.
En la segunda se inicia un tema y se espera a que «se caliente» en el proceso deliberativo hasta desembocar espontáneamente en una ciberturba o en un nuevo consenso social. Existe una renuncia de partida al control de las formas que en cada fase vaya a adoptar el proceso y a la posibilidad incluso de abortarlo, porque si intentamos centralizar lo distribuido, si pretendemos quedar como tutores del proceso de debate que abrimos, únicamente conseguiremos inhibirlo y al final no tendremos propuestas claras a las que la gente pueda adherirse.
Si hasta ahora hemos visto las formas políticas que adoptan ambas estrategias, en las páginas siguientes esbozaremos el tipo de comunicación que requieren ambas y sus posibles formas en otros ámbitos, desde la empresa hasta la promoción de actividades asociativas.
La diferencia fundamental entre los dos modelos es la existencia o no de un nodo dinamizador a lo largo de todo el proceso. Si sólo queremos iniciar, prender, un proceso de debate, tendremos que argumentar, señalar, escribir y promocionar lo escrito. Si es posible, celebrar actos presenciales y relatar los que hacen otros, animando a quien podamos a escribir y opinar sobre el tema.
No es fácil iniciar un proceso así. La pequeña historia de las ciberturbas nos demuestra que surgen como respuesta a hechos traumáticos mal gestionados informativa o socialmente por las autoridades, cuando no provocados por ellas mismas. Son reactivas. Cuanto menos universal sea la percepción de que el motor es un hecho de alguna manera «indignante», más lento será el proceso y menos probable será que surja espontáneamente, por mucho que lo estemos animando.
Por eso el modelo de ciberactivismo más frecuente es el que busca la adhesión a una campaña cuyos objetivos y medios han sido diseñados estratégicamente a priori por un nodo organizador.
En general, en este tipo de procesos la claridad y la accesibilidad de la información serán fundamentales. Hace falta ante todo un por qué, un qué y un a quién: por qué hay que movilizarse, qué hay que vindicar en respuesta y frente a quién hay que hacerlo.
Esto, a su vez, obliga a cuidar una serie de elementos de la información:
Documentación. Debemos partir de una información exhaustiva, recoger todos los argumentos a favor y en contra de nuestra postura y ponerlos a disposición pública.
Discurso. Debemos resumir en dos líneas por qué una persona normal debería movilizarse. En muchos casos vamos a dirigirnos a la gente para pedirles que reaccionen ante algo que posiblemente no conocen, pero que si conocieran posiblemente tampoco tendría mucho interés para ellos. Tendremos poco tiempo y pocas oportunidades para convencerles, lo que significa que tendremos que ser muy claros en todos nuestros mensajes, maximizar la transferencia de información. Es necesario que sean evidentes los objetivos, los medios y las causas. Si los receptores no tienen claro de qué va el mensaje, no podrán pasarlo ni explicárselo a otros aunque quieran. Tendremos que conseguir que, aun siendo corto y claro, esté lo suficientemente matizado como para que no sea ni un panfleto ni una proclama del fin del mundo.
El mensaje apocalíptico es una falsa tentación. Si se articula bien, puede alarmar lo suficiente a los demás como para que se impliquen, pero ¿y si, por ejemplo, nos enfrentamos a un proyecto de ley y finalmente sale adelante? Es probable que no vivamos de una forma evidente en un 1984 orwelliano al día siguiente de su aplicación, pero seguramente las cosas serán más difíciles para los objetivos que perseguimos y nos hará falta más que nunca crear opinión y movilizar gente. Si vendimos que la alternativa era la retirada del proyecto o el fin del mundo, indefectiblemente perderemos lo más valioso, el ánimo de los que participaron, su confianza en las perspectivas abiertas por sus propias acciones.
Elegir los destinatarios últimos de la acción. ¿Qué institución tiene la responsabilidad de lo que reivindica una campaña? ¿A quién mostrarán los adherentes su descontento? ¿A quién trataremos de convencer con nuestros argumentos? ¿Qué pretendemos de aquel o aquellos a los que nos dirigimos?
Esto es importante porque se trata de plantearnos siempre objetivos alcanzables. Pedir lo imposible sería burlarse del esfuerzo de quienes se movilicen y abriría el camino de la desmoralización posterior.
Puede que tan sólo persigamos la transmisión del mensaje, la conversión de una historia o un eslogan en meme. No habría antagonista en una campaña de este tipo. Estaríamos ante una campaña de «marketing viral», donde lo que se pretende es simplemente que el receptor retransmita. Pero incluso en estas campañas es muy probable que le pidamos algo más: que participe en el debate de un libro –y, por tanto, que lo lea y tal vez incluso lo compre», que envíe una carta de protesta a una institución o se manifieste frente a ella, que pruebe un producto o que investigue por su cuenta sobre el cambio climático. Da igual, debemos pedirle que haga algo asequible para él, explicándole claramente por qué si son muchos los que se suman puede cambiar algo contextualmente.
Diseño de herramientas. Las herramientas son fundamentales y hay que facilitar que cada persona que entre en relación con la campaña pueda reproducirla en su cluster, en su red social, sin mediación de nadie.
Se trata en primer lugar de informar, de hacer una pequeña selección de enlaces sobre «qué es» y «por qué nos afecta». Esto puede ampliarse a e-mails y SMS tipo, carteles en formato electrónico que la gente pueda imprimir y fotocopiar, banners que puedan incorporar a su blog, etc.
Es importante que los logos y demás materiales sean de la campaña, no del grupo, la empresa o el blog desde el que lo lancemos. De este modo favorecemos que otros nodos asuman la campaña como propia simplemente copiando y pegando los materiales en su blog o web, sin tener que darnos una sola referencia. Si de verdad queremos propagar una idea, no debería contrariarnos en absoluto que esto suceda; al contrario, no hay mejor síntoma de que una campaña distribuida se está haciendo bien. Es más, los motivos deberían poder copiarse con facilidad y personalizarse de acuerdo con los intereses de cada cual; por ejemplo, para ponerle el logo de su colectivo de estudiantes, sindicato, asociación vecinal o club rolero. De entrada, todos los nodos, todas las subredes interesan; no temamos que la campaña sea co-firmada por muchos. Cuanto más personalizada sea la comunicación, más fiable será.
Visibilidad. El primer elemento para obtener visibilidad ya lo tenemos. Añadiríamos, además, la posibilidad de un «contador», un sitio donde de alguna manera se recoja un censo de adherentes o un diario de la expansión de la campaña. Un blog suele ser una buena solución. No hay nada que genere más ánimo que ver la campaña crecer desde abajo.
Por otro lado, hay nodos en la red que están a caballo entre la propia red y la comunicación en broadcast: radios comunitarias y emisoras online, periódicos electrónicos, periodistas con blog, incluso grupos de Facebook y otras redes definidas sobre la adhesión. Enviarles un e-mail con un pequeño dossier y documentación puede convertirlos en un nodo muy activo que abra terrenos y redes para la campaña.
En esta misma línea, hay que hacer un llamamiento para que todo aquel que pueda y se anime mande artículos de opinión y cartas al director a la prensa, especialmente a la local, la más leída en nuestro país (y en casi todos). Se pueden enviar dossieres como el que preparemos para la prensa electrónica (básicamente un e-mail con enlaces y una explicación clara de la campaña) a columnistas regulares de medios locales de quienes sabemos que están particularmente sensibilizados con estos temas.
En una campaña «clásica» el centro «tiraría de base de datos» y organizaría un mailing bastante impersonal que enviaría a personas con este perfil. En la red se trata de que sean los propios adherentes, los agentes activos de la campaña, los que «pasen» la información a sus contactos y conocidos cercanos. Seguro que hay muchos de ellos en situación de enviar artículos a la prensa local o hacer una intervención en la radio local.
Se trata de que cada nodo aporte algo para mejorar la visibilidad de la campaña, descubriendo que su agenda, sus contactos, su red social personal, al agregarse a la de los demás, forma un potente medio de comunicación y un formidable instrumento de acción colectiva sin mediaciones.
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