En toda estructura descentralizada aparece necesariamente la jerarquía. Cuanto más arriba estemos en la pirámide informacional, menos dependeremos de otros para recibir la información y más posibilidades de transmitirla tendremos.
La visión de un suceso dada por una noticia de agencia de prensa mundial llegará al último rincón del planeta, mientras que la de la prensa local –aunque sea de ese mismo lugar– apenas cruzará las fronteras más cercanas, así sean opuestas y la local esté mejor fundamentada. Las declaraciones del secretario general de un partido llegarán a todos sus miembros a través de los canales internos, pero las del secretario local no saldrán de los límites de su pueblo.
La capacidad para transmitir es la capacidad para unir voluntades, para convocar, para actuar. La capacidad para transmitir es una condición previa a la acción política Y en toda estructura descentralizada, dicha capacidad se concentra, en realidad, en unos pocos nodos.
En las redes distribuidas, por definición, nadie depende de nadie en exclusiva para poder llevar a cualquier otro su mensaje. No hay filtros únicos. En ambos tipos de red «todo conecta con todo», pero en las distribuidas la diferencia radica en que un emisor cualquiera no tiene que pasar necesariamente y siempre por los mismos nodos para poder llegar a otros. El periódico local no tiene que convencer de su punto de vista al periodista de la agencia encargado de su zona y el secretario del partido de turno en un pueblo no tiene que convencer a toda la ristra de secretarios comarcales, provinciales y regionales para poder llegar a sus compañeros en otros lugares.
Entonces, ¿las redes distribuidas no tienen formas políticas de organización? No, lo que ocurre es que estamos tan acostumbrados a vivir en redes de poder descentralizadas, que confundimos la organización de la representación con la organización de la acción colectiva. La perversión de la descentralización ha llegado a tal punto que «democracia» se ha convertido en sinónimo de elección de representantes, es decir de nodos filtro.
Lo que define a una red distribuida es, como dicen Alexander Bard y Jan Söderqvist, que
Alguien propone y se suma quien quiere. La dimensión de la acción dependerá de las simpatías y grado de acuerdo que suscite la propuesta. Este sistema se llama pluriarquía y, según los mismos autores,
Con un sistema pluriárquico se entiende por qué en las redes no existe «dirección» en el sentido tradicional, pero también por qué inevitablemente surgen en su interior grupos cuyo principal objetivo es conferir fluidez al funcionamiento y los flujos de la red. Son grupos especializados en proponer acciones de conjunto y facilitarlas. No suelen estar orientados hacia fuera, sino hacia el interior, aunque inevitablemente acaben siendo tomados, desde fuera, por la representación del conjunto de la red o, cuando menos, como la materialización de la identidad que los define. Estos grupos son los netócratas de cada red, sus líderes en un cierto sentido, ya que no pueden tomar decisiones pero juegan con su trayectoria, prestigio e identificación con los valores que aglutinan la red o parte de ella a la hora de proponer acciones comunes.
¿Qué sucede cuando una estructura distribuida se enfrenta a una descentralizada? Pues que la distribuida lleva las de ganar en capacidad de movilización y rapidez de reflejos. No faltan ejemplos en los últimos años de gobernantes que han pensado que bastaría con controlar los filtros tradicionales (prensa y TV) para condicionar a los ciudadanos asegurándose de que sólo les llegara la información conveniente. El trasfondo de las nuevas redes informacionales distribuidas les enfrentaría, sin embargo, a miles de ciudadanos en las calles. En algunos casos (Filipinas, España, etc.) les llevó a abandonar el poder. Pero lo importante no es tanto el resultado como el fondo que sintomatizaron.
Se han llenado miles de páginas sólo para tratar de entender en qué se basaban las cadenas de SMS, el poder del «boca a boca» electrónico, pero en realidad no es más que la punta del iceberg. Lo cierto es que estas ciberturbas habrían sido impensables sin el nacimiento de un nuevo medio de comunicación distribuido.
Cuando Himanen escribió «La ética del hacker», su modelo se basaba en las comunidades de desarrollo de software libre. Unos años después, la misma lógica de la información distribuida había llegado al terreno de la información general y construcción de opinión pública. La clave: las bitácoras (blogs).
Los blogs son sistemas personales, automáticos y sencillos de publicación que, al extenderse, han permitido el nacimiento del primer gran medio de comunicación distribuido de la historia: la blogsfera, un entorno informativo en el que se reproducen los presupuestos, las condiciones y los resultados del mundo pluriárquico.
Los bloggers representan lo contrario del periodista. Como los hackers de Himanen, rara vez se especializan, escriben por igual sobre los avatares de su vida personal que sobre temas de actualidad internacional o local. El autor es a veces fuente directa, muchas veces analista de otros bloggers y fuentes y casi siempre seleccionador de terceras fuentes para sus lectores. En los blogs, la vida personal del autor no está separada de la información general y la opinión. Y esa no separación entre vida, trabajo e ideas es una traducción directa de la ética hacker, una negación práctica de la división del trabajo propia de las redes jerárquicas descentralizadas.
El incentivo del blogger, además, es el prestigio, el número de lectores, el de enlaces y citas publicadas por otros bloggers como él. La blogsfera es un medio casi totalmente desmonetarizado. El sistema de incentivos que lo sostiene es similar al del software libre; es un entorno pluriárquico basado en el prestigio, que evidentemente generará netocracias más o menos volátiles para cada subred identitaria.
En conjunto, la blogsfera tiende a eliminar la separación emisor/receptor (es una red distribuida donde todos pueden publicar), característica de los medios de los modelos centralizado (ensayado en los países que sufrieron regímenes totalitarios como España) y descentralizado (modelo mediático anglosajón democrático).
Su potencia reside en que desaparece, de hecho, la capacidad de filtro: eliminar o filtrar un nodo o un conjunto de nodos no frenará el acceso a la información. Al contrario del sistema informativo descentralizado nacido del telégrafo, es imposible «cortar puentes» y controlar la información que llega a los nodos finales mediante el control de unos cuantos emisores.
Resumiendo, la gran red global de bitácoras (la «blogsfera») representa el primer medio global de comunicación distribuida y reproduce todas las categorías de la «ética hacker».
Respecto a la figura del blogger, los viejos medios de comunicación le tildarán de «intruso» o aficionado sin credibilidad, igual que las grandes firmas de software privativo tachaban de amateurs a los desarrolladores de software libre (antes de adaptar la mayoría de ellas, con la vieja IBM, Sun y Novell a la cabeza, sus modelos de negocio a los nuevos sistemas de propiedad copyleft).
Y es que el blogger es la continuación, en la esfera informativa, del hacker (el bricoleur). Un «antiprofesional». Alguien irreducible a las viejas categorías gremiales nacidas de la estructura descentralizada que colgaba de los grandes nodos del poder mediático. La idea del ejercicio del periodismo como actividad, como una habilidad específica que precisaba de unos conocimientos propios y que nace con la industria de la información, no es ninguna novedad. Pulitzer vaticinaba en 1904 que, antes de que terminara el siglo XX, las escuelas de periodismo serían aceptadas como instituciones de enseñanza superior, a semejanza de las facultades de Derecho o Medicina.
Cuando Pulitzer, un «tycoon» de la comunicación, dice esto, está expresando las necesidades del entonces naciente sistema informativo descentralizado, en contraposición a la estructura local y dispersa de los pioneros del periodismo estadounidense.
Pulitzer piensa desde un modelo empresarial industrial al que le hacen falta trabajadores especializados en redactar noticias a la manera en que hacen falta ingenieros para diseñar sistemas de amortiguación. Por eso pide al sistema educativo que los forme. Se acababa el tiempo de los Mark Twain, de los periodistas que eran al tiempo activistas, como el inolvidable director de periódico local en «El hombre que mató a Liberty Valance».
La información del siglo XX seguía el patrón estructural descentralizado de las redes de telecomunicaciones sobre las que se asentaba. La información sería un producto comercializado en exclusiva por los ciudadanos Kane y los Estados. Eran los tiempos del Ford T y el taylorismo, se desvanecía el viejo concepto de «profesional»: ahora «profesional» equivale sólo a especialización con conocimientos técnicos o humanísticos superiores. Se olvida la idea de la profesión como hecho político-moral (de profesar) para igualarse a gremio cualificado.
Es la lógica del periódico como fábrica de noticias, como mediación informativa insustituible y necesaria. Genera sus propios mitos: el periodista ya no es un activista, sino un técnico, un mediador necesario que protagoniza la libertad de expresión y garantiza el derecho colectivo a la información («El público tiene derecho a saber»). Mitos que encubren una realidad: el sistema informativo industrial. Un sistema descentralizado clásico en el que para poder emitir opiniones o visiones de la realidad es necesario contar con un capital equivalente al requerido para montar una fábrica, del mismo modo que para editar un disco o publicar un libro todavía hacen faltan una discográfica o una editorial, respectivamente.
En el modelo del ecosistema informativo descentralizado, los medios eran los cancerberos de la información, que extraían unos profesionales, llamados periodistas, de la misma realidad, dándole su primera forma textual: la noticia. Los periódicos eran, pues, el resultado de una actividad profesional especializada que se aderezaba con la opinión de una serie de firmas, valiosas por su posición en el árbol jerárquico y, se suponía, mejor informadas. La materialización mítica de la figura del periodista era el corresponsal, un señor descontextualizado al que se enviaba –con notables costes– a lugares apartados donde ocurrían sucesos que se juzgaban dignos de ser relatados como noticias. La mejora de los sistemas de comunicación no ha mejorado ni cambiado la estructura de este sistema, sólo ha aumentado su inmediatez hasta el límite: el periodista empotrado de la guerra de Iraq.
En cambio, en la enredadera digital las fuentes aparecen de forma hipertextual y prácticamente en tiempo real, siendo aportadas por los propios protagonistas. Por eso en la nueva estructura reticular de la información el centro del periodismo ya no está en la redacción, en la conversión de la información de hecho a noticia, que era lo que daba sentido a la figura del periodista, sino en la selección de fuentes que están, de todas formas, inmediata y directamente disponibles para el lector. Esto es lo que hacen la mayor parte de las bitácoras y, por definición, los press-clippings. Lo que aportan es la selección de fuentes desde una mirada propia. Y al igual que ya no tiene sentido entender un periódico como un «fabricante de noticias», la firma, la opinión, ya no se fundamenta en la mejor información atribuida a una persona, ya que la Red da acceso a todo el mundo a las fuentes. Lo importante ahora es la interpretación y el análisis. Es decir, el componente deliberativo que señala la aparición de una verdadera esfera pública ciudadana no mediada industrialmente.
Se trata de una vertiente más del resultado más característico del desarrollo de la sociedad de redes distribuidas: la expansión de nuestra autonomía personal respecto a las instituciones establecidas. Ganamos autonomía, por ejemplo, cuando podemos escribir en nuestra propia bitácora y establecer con otros la relación de medio y de fuente, siendo parte de ese periódico mural que hacemos todos por las mañanas con las pestañas de nuestro navegador. Es decir, la Red nos permite actuar socialmente a cierta escala sin tener que contar con la mediación de instituciones externas, nos permite actuar de hecho como «instituciones individuales» y, en ese sentido, ser mucho más libres, tener más opciones.
En la práctica, la emergencia de una esfera informativa pluriárquica, que es lo que de forma primitiva representan la blogsfera, los agregadores identitarios y los nuevos press-clippings personales, supone un verdadero proceso de reorganización del poder que tiende a una estructura de información distribuida.
Vivimos los primeros días de un nuevo ecosistema mediático que, por su misma arquitectura, asegura de modo más robusto el acceso a la información. El 13-M, cuando los periódicos modificaron titulares a petición del presidente del Gobierno español, don Jose María Aznar, se produjo un verdadero swarming. Al romper por tanto la división entre emisores y receptores, la nueva estructura de la información acaba con el periodista como técnico especializado, haciendo a cada uno periodista de su propio medio o, mejor dicho, nodo del gran medio reticular y distribuido que es la blogsfera como un todo.
No hay que llorar la perspectiva de la muerte del periodista como figura profesional diferenciada ni que temer el fin de los media que hasta ahora monopolizaban la representación de la realidad e instrumentalizaban la democracia. Bajo la blogsfera actual late la potencialidad de una redistribución del poder informativo entre la ciudadanía, donde ningún nodo sea imprescindible ni determinante, donde todos seamos igualmente relevantes en potencia. Bajo los blogs late, por primera vez, la pluriarquía como posibilidad social real.
Así como el software libre representa un nuevo tipo de bien público no estatal, la blogsfera es un medio de comunicación distribuido, público y gratuito transnacional, la primera esfera pública democrática real y prácticamente universal. Si los media y sobre todo la televisión habían privatizado la vida pública y el debate político, reduciendo el imaginario a un espectáculo totalitario producido industrialmente según los mismos patrones de la producción de las cosas, la blogsfera representa el comienzo de una verdadera reconquista de la información y el imaginario como creaciones colectivas y desmercantilizadas.
Sin embargo, como manifestación en la esfera informativa del fin de la división y la especialización propias de las redes descentralizadas, la blogsfera no sólo pondrá en jaque a los media. Toda estructura de información lleva tras de sí una estructura de poder. Los cambios en la estructura de la esfera informativa son jaques al sistema de representación política. Si en la práctica la blogsfera erosiona la representación mediática, ¿cómo iba a permanecer incólume la representación de los mediadores políticos profesionales?
Al fin, bajo la emergencia de las redes distribuidas se dibuja una perspectiva social y política: un mundo de fronteras difuminadas sin mediadores profesionalizados y «necesarios», sin elites filtradoras «insustituibles». La blogsfera adelanta características de las nuevas formas de organización política pluriárquica.
Estos movimientos –que tienen sus propios antecedentes– ya tenían elementos de un mundo y una estructura de la información que son, cada vez más, distribuidos. Merece la pena, aunque sólo sea por eso, detenernos en ellos.
Los ochenta se abrieron con movimientos espontáneos y masivos en Polonia frente a la dictadura comunista. Entonces, el marco de los bloques, con el consiguiente peso de la Iglesia católica como símbolo de identidad nacionalista y la tradición de movilizaciones obreras con los debates sobre el papel de «Solidarność», restaron protagonismo en el relato a las formas reticulares distribuidas y al carácter autoorganizado y espontáneo del movimiento.
Pero fue el final de la década el que evidenció una continuidad indudable entre la experiencia polaca y los nuevos movimientos democráticos. Las referencias básicas las dieron las manifestaciones de finales de 1989 en el Berlín Este aún separado, la Revolución Cantarina que llevó a la independencia de los países bálticos y, sobre todo, la Revolución de Terciopelo checoslovaca.
El baño de sangre en el que acabó «la Golaniada» rumana en 1990 cerró el ciclo, abriendo una etapa en la que los viejos poderes de la época dictatorial se defenderían sanguinariamente en una brutal huida hacia delante y en la que los aparatchiks croatas y serbios llegarían a grados de horror inimaginables en Europa tras la caída nazi.
Habría de ser precisamente en Serbia donde una nueva oleada revolucionaria volvería a marcar el paso de la historia de Europa. La palabra mágica: «Otpor!» («resistencia»). «Otpor!» supuso una novedad y marcó una tendencia que seguimos viendo hoy. Pronto le seguirían «Kmara» en la Revolución de las Rosas en Georgia, «Pora» en la Revolución Naranja de Ucrania, «Kelkel» en la Revolución Tulipán (o de los Limoneros) en Kirguistán, «Zubr» en Bielorrusia y «MJAFT!» en Albania. Se trata de redes agitativas de casi imposible reciclaje tras la revolución, pero que se constituyen para crear la masa crítica y acercar el tipping point que lleve a la explosión de las redes. Los albaneses lo mismo organizaban movilizaciones frente a la telefónica local que montan media-buses. Ayudar a la formación de redes sociales mediante campañas es la estrategia de los revolucionarios del nuevo siglo.
Tras el movimiento serbio, que culminó con la caída de Milosevic, el protagonista fue Filipinas, la primera gran «ciberturba» en la que las movilizaciones ciudadanas espontáneas autoorganizadas mediante SMS consiguieron la dimisión del presidente Estrada, un movimiento que parece estructuralmente gemelo al 13-M español y con parecidos muy llamativos con las ciberturbas francesas de noviembre de 2005, de las que hablaremos más adelante.
Las revoluciones ciudadanas en el Este europeo nos enseñan el protagonismo político de las redes sociales con o sin nodos de «enzimas» empujándolas, pero también el papel que juegan las tecnologías en ellas: no sólo son los SMS en Filipinas o España; Kelkel o Zubr son antes que nada blogs, bitácoras agitativas que convocan y realizan actos que favorecen la eclosión de las redes sociales en la escena pública.
La importancia y amplitud de todos estos movimientos, que tienen además consecuencias no sólo locales, sino que modifican los equilibrios internacionales entre potencias cambiando el mapa del mundo, no pueden ser desdeñadas. Desde 2000 estamos viviendo una verdadera Primavera de las Redes, desde Serbia hasta Ucrania, desde Kirguistán hasta Bielorrusia, Kuwait, Egipto y el Mabreb.
Se trata de un movimiento global en el que países con contextos muy diferentes, con trasfondos culturales y religiosos de todo tipo, desarrollan movimientos ciudadanos en red que convierten directamente a la ciudadanía en fiscalizadora de los procesos democráticos, denunciando fraudes electorales, corrupciones y excesos autoritarios de los gobernantes. La Primavera de las Redes es la materialización histórica concreta de la globalización de la democracia y las libertades.
Y tras toda esta experiencia, el blog debe ser visto, también, no sólo como un medio de comunicación distribuido, sino como una nueva forma de organización política que nace espontáneamente dentro de las redes de información distribuida y en la que los individuos viven y representan vidas no separadas, vidas donde lo político, lo laboral, lo personal no está categorizado y compartimentado. Vidas en pack.
Esta forma nueva, que parte de los modelos contemporáneos de la resistencia civil no violenta, le debe su éxito a la difusión y demostración de un estilo de vida basado en el fortalecimiento colectivo e individual de las personas frente al poder; un fortalecimiento que pasa por pequeños gestos, por bromas, por carteles que, uno a uno, son insignificantes pero que, agregados, minan los consensos implícitos que sostienen el poder. Risas, partidos de fútbol, murales, carteles y rock & roll son las herramientas que, transmitidas y elaboradas colectivamente en red, blogueadas cada día, cuajan en los núcleos activistas de las «Revoluciones de Colores», desde Serbia hasta Ucrania.
El blog resume el carácter de red de estos movimientos revolucionarios. Si la web del nodo activista es un auténtico repositorio de métodos de lucha individual, de propuestas de carteles, eslóganes y pegatinas para descargar y, cómo no, de ecos de las convocatorias que cada grupo autónomo organizaba en las distintas ciudades, el espíritu, el motor, residía en los blogs y las páginas de la propia gente que se unía a la red. Blogs que, por supuesto, mezclaban el análisis político con el relato personal.
El resultado agregado genera la imagen de que los activistas serbios, como luego en Ucrania, estaban agrupados más por un espíritu que por otra cosa, por un fondo de humor subversivo y rock & roll.
La imagen de las nuevas formas de organización se representa mejor con un agregador de blogs que con un portal de consignas como los que solían mantener los partidos. Blogs personales, nodos asociativos, experimentos colectivos o individuales que se agrupan automáticamente en un espacio que les permite compartir lectores y crecer juntos mientras aumentan los debates y las propuestas. Una representación pluriárquica de unos activistas que se entienden a sí mismos como netócratas y saben que pueden proponer y federar, no comandar ni encuadrar; unos activistas que viven su acción y la representan en los blogs como un todo, con muchas dimensiones, no en un aburrido y limitado eje ideológico clásico.
Sustituyendo las graves asambleas por blogs, agregadores y enlaces, cambiando los mítines y las banderas por conciertos rockeros y carteles autoimpresos con lemas provocativos, la revolución se vive en primera persona como algo gozoso, creativo, divertido y pleno, prefigurando el modo de vida por el que se lucha y la libertad que se anhela en el estilo de vida que se describe. La gente se adhiere a una manera de vivir, a una apuesta por la vida. Como decía al hacer balance de la trayectoria de «Otpor!» el gran Srdja Popovic:
La lírica, entendida como la forma de proyectar opciones de futuro desde lo que se vive, se siente, se disfruta y se hace en el presente, no es sino la representación en relato de un ethos particular, de una manera de vivir que se plantea como opción entre otras, que no busca anular el campo a las otras ni negarlas. La lírica invita a sumarse sin diluirse, busca la conversación, no la adhesión. Se trata de una opción ética frente a la dimensión excluyente, sacrificial y de confrontación que irremediablemente plantea la épica.
Es cierto que esta distinción no es novedosa en absoluto, salvo tal vez en su traducción al blogging, a ese quiero hacer un hermoso blog como parte de una hermosa vida tan querido de los ciberpunks y los sionistas digitales. Merece la pena, en cualquier caso, retomar el debate literario.
En «Sobre el amor y la muerte», Patrick Süskind confronta al lírico Orfeo –humano y creador mítico de las primeras canciones– con el épico Jesús de Nazaret.
La clave que acertadamente señala el autor alemán es que lo épico va indisolublemente ligado al amor a los demás como algo abstracto. Por eso la solución que aporta el héroe es necesariamente totalizadora y pasa por encima de cada uno como forma de resolver el todo. La épica es definitivamente monoteísta en el sentido en que lo son las grandes máquinas teóricas de la modernidad.
Orfeo, la lírica al fin, parte de la humildad del uno entre muchos, del amor y lo concreto, de la persona –que no del individuo–, asumiéndose y proyectándose hacia todos desde el reconocimiento de la diferencia propia y la de cada uno de los demás. Orfeo ofrece e innova sin intentar elevar ni hacer aceptar a los demás una verdad global única. Por eso su relato se hace aceptable desde la posmodernidad, porque su acción y su relato no pretenden ser el cierre de nada, sino parte de la gran fiesta de su propia vida. Una fiesta con las puertas abiertas. Por eso la lírica abre una conversación. A partir de ella caben tanto la inclusión como un irónico distanciamiento, pero no la excomunión.
En la épica, en cambio, sólo cabe la adhesión o la exclusión, pues sólo habla el héroe, hijo del Dios de un logos (razón y palabra) que no reconoce otra verdad que la suya propia.
No hace mucho Desmond Morris dedicó un curioso ensayo a la felicidad: «La naturaleza de la felicidad». La definía como el súbito trance de placer que se siente cuando algo mejora y la fundamentaba como un logro evolutivo de nuestra especie, como el premio genético que recibimos las criaturas de una especie que se hizo curiosa, básicamente pacífica, cooperativa y competitiva para poder adaptarse y superarse en un medio diverso y cambiante.
Morris argumenta que si la felicidad es pasajera es porque está ligada al cambio. Así, el muy reiterado lema de Juan Urrutia «dejarse arrebatar por el cambio» resumiría como ninguno el atractivo irrenunciable de la lírica de la innovación y su perspectiva gozosa del futuro.
La lírica de las redes es un canto del goce, de la felicidad provocada por el cambio. Es una lírica rebelde en tanto que la rebeldía se incorpora a la teoría de las redes sociales: al cantar la felicidad producida por el cambio, por la innovación, al aumentar la expectativa del premio a recibir por quien se una, invita a reducir el umbral de rebeldía del oyente impulsando la extensión de los nuevos comportamientos y, precisamente por ello, la cohesión social.
En este marco, la lírica entendida como el relato de la felicidad, desde la felicidad o en su expectativa, supone una invitación al cambio desde la ejemplaridad del explorador, del cartógrafo que reduce los riesgos experimentando a su propia costa para hacer públicos los resultados. Frente a la épica del conquistador, del combatiente, que prefigura una sociedad de sacrificio y conquista, de individuos sufrientes en pos de un plus ultra, de una victoria final que dé sentido a la Pasión sufrida, la lírica de la innovación social se parece más bien al apasionado relato del naturalista que vive un descubrimiento permanente y progresivo, que sabe el más allá infinito y valora lo recorrido en sí mismo, como una obra completa, como una reinvención permanente, una Resurrección gozosa.
La épica se adapta mal a las redes, al menos a las de las culturas meridionales, porque es cosa de individuos, de soledades. Prometeo cumple aislado su castigo. El Jesús épico, el del martirio, es un Jesús solitario («Padre, ¿por qué me has abandonado? »). El Cristo de la Resurrección vuelve para relacionarse con otros, visita a los amigos y a su madre, reconstruye la red rota por el agotamiento producido por su propio sufrimiento en quienes le amaban, devolviendo la fe agotada y antecediendo el gran milagro pentecostal: la multiplicidad de la palabra para cada uno de los miembros del cluster original.
Es difícil expresar hasta qué punto, desde la mirada y la práctica de las redes, el individuo es una abstracción aberrante. No somos individuos, somos personas definidas no sólo por un ser, sino por un conjunto de relaciones, de conversaciones y expectativas que configuran una existencia.
Lo que vale para el individuo no vale para la persona. No está en el enemigo nuestro espejo cuando uno no es uno sino varios. El esfuerzo épico es el esfuerzo por obtener una identidad coherente basada en la confrontación, por hacer enemigo de todos lo que es enemigo de uno. Por eso la épica simplifica y homogeneiza. Pero la lírica nos dice que nuestra identidad no reside en lo que es, sino en lo que vemos posible alcanzar, en la felicidad del siguiente cambio, de la siguiente mejora posible. Nos invita, pues, a definirnos sobre el siguiente paso, a llevar la bandera cada cual de nuestro propio curso. Invita a hacer camino, cada cual el suyo, no a aceptar un único destino.
Por ello la épica ve lo colectivo como organización, como molde, como ejército, como resultado de un plan o una voluntad trágica. El Che cuenta Bolivia como un Cristo sufriente abandonado por el pueblo-padre. La lírica relata lo colectivo desde lo común, como la magia (cuya invención, por cierto, atribuían los griegos a Orfeo), como la imagen resultante de un rehacerse de prácticas, de experimentos, de juegos. Nada más lejos de la chejiná cabalística y mesiánica que culmina en el Nuevo Jerusalén que el derecho a la búsqueda de la propia felicidad, que ofrece el contrapunto subversivo y lírico al orden moderno de la Constitución estadounidense.
Y éste es el marco desde el que el poder se define en ambas formas de relato como algo realmente opuesto. En la épica, el poder emerge como resultado de la batalla. Tras ella queda el vacío o un nuevo ciclo fractal de guerra a nueva escala. Tras la Ilíada, la Orestíada. Del sacrificio de Ifigenia a la persecución de Orestes por su propia madre, media el triunfo de Agamenón: la Troya engañada, vejada y arrasada.
Del relato lírico el poder emerge como consenso, como resultante colectivo de un experimento testado por muchos, de un camino que descubre un hito por el que pasa, para muchos, la forma de construir una existencia arrebatada por el cambio. El poder del lírico emerge de su capacidad para generar nuevos consensos, de diseñar nuevos juegos, nuevas experiencias que muchos o todos en una red entiendan como mejora, como fuente de felicidad para cada uno.
Construir un hermoso blog como bitácora de una hermosa vida. Construir y cantar lo construido. Porque, al fin, ¿puede haber mayor triunfo que el de construir la felicidad desde lo pequeño?
La visión de un suceso dada por una noticia de agencia de prensa mundial llegará al último rincón del planeta, mientras que la de la prensa local –aunque sea de ese mismo lugar– apenas cruzará las fronteras más cercanas, así sean opuestas y la local esté mejor fundamentada. Las declaraciones del secretario general de un partido llegarán a todos sus miembros a través de los canales internos, pero las del secretario local no saldrán de los límites de su pueblo.
La capacidad para transmitir es la capacidad para unir voluntades, para convocar, para actuar. La capacidad para transmitir es una condición previa a la acción política Y en toda estructura descentralizada, dicha capacidad se concentra, en realidad, en unos pocos nodos.
En las redes distribuidas, por definición, nadie depende de nadie en exclusiva para poder llevar a cualquier otro su mensaje. No hay filtros únicos. En ambos tipos de red «todo conecta con todo», pero en las distribuidas la diferencia radica en que un emisor cualquiera no tiene que pasar necesariamente y siempre por los mismos nodos para poder llegar a otros. El periódico local no tiene que convencer de su punto de vista al periodista de la agencia encargado de su zona y el secretario del partido de turno en un pueblo no tiene que convencer a toda la ristra de secretarios comarcales, provinciales y regionales para poder llegar a sus compañeros en otros lugares.
Entonces, ¿las redes distribuidas no tienen formas políticas de organización? No, lo que ocurre es que estamos tan acostumbrados a vivir en redes de poder descentralizadas, que confundimos la organización de la representación con la organización de la acción colectiva. La perversión de la descentralización ha llegado a tal punto que «democracia» se ha convertido en sinónimo de elección de representantes, es decir de nodos filtro.
Lo que define a una red distribuida es, como dicen Alexander Bard y Jan Söderqvist, que
todo actor individual decide sobre sí mismo, pero carece de la capacidad y de la oportunidad para decidir sobre cualquiera de los demás actores.En este sentido, toda red distribuida es una red de iguales, aunque haya nodos más conectados que otros. Pero lo importante es que, en un sistema de este tipo, la toma de decisiones no es binaria. No es «sí» o «no». Es «en mayor o menor medida».
Alguien propone y se suma quien quiere. La dimensión de la acción dependerá de las simpatías y grado de acuerdo que suscite la propuesta. Este sistema se llama pluriarquía y, según los mismos autores,
hace imposible mantener la noción fundamental de democracia, donde la mayoría decide sobre la minoría cuando se producen diferencias de opinión.Aunque la mayoría no sólo no simpatizara con una proposición, sino que se manifestara en contra de la misma, no podría evitar su realización. La democracia es, en este sentido, un sistema de escasez: la colectividad tiene que elegir entre una cosa y otra, entre un filtro y otro, entre un representante y otro.
Con un sistema pluriárquico se entiende por qué en las redes no existe «dirección» en el sentido tradicional, pero también por qué inevitablemente surgen en su interior grupos cuyo principal objetivo es conferir fluidez al funcionamiento y los flujos de la red. Son grupos especializados en proponer acciones de conjunto y facilitarlas. No suelen estar orientados hacia fuera, sino hacia el interior, aunque inevitablemente acaben siendo tomados, desde fuera, por la representación del conjunto de la red o, cuando menos, como la materialización de la identidad que los define. Estos grupos son los netócratas de cada red, sus líderes en un cierto sentido, ya que no pueden tomar decisiones pero juegan con su trayectoria, prestigio e identificación con los valores que aglutinan la red o parte de ella a la hora de proponer acciones comunes.
¿Qué sucede cuando una estructura distribuida se enfrenta a una descentralizada? Pues que la distribuida lleva las de ganar en capacidad de movilización y rapidez de reflejos. No faltan ejemplos en los últimos años de gobernantes que han pensado que bastaría con controlar los filtros tradicionales (prensa y TV) para condicionar a los ciudadanos asegurándose de que sólo les llegara la información conveniente. El trasfondo de las nuevas redes informacionales distribuidas les enfrentaría, sin embargo, a miles de ciudadanos en las calles. En algunos casos (Filipinas, España, etc.) les llevó a abandonar el poder. Pero lo importante no es tanto el resultado como el fondo que sintomatizaron.
Se han llenado miles de páginas sólo para tratar de entender en qué se basaban las cadenas de SMS, el poder del «boca a boca» electrónico, pero en realidad no es más que la punta del iceberg. Lo cierto es que estas ciberturbas habrían sido impensables sin el nacimiento de un nuevo medio de comunicación distribuido.
Cuando Himanen escribió «La ética del hacker», su modelo se basaba en las comunidades de desarrollo de software libre. Unos años después, la misma lógica de la información distribuida había llegado al terreno de la información general y construcción de opinión pública. La clave: las bitácoras (blogs).
Los blogs son sistemas personales, automáticos y sencillos de publicación que, al extenderse, han permitido el nacimiento del primer gran medio de comunicación distribuido de la historia: la blogsfera, un entorno informativo en el que se reproducen los presupuestos, las condiciones y los resultados del mundo pluriárquico.
Los bloggers representan lo contrario del periodista. Como los hackers de Himanen, rara vez se especializan, escriben por igual sobre los avatares de su vida personal que sobre temas de actualidad internacional o local. El autor es a veces fuente directa, muchas veces analista de otros bloggers y fuentes y casi siempre seleccionador de terceras fuentes para sus lectores. En los blogs, la vida personal del autor no está separada de la información general y la opinión. Y esa no separación entre vida, trabajo e ideas es una traducción directa de la ética hacker, una negación práctica de la división del trabajo propia de las redes jerárquicas descentralizadas.
El incentivo del blogger, además, es el prestigio, el número de lectores, el de enlaces y citas publicadas por otros bloggers como él. La blogsfera es un medio casi totalmente desmonetarizado. El sistema de incentivos que lo sostiene es similar al del software libre; es un entorno pluriárquico basado en el prestigio, que evidentemente generará netocracias más o menos volátiles para cada subred identitaria.
En conjunto, la blogsfera tiende a eliminar la separación emisor/receptor (es una red distribuida donde todos pueden publicar), característica de los medios de los modelos centralizado (ensayado en los países que sufrieron regímenes totalitarios como España) y descentralizado (modelo mediático anglosajón democrático).
Su potencia reside en que desaparece, de hecho, la capacidad de filtro: eliminar o filtrar un nodo o un conjunto de nodos no frenará el acceso a la información. Al contrario del sistema informativo descentralizado nacido del telégrafo, es imposible «cortar puentes» y controlar la información que llega a los nodos finales mediante el control de unos cuantos emisores.
Resumiendo, la gran red global de bitácoras (la «blogsfera») representa el primer medio global de comunicación distribuida y reproduce todas las categorías de la «ética hacker».
Respecto a la figura del blogger, los viejos medios de comunicación le tildarán de «intruso» o aficionado sin credibilidad, igual que las grandes firmas de software privativo tachaban de amateurs a los desarrolladores de software libre (antes de adaptar la mayoría de ellas, con la vieja IBM, Sun y Novell a la cabeza, sus modelos de negocio a los nuevos sistemas de propiedad copyleft).
Y es que el blogger es la continuación, en la esfera informativa, del hacker (el bricoleur). Un «antiprofesional». Alguien irreducible a las viejas categorías gremiales nacidas de la estructura descentralizada que colgaba de los grandes nodos del poder mediático. La idea del ejercicio del periodismo como actividad, como una habilidad específica que precisaba de unos conocimientos propios y que nace con la industria de la información, no es ninguna novedad. Pulitzer vaticinaba en 1904 que, antes de que terminara el siglo XX, las escuelas de periodismo serían aceptadas como instituciones de enseñanza superior, a semejanza de las facultades de Derecho o Medicina.
Cuando Pulitzer, un «tycoon» de la comunicación, dice esto, está expresando las necesidades del entonces naciente sistema informativo descentralizado, en contraposición a la estructura local y dispersa de los pioneros del periodismo estadounidense.
Pulitzer piensa desde un modelo empresarial industrial al que le hacen falta trabajadores especializados en redactar noticias a la manera en que hacen falta ingenieros para diseñar sistemas de amortiguación. Por eso pide al sistema educativo que los forme. Se acababa el tiempo de los Mark Twain, de los periodistas que eran al tiempo activistas, como el inolvidable director de periódico local en «El hombre que mató a Liberty Valance».
La información del siglo XX seguía el patrón estructural descentralizado de las redes de telecomunicaciones sobre las que se asentaba. La información sería un producto comercializado en exclusiva por los ciudadanos Kane y los Estados. Eran los tiempos del Ford T y el taylorismo, se desvanecía el viejo concepto de «profesional»: ahora «profesional» equivale sólo a especialización con conocimientos técnicos o humanísticos superiores. Se olvida la idea de la profesión como hecho político-moral (de profesar) para igualarse a gremio cualificado.
Es la lógica del periódico como fábrica de noticias, como mediación informativa insustituible y necesaria. Genera sus propios mitos: el periodista ya no es un activista, sino un técnico, un mediador necesario que protagoniza la libertad de expresión y garantiza el derecho colectivo a la información («El público tiene derecho a saber»). Mitos que encubren una realidad: el sistema informativo industrial. Un sistema descentralizado clásico en el que para poder emitir opiniones o visiones de la realidad es necesario contar con un capital equivalente al requerido para montar una fábrica, del mismo modo que para editar un disco o publicar un libro todavía hacen faltan una discográfica o una editorial, respectivamente.
En el modelo del ecosistema informativo descentralizado, los medios eran los cancerberos de la información, que extraían unos profesionales, llamados periodistas, de la misma realidad, dándole su primera forma textual: la noticia. Los periódicos eran, pues, el resultado de una actividad profesional especializada que se aderezaba con la opinión de una serie de firmas, valiosas por su posición en el árbol jerárquico y, se suponía, mejor informadas. La materialización mítica de la figura del periodista era el corresponsal, un señor descontextualizado al que se enviaba –con notables costes– a lugares apartados donde ocurrían sucesos que se juzgaban dignos de ser relatados como noticias. La mejora de los sistemas de comunicación no ha mejorado ni cambiado la estructura de este sistema, sólo ha aumentado su inmediatez hasta el límite: el periodista empotrado de la guerra de Iraq.
En cambio, en la enredadera digital las fuentes aparecen de forma hipertextual y prácticamente en tiempo real, siendo aportadas por los propios protagonistas. Por eso en la nueva estructura reticular de la información el centro del periodismo ya no está en la redacción, en la conversión de la información de hecho a noticia, que era lo que daba sentido a la figura del periodista, sino en la selección de fuentes que están, de todas formas, inmediata y directamente disponibles para el lector. Esto es lo que hacen la mayor parte de las bitácoras y, por definición, los press-clippings. Lo que aportan es la selección de fuentes desde una mirada propia. Y al igual que ya no tiene sentido entender un periódico como un «fabricante de noticias», la firma, la opinión, ya no se fundamenta en la mejor información atribuida a una persona, ya que la Red da acceso a todo el mundo a las fuentes. Lo importante ahora es la interpretación y el análisis. Es decir, el componente deliberativo que señala la aparición de una verdadera esfera pública ciudadana no mediada industrialmente.
Se trata de una vertiente más del resultado más característico del desarrollo de la sociedad de redes distribuidas: la expansión de nuestra autonomía personal respecto a las instituciones establecidas. Ganamos autonomía, por ejemplo, cuando podemos escribir en nuestra propia bitácora y establecer con otros la relación de medio y de fuente, siendo parte de ese periódico mural que hacemos todos por las mañanas con las pestañas de nuestro navegador. Es decir, la Red nos permite actuar socialmente a cierta escala sin tener que contar con la mediación de instituciones externas, nos permite actuar de hecho como «instituciones individuales» y, en ese sentido, ser mucho más libres, tener más opciones.
En la práctica, la emergencia de una esfera informativa pluriárquica, que es lo que de forma primitiva representan la blogsfera, los agregadores identitarios y los nuevos press-clippings personales, supone un verdadero proceso de reorganización del poder que tiende a una estructura de información distribuida.
Vivimos los primeros días de un nuevo ecosistema mediático que, por su misma arquitectura, asegura de modo más robusto el acceso a la información. El 13-M, cuando los periódicos modificaron titulares a petición del presidente del Gobierno español, don Jose María Aznar, se produjo un verdadero swarming. Al romper por tanto la división entre emisores y receptores, la nueva estructura de la información acaba con el periodista como técnico especializado, haciendo a cada uno periodista de su propio medio o, mejor dicho, nodo del gran medio reticular y distribuido que es la blogsfera como un todo.
No hay que llorar la perspectiva de la muerte del periodista como figura profesional diferenciada ni que temer el fin de los media que hasta ahora monopolizaban la representación de la realidad e instrumentalizaban la democracia. Bajo la blogsfera actual late la potencialidad de una redistribución del poder informativo entre la ciudadanía, donde ningún nodo sea imprescindible ni determinante, donde todos seamos igualmente relevantes en potencia. Bajo los blogs late, por primera vez, la pluriarquía como posibilidad social real.
Así como el software libre representa un nuevo tipo de bien público no estatal, la blogsfera es un medio de comunicación distribuido, público y gratuito transnacional, la primera esfera pública democrática real y prácticamente universal. Si los media y sobre todo la televisión habían privatizado la vida pública y el debate político, reduciendo el imaginario a un espectáculo totalitario producido industrialmente según los mismos patrones de la producción de las cosas, la blogsfera representa el comienzo de una verdadera reconquista de la información y el imaginario como creaciones colectivas y desmercantilizadas.
Sin embargo, como manifestación en la esfera informativa del fin de la división y la especialización propias de las redes descentralizadas, la blogsfera no sólo pondrá en jaque a los media. Toda estructura de información lleva tras de sí una estructura de poder. Los cambios en la estructura de la esfera informativa son jaques al sistema de representación política. Si en la práctica la blogsfera erosiona la representación mediática, ¿cómo iba a permanecer incólume la representación de los mediadores políticos profesionales?
Al fin, bajo la emergencia de las redes distribuidas se dibuja una perspectiva social y política: un mundo de fronteras difuminadas sin mediadores profesionalizados y «necesarios», sin elites filtradoras «insustituibles». La blogsfera adelanta características de las nuevas formas de organización política pluriárquica.
La primavera de las redes.
Entre las primeras «ciberturbas» de Filipinas y la última gran oleada de movimientos de convocatoria distribuida abierta por la revolución democrática tunecina, hubo todo un periodo de transición, marcado por las revoluciones democráticas del Este europeo.Estos movimientos –que tienen sus propios antecedentes– ya tenían elementos de un mundo y una estructura de la información que son, cada vez más, distribuidos. Merece la pena, aunque sólo sea por eso, detenernos en ellos.
Los ochenta se abrieron con movimientos espontáneos y masivos en Polonia frente a la dictadura comunista. Entonces, el marco de los bloques, con el consiguiente peso de la Iglesia católica como símbolo de identidad nacionalista y la tradición de movilizaciones obreras con los debates sobre el papel de «Solidarność», restaron protagonismo en el relato a las formas reticulares distribuidas y al carácter autoorganizado y espontáneo del movimiento.
Pero fue el final de la década el que evidenció una continuidad indudable entre la experiencia polaca y los nuevos movimientos democráticos. Las referencias básicas las dieron las manifestaciones de finales de 1989 en el Berlín Este aún separado, la Revolución Cantarina que llevó a la independencia de los países bálticos y, sobre todo, la Revolución de Terciopelo checoslovaca.
El baño de sangre en el que acabó «la Golaniada» rumana en 1990 cerró el ciclo, abriendo una etapa en la que los viejos poderes de la época dictatorial se defenderían sanguinariamente en una brutal huida hacia delante y en la que los aparatchiks croatas y serbios llegarían a grados de horror inimaginables en Europa tras la caída nazi.
Habría de ser precisamente en Serbia donde una nueva oleada revolucionaria volvería a marcar el paso de la historia de Europa. La palabra mágica: «Otpor!» («resistencia»). «Otpor!» supuso una novedad y marcó una tendencia que seguimos viendo hoy. Pronto le seguirían «Kmara» en la Revolución de las Rosas en Georgia, «Pora» en la Revolución Naranja de Ucrania, «Kelkel» en la Revolución Tulipán (o de los Limoneros) en Kirguistán, «Zubr» en Bielorrusia y «MJAFT!» en Albania. Se trata de redes agitativas de casi imposible reciclaje tras la revolución, pero que se constituyen para crear la masa crítica y acercar el tipping point que lleve a la explosión de las redes. Los albaneses lo mismo organizaban movilizaciones frente a la telefónica local que montan media-buses. Ayudar a la formación de redes sociales mediante campañas es la estrategia de los revolucionarios del nuevo siglo.
Tras el movimiento serbio, que culminó con la caída de Milosevic, el protagonista fue Filipinas, la primera gran «ciberturba» en la que las movilizaciones ciudadanas espontáneas autoorganizadas mediante SMS consiguieron la dimisión del presidente Estrada, un movimiento que parece estructuralmente gemelo al 13-M español y con parecidos muy llamativos con las ciberturbas francesas de noviembre de 2005, de las que hablaremos más adelante.
Las revoluciones ciudadanas en el Este europeo nos enseñan el protagonismo político de las redes sociales con o sin nodos de «enzimas» empujándolas, pero también el papel que juegan las tecnologías en ellas: no sólo son los SMS en Filipinas o España; Kelkel o Zubr son antes que nada blogs, bitácoras agitativas que convocan y realizan actos que favorecen la eclosión de las redes sociales en la escena pública.
La importancia y amplitud de todos estos movimientos, que tienen además consecuencias no sólo locales, sino que modifican los equilibrios internacionales entre potencias cambiando el mapa del mundo, no pueden ser desdeñadas. Desde 2000 estamos viviendo una verdadera Primavera de las Redes, desde Serbia hasta Ucrania, desde Kirguistán hasta Bielorrusia, Kuwait, Egipto y el Mabreb.
Se trata de un movimiento global en el que países con contextos muy diferentes, con trasfondos culturales y religiosos de todo tipo, desarrollan movimientos ciudadanos en red que convierten directamente a la ciudadanía en fiscalizadora de los procesos democráticos, denunciando fraudes electorales, corrupciones y excesos autoritarios de los gobernantes. La Primavera de las Redes es la materialización histórica concreta de la globalización de la democracia y las libertades.
Y tras toda esta experiencia, el blog debe ser visto, también, no sólo como un medio de comunicación distribuido, sino como una nueva forma de organización política que nace espontáneamente dentro de las redes de información distribuida y en la que los individuos viven y representan vidas no separadas, vidas donde lo político, lo laboral, lo personal no está categorizado y compartimentado. Vidas en pack.
Esta forma nueva, que parte de los modelos contemporáneos de la resistencia civil no violenta, le debe su éxito a la difusión y demostración de un estilo de vida basado en el fortalecimiento colectivo e individual de las personas frente al poder; un fortalecimiento que pasa por pequeños gestos, por bromas, por carteles que, uno a uno, son insignificantes pero que, agregados, minan los consensos implícitos que sostienen el poder. Risas, partidos de fútbol, murales, carteles y rock & roll son las herramientas que, transmitidas y elaboradas colectivamente en red, blogueadas cada día, cuajan en los núcleos activistas de las «Revoluciones de Colores», desde Serbia hasta Ucrania.
El blog resume el carácter de red de estos movimientos revolucionarios. Si la web del nodo activista es un auténtico repositorio de métodos de lucha individual, de propuestas de carteles, eslóganes y pegatinas para descargar y, cómo no, de ecos de las convocatorias que cada grupo autónomo organizaba en las distintas ciudades, el espíritu, el motor, residía en los blogs y las páginas de la propia gente que se unía a la red. Blogs que, por supuesto, mezclaban el análisis político con el relato personal.
El resultado agregado genera la imagen de que los activistas serbios, como luego en Ucrania, estaban agrupados más por un espíritu que por otra cosa, por un fondo de humor subversivo y rock & roll.
La imagen de las nuevas formas de organización se representa mejor con un agregador de blogs que con un portal de consignas como los que solían mantener los partidos. Blogs personales, nodos asociativos, experimentos colectivos o individuales que se agrupan automáticamente en un espacio que les permite compartir lectores y crecer juntos mientras aumentan los debates y las propuestas. Una representación pluriárquica de unos activistas que se entienden a sí mismos como netócratas y saben que pueden proponer y federar, no comandar ni encuadrar; unos activistas que viven su acción y la representan en los blogs como un todo, con muchas dimensiones, no en un aburrido y limitado eje ideológico clásico.
Sustituyendo las graves asambleas por blogs, agregadores y enlaces, cambiando los mítines y las banderas por conciertos rockeros y carteles autoimpresos con lemas provocativos, la revolución se vive en primera persona como algo gozoso, creativo, divertido y pleno, prefigurando el modo de vida por el que se lucha y la libertad que se anhela en el estilo de vida que se describe. La gente se adhiere a una manera de vivir, a una apuesta por la vida. Como decía al hacer balance de la trayectoria de «Otpor!» el gran Srdja Popovic:
Ganamos porque amábamos más la vida. Decidimos amar la vida y no puedes golpear eso. Y eso es justamente lo que Otpor hizo. Éramos un grupo de fans de la vida y por eso ganamos.El fondo, una vez más, es el poder que nos da la red para crear (y demoler) mitos, para ganar el futuro contando historias. Porque la revolución, las nuevas libertades, son un cuento, un hermoso cuento de futuro que se hace realidad cuando nos lo creemos, lo compartimos y empezamos a vivir, hoy ya, en él. Porque, como descubre Popovic el discurso ciberactivista es una lírica.
La lírica, entendida como la forma de proyectar opciones de futuro desde lo que se vive, se siente, se disfruta y se hace en el presente, no es sino la representación en relato de un ethos particular, de una manera de vivir que se plantea como opción entre otras, que no busca anular el campo a las otras ni negarlas. La lírica invita a sumarse sin diluirse, busca la conversación, no la adhesión. Se trata de una opción ética frente a la dimensión excluyente, sacrificial y de confrontación que irremediablemente plantea la épica.
Es cierto que esta distinción no es novedosa en absoluto, salvo tal vez en su traducción al blogging, a ese quiero hacer un hermoso blog como parte de una hermosa vida tan querido de los ciberpunks y los sionistas digitales. Merece la pena, en cualquier caso, retomar el debate literario.
En «Sobre el amor y la muerte», Patrick Süskind confronta al lírico Orfeo –humano y creador mítico de las primeras canciones– con el épico Jesús de Nazaret.
[Orfeo] había perdido a su joven mujer mordida por una serpiente venenosa. Y está tan desconsolado por la pérdida que hace algo que puede parecernos demente, pero también completamente comprensible. Quiere devolver a la vida a su amada muerta. No es que de por sí pusiera en duda el poder de la muerte ni el hecho de que le correspondiera la última palabra; y mucho menos trata de vencer a la muerte de una forma representativa, en beneficio de toda la Humanidad o de una vida eterna. No, sólo quiere que le devuelvan a ella, a su amada Eurídice, y no para siempre y eternamente, sino por la duración normal de una vida humana, a fin de ser feliz con ella en la Tierra. Por eso, el descenso de Orfeo al Submundo no debe interpretarse en modo alguno como una empresa suicida, sino como una empresa sin duda arriesgada, pero totalmente orientada a la vida y que incluso lucha desesperadamente por la vida […]
Hay que reconocer que el discurso de Orfeo se diferencia de forma agradable del rudo tono de mando de Jesús de Nazaret. Jesús era un predicador fanático, que no quería convencer sino que reclamaba un vasallaje sin condiciones. Sus manifestaciones están salpicadas de órdenes, amenazas y el reiterante y apodíctico «pero yo os digo». Así hablan en todos los tiempos los que no aman ni quieren salvar a un solo hombre sino a toda la Humanidad. Orfeo, sin embargo, sólo ama a una y sólo a ella quiere salvar: Eurídice. Y por eso su tono es más conciliador, más amable […]Seguramente muchos cristianos se sentirán excluidos de la visión de Jesús que utiliza Süskind. No importa, no es lo relevante en esta larga cita. Cambien a Jesús por el Ché o por cualquier líder salvífico, por cualquiera que haga de la épica, del sacrificio último, del deseo de morir por otros, la base de su relato de futuro.
El nazareno nunca comete errores. E incluso cuando parece cometerlos –por ejemplo al admitir a un traidor en su propio grupo–, el error está calculado y forma parte del plan de salvación. Orfeo, sin embargo, es un hombre sin planes ni habilidades sobrehumanas y, como tal, capaz en cualquier momento de cometer un gran error, una horrible estupidez, lo que hace que nos resulte otra vez simpático. Se alegra traviesamente –¿quién podría tomárselo a mal?– de su éxito. Ha conseguido algo que, antes de él, nadie había logrado.
La clave que acertadamente señala el autor alemán es que lo épico va indisolublemente ligado al amor a los demás como algo abstracto. Por eso la solución que aporta el héroe es necesariamente totalizadora y pasa por encima de cada uno como forma de resolver el todo. La épica es definitivamente monoteísta en el sentido en que lo son las grandes máquinas teóricas de la modernidad.
Orfeo, la lírica al fin, parte de la humildad del uno entre muchos, del amor y lo concreto, de la persona –que no del individuo–, asumiéndose y proyectándose hacia todos desde el reconocimiento de la diferencia propia y la de cada uno de los demás. Orfeo ofrece e innova sin intentar elevar ni hacer aceptar a los demás una verdad global única. Por eso su relato se hace aceptable desde la posmodernidad, porque su acción y su relato no pretenden ser el cierre de nada, sino parte de la gran fiesta de su propia vida. Una fiesta con las puertas abiertas. Por eso la lírica abre una conversación. A partir de ella caben tanto la inclusión como un irónico distanciamiento, pero no la excomunión.
En la épica, en cambio, sólo cabe la adhesión o la exclusión, pues sólo habla el héroe, hijo del Dios de un logos (razón y palabra) que no reconoce otra verdad que la suya propia.
No hace mucho Desmond Morris dedicó un curioso ensayo a la felicidad: «La naturaleza de la felicidad». La definía como el súbito trance de placer que se siente cuando algo mejora y la fundamentaba como un logro evolutivo de nuestra especie, como el premio genético que recibimos las criaturas de una especie que se hizo curiosa, básicamente pacífica, cooperativa y competitiva para poder adaptarse y superarse en un medio diverso y cambiante.
Morris argumenta que si la felicidad es pasajera es porque está ligada al cambio. Así, el muy reiterado lema de Juan Urrutia «dejarse arrebatar por el cambio» resumiría como ninguno el atractivo irrenunciable de la lírica de la innovación y su perspectiva gozosa del futuro.
La lírica de las redes es un canto del goce, de la felicidad provocada por el cambio. Es una lírica rebelde en tanto que la rebeldía se incorpora a la teoría de las redes sociales: al cantar la felicidad producida por el cambio, por la innovación, al aumentar la expectativa del premio a recibir por quien se una, invita a reducir el umbral de rebeldía del oyente impulsando la extensión de los nuevos comportamientos y, precisamente por ello, la cohesión social.
En este marco, la lírica entendida como el relato de la felicidad, desde la felicidad o en su expectativa, supone una invitación al cambio desde la ejemplaridad del explorador, del cartógrafo que reduce los riesgos experimentando a su propia costa para hacer públicos los resultados. Frente a la épica del conquistador, del combatiente, que prefigura una sociedad de sacrificio y conquista, de individuos sufrientes en pos de un plus ultra, de una victoria final que dé sentido a la Pasión sufrida, la lírica de la innovación social se parece más bien al apasionado relato del naturalista que vive un descubrimiento permanente y progresivo, que sabe el más allá infinito y valora lo recorrido en sí mismo, como una obra completa, como una reinvención permanente, una Resurrección gozosa.
La épica se adapta mal a las redes, al menos a las de las culturas meridionales, porque es cosa de individuos, de soledades. Prometeo cumple aislado su castigo. El Jesús épico, el del martirio, es un Jesús solitario («Padre, ¿por qué me has abandonado? »). El Cristo de la Resurrección vuelve para relacionarse con otros, visita a los amigos y a su madre, reconstruye la red rota por el agotamiento producido por su propio sufrimiento en quienes le amaban, devolviendo la fe agotada y antecediendo el gran milagro pentecostal: la multiplicidad de la palabra para cada uno de los miembros del cluster original.
Es difícil expresar hasta qué punto, desde la mirada y la práctica de las redes, el individuo es una abstracción aberrante. No somos individuos, somos personas definidas no sólo por un ser, sino por un conjunto de relaciones, de conversaciones y expectativas que configuran una existencia.
Lo que vale para el individuo no vale para la persona. No está en el enemigo nuestro espejo cuando uno no es uno sino varios. El esfuerzo épico es el esfuerzo por obtener una identidad coherente basada en la confrontación, por hacer enemigo de todos lo que es enemigo de uno. Por eso la épica simplifica y homogeneiza. Pero la lírica nos dice que nuestra identidad no reside en lo que es, sino en lo que vemos posible alcanzar, en la felicidad del siguiente cambio, de la siguiente mejora posible. Nos invita, pues, a definirnos sobre el siguiente paso, a llevar la bandera cada cual de nuestro propio curso. Invita a hacer camino, cada cual el suyo, no a aceptar un único destino.
Por ello la épica ve lo colectivo como organización, como molde, como ejército, como resultado de un plan o una voluntad trágica. El Che cuenta Bolivia como un Cristo sufriente abandonado por el pueblo-padre. La lírica relata lo colectivo desde lo común, como la magia (cuya invención, por cierto, atribuían los griegos a Orfeo), como la imagen resultante de un rehacerse de prácticas, de experimentos, de juegos. Nada más lejos de la chejiná cabalística y mesiánica que culmina en el Nuevo Jerusalén que el derecho a la búsqueda de la propia felicidad, que ofrece el contrapunto subversivo y lírico al orden moderno de la Constitución estadounidense.
Y éste es el marco desde el que el poder se define en ambas formas de relato como algo realmente opuesto. En la épica, el poder emerge como resultado de la batalla. Tras ella queda el vacío o un nuevo ciclo fractal de guerra a nueva escala. Tras la Ilíada, la Orestíada. Del sacrificio de Ifigenia a la persecución de Orestes por su propia madre, media el triunfo de Agamenón: la Troya engañada, vejada y arrasada.
Del relato lírico el poder emerge como consenso, como resultante colectivo de un experimento testado por muchos, de un camino que descubre un hito por el que pasa, para muchos, la forma de construir una existencia arrebatada por el cambio. El poder del lírico emerge de su capacidad para generar nuevos consensos, de diseñar nuevos juegos, nuevas experiencias que muchos o todos en una red entiendan como mejora, como fuente de felicidad para cada uno.
Construir un hermoso blog como bitácora de una hermosa vida. Construir y cantar lo construido. Porque, al fin, ¿puede haber mayor triunfo que el de construir la felicidad desde lo pequeño?
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