Las crisis organizativas son fieles compañeras de las encrucijadas históricas, y el anarquismo español -que ha brillado en muchos campos, pero jamás en el de la teoría- ha intentado siempre resolverlas mediante una fuga hacia adelante, por el expediente del activismo. Con esos antecedentes no es de extrañar, viéndolo en perspectiva, que prendiera a toda velocidad lo que se dio en llamar «insurreccionalismo».
Ese novedoso campo anarquista y su crítica a la burocratización, el dogmatismo y la inmovilidad del anarquismo oficial, ejercerán en los años posteriores una fortísima atracción sobre los militantes más jóvenes de la CNT, que la irán abandonando en un auténtico éxodo generacional que prácticamente no dejó un sindicato por tocar. Las posiciones insurreccionalistas ejercieron idéntica atracción sobre compañeros del ámbito del antagonismo juvenil, y el peso de estas diferentes procedencias se hará notar en la configuración de sectores «informales» diferenciados, que van a caminar juntos pero no revueltos en los años posteriores.
II. El papel del insurrecionalismo
1. La irrupción del insurreccionalismo
En sus cartas al Llar, los compañeros presos por el atraco de Córdoba confrontaban sus posiciones con las de los cenetistas que escribían al mismo boletín. Estas posiciones eran las del anarquismo insurreccionalista [4], que encontraban eco por primera vez en España a través de esas páginas. También a comienzos de 1997 se editó en Barcelona el folleto de Alfredo Bonanno La tensión anarquista. Y eso era prácticamente todo lo que los defensores y detractores del insurreccionalismo en España podían conocer sobre el tema en aquel momento. Eso y el ejemplo práctico de los presos de Córdoba, lo que ya de entrada provocó un malentendido según el cual mucha gente creyó que los planteamientos insurreccionalistas se limitaban a la expropiación, o que el atraco era el método insurreccionalista por excelencia.
Sin embargo, no era la primera vez que se hablaba de insurreccionalismo en la península. Como apunte curioso, diremos que incluso el periódico cnt había publicado ocasionalmente algunos artículos de Bonanno que habían causado la perplejidad, cuando no el escándalo, de muchos lectores. El desaparecido grupo «Revuelta», de Cornellá, llevaba años divulgando informaciones sobre el anarquismo revolucionario en Italia. En su boletín se habían publicado informaciones sobre el desarrollo del montaje Marini [5], ecosabotajes y luchas antidesarrollistas centradas en el TAV y las nucleares, y comunicados de compañeros anarquistas encarcelados como Marco Camenisch. Pero al priorizar las informaciones fragmentarias sobre los textos teóricos, el trasfondo de estas cuestiones quedaba en gran medida desdibujado.
El mismo grupo «Revuelta» difundió por estas tierras la convocatoria del encuentro fundacional de la Internacional Antiautoritaria Insurreccionalista (IAI) en 1996, al que de hecho asistieron compañeros de varios puntos de la península. Esa convocatoria había llegado, por ejemplo, a la FIJL cuando todavía tenía a la CNT como centro de gravedad. En aquel momento -previo a los hechos de Córdoba- la federación juvenil acogió la propuesta con cierta desconfianza, debida principalmente a la falta de información. Aunque la invitación ganaba en interés por «aterrizar» en medio de un debate sobre la creación de una internacional anarquista juvenil (que no llegó a tomar cuerpo), se impuso en aquel momento el «miedo a lo desconocido». Algo que debemos lamentar, puesto que esa toma de contacto con la experiencia italiana hubiera favorecido en España una mejor comprensión -para lo bueno y para lo malo- del discurso insurreccionalista, así como una difusión del mismo no hipotecada por los hechos de Córdoba.
Ninguno de estos intentos había prosperado, porque las condiciones ibéricas no lo permitían. El antagonismo juvenil no había alcanzado el grado necesario de maduración, y el anarquismo oficial de putrefacción, como para que se produjera la ruptura en ambos frentes de todo un estrato juvenil libertario. Solo cuando llegó ese momento el discurso insurreccionalista tuvo una penetración real. Pero esta penetración estuvo condicionada en gran medida por circunstancias específicamente ibéricas, que dieron lugar a enormes malentendidos sobre los que volveremos un poco más adelante.
Llegados a este punto, hemos de hacer algunas precisiones. Lo que hemos querido llamar «la epidemia de rabia» fue un intento colectivo, pero no unitario, ni coordinado, por superar la impotencia y la parálisis de los medios políticos que en España se pretendían «anticapitalistas» y «revolucionarios». Si le hemos dado ese nombre un tanto lírico ha sido para no confundir el todo con la parte -ciertamente importante- que corresponde al «insurreccionalismo». Esta variante del anarquismo, desarrollada y puesta a punto entre Italia y Grecia, tuvo una influencia muy destacada en el contexto de la epidemia, determinando en parte su desarrollo. Pero no fue su único componente, ni basta por sí solo para explicarla. La epidemia de rabia fue provocada por dinámicas peninsulares que hemos intentado describir en la primera parte de este escrito. La importación acrítica del insurreccionalismo no fue su causa, sino su efecto.
El insurreccionalismo no fue la única corriente novedosa [6] que irrumpió en el campo libertario por la fractura abierta en torno a los hechos de Córdoba. Una vez roto el monopolio ideológico que ejercía en ese campo el anarquismo oficial, a través de la misma grieta empezaron a filtrarse posiciones e ideas diversas. Algunas, como el primitivismo, demostraron no ser más que efímeras modas ideológicas. Otras, como la crítica antiindustrial, han demostrado mayor solidez teórica. Se desenterraron viejas corrientes marxistas como el consejismo, y con todo el voluntarismo del mundo se quiso creer que eran de rabiosa actualidad. Aunque no era así, su difusión sirvió al menos para debilitar el anticomunismo ancestral del anarquismo español: descubríamos ahora un Marx mucho más cercano a nosotros, que no era ni el patriarca de la escolástica leninista ni el satanás caricaturizado de la anarquista. En este sentido la teoría situacionista, accesible por primera vez en español en su práctica totalidad gracias al esfuerzo de Literatura Gris, causó también un fortísimo impacto sobre nosotros.
Resumiendo, a partir del 98, y durante al menos cinco años, se barajaron muchísimas ideas a un ritmo vertiginoso. Como ya hemos señalado, en torno a esa fecha se produjo una mutación general de todos los movimientos situados más allá de la izquierda institucional, y no solamente del anarquismo. Esta transformación abrió espacios de debate donde antes no los había, y obligó a una puesta al día generalizada. Por eso se vio acompañada por una explosión editorial «antagonista» sin precedentes desde los años setenta. Un fenómeno característico de aquel momento -inmediatamente anterior a la irrupción de Internet- fue la extensión del libelo o folleto fotocopiado como soporte de textos más extensos y profundos que los que solían publicarse en los fanzines y boletines al uso. Desligado de la obligación de servir de «portavoz» a tal o cual grupo o colectivo, el libelo fue un excelente vehículo de comunicación que, por su bajísimo coste y por su facilidad de reproducción, aceleró enormemente la circulación de ideas.
Así fue rescatada la memoria, teórica y práctica, de muchas luchas y momentos hitóricos que habían sido interesadamente olvidados, tergiversados o exorcizados en las tradiciones de la extrema izquierda española. Importantes lecciones de historia que nos hicieron darnos cuenta de que no veníamos de la nada. Por otra parte, al hilo de la recuperación de la memoria de experiencias armadas antiautoritarias -MIL, Comandos Autónomos, Rote Zora y un largo etcétera- la violencia política dejó de ser un tema tabú dentro del movimiento libertario. En resumen, se pasó con mucha rapidez de una falta absoluta de materiales e información a una sobreabundancia de ellos, lo que provocó más de un atracón indigesto. La epidemia de rabia se nutrió también de esos temas, lecturas e ideas, que estuvieron presentes en ella en mayor o menor medida.
Queremos aclarar con esto que el tema de este artículo no es el insurreccionalismo en sí, sino la recapitulación y el balance crítico de una experiencia colectiva prolongada durante una década, en la cual tomaron parte personas que no se consideraban insurreccionalistas, y muchas ni siquiera anarquistas. Si hemos de precisar la relación entre esa experiencia -que sería abusivo calificar de «movimiento»- y el insurreccionalismo, diremos que todos sus componentes terminaron girando en torno a cuestiones centrales planteadas por este último. El insurreccionalismo no impuso todas las respuestas como hubiera hecho un dogma al uso, pero sí planteó las preguntas a las que todos intentábamos responder en esos años. En este sentido hemos afirmado, en la primera parte de este artículo, que las ideas insurreccionalistas fueron en aquel momento «punto de cita y común denominador».
Por eso, el relato que nos hemos propuesto hacer resultará más claro si abordamos algunos aspectos relevantes del insurreccionalismo. Pero es necesario aclarar que éste distaba mucho de ser una doctrina estructurada, máxime cuando carecía de instancias organizativas centrales que velaran por su «pureza». Esto dificulta su análisis crítico, que vamos a ensayar no obstante en base a algunos textos que nos parecen representativos, y sin pretender que el tema se agote en ellos.
2. ¿Un individualismo vanguardista?
El insurreccionalismo venía a afirmar que el ataque revolucionario contra el capital y el Estado era posible por sí mismo, aquí y ahora, independientemente de que la coyuntura histórica favoreciera o no una transformación radical de la sociedad. Según Bonanno, el sistema había alcanzado un nivel de complejidad que hacía imposible cualquier previsión estratégica [7], por lo que solo cabía someterlo a un hostigamiento continuo en aquellos flancos donde a juicio de los revolucionarios se le causara un mayor daño o existieran más posibilidades de extensión de la lucha.
Una vez efectuado este descuelgue de los condicionantes históricos y sociológicos -de manera más o menos abierta según el teórico insurreccional del que se trate-, el sujeto revolucionario protagonista del ataque solo podía ser el propio anarquista, es decir, el individuo en lucha contra el sistema que le oprime. Este «rebelde» es designado con diversos nombres en la literatura insurreccional, pero constituye uno de sus referentes teóricos centrales e invariables.
Así, el insurreccionalismo llevaba consigo un fuerte componente individualista. Por el contrario, renunciaba a designar con claridad a un sujeto colectivo susceptible de llevar adelante el ataque contra el sistema, más allá de vagas alusiones a los «oprimidos», los «explotados» o los «excluidos». La escasa estructuración de las teorías insurreccionalistas, unida a su vaguedad, dejaba un amplio margen para atribuir a tal o cual figura sociológica la misión de acabar con el tinglado capitalista, o cuando menos de llevar adelante un enfrentamiento a tumba abierta y sin componendas. Así, en el caso español hubo quien creyó que este papel correspondería a los presos y hubo quien quiso volver a las viejas esencias del proletariado revolucionario. Algunos desarrollos más recientes han encontrado un sujeto de recambio en los excluidos que se apiñan en las periferias metropolitanas, sobre todo después de las revueltas francesas de 2005 [8]. Nada de esto es suficiente, sin embargo, para compensar la base individualista de esta ideología -plenamente asumida, por lo demás- ni para fundamentar una lucha colectiva, aunque no faltaron intentos en este sentido.
Ese novedoso campo anarquista y su crítica a la burocratización, el dogmatismo y la inmovilidad del anarquismo oficial, ejercerán en los años posteriores una fortísima atracción sobre los militantes más jóvenes de la CNT, que la irán abandonando en un auténtico éxodo generacional que prácticamente no dejó un sindicato por tocar. Las posiciones insurreccionalistas ejercieron idéntica atracción sobre compañeros del ámbito del antagonismo juvenil, y el peso de estas diferentes procedencias se hará notar en la configuración de sectores «informales» diferenciados, que van a caminar juntos pero no revueltos en los años posteriores.
II. El papel del insurrecionalismo
1. La irrupción del insurreccionalismo
En sus cartas al Llar, los compañeros presos por el atraco de Córdoba confrontaban sus posiciones con las de los cenetistas que escribían al mismo boletín. Estas posiciones eran las del anarquismo insurreccionalista [4], que encontraban eco por primera vez en España a través de esas páginas. También a comienzos de 1997 se editó en Barcelona el folleto de Alfredo Bonanno La tensión anarquista. Y eso era prácticamente todo lo que los defensores y detractores del insurreccionalismo en España podían conocer sobre el tema en aquel momento. Eso y el ejemplo práctico de los presos de Córdoba, lo que ya de entrada provocó un malentendido según el cual mucha gente creyó que los planteamientos insurreccionalistas se limitaban a la expropiación, o que el atraco era el método insurreccionalista por excelencia.
Sin embargo, no era la primera vez que se hablaba de insurreccionalismo en la península. Como apunte curioso, diremos que incluso el periódico cnt había publicado ocasionalmente algunos artículos de Bonanno que habían causado la perplejidad, cuando no el escándalo, de muchos lectores. El desaparecido grupo «Revuelta», de Cornellá, llevaba años divulgando informaciones sobre el anarquismo revolucionario en Italia. En su boletín se habían publicado informaciones sobre el desarrollo del montaje Marini [5], ecosabotajes y luchas antidesarrollistas centradas en el TAV y las nucleares, y comunicados de compañeros anarquistas encarcelados como Marco Camenisch. Pero al priorizar las informaciones fragmentarias sobre los textos teóricos, el trasfondo de estas cuestiones quedaba en gran medida desdibujado.
El mismo grupo «Revuelta» difundió por estas tierras la convocatoria del encuentro fundacional de la Internacional Antiautoritaria Insurreccionalista (IAI) en 1996, al que de hecho asistieron compañeros de varios puntos de la península. Esa convocatoria había llegado, por ejemplo, a la FIJL cuando todavía tenía a la CNT como centro de gravedad. En aquel momento -previo a los hechos de Córdoba- la federación juvenil acogió la propuesta con cierta desconfianza, debida principalmente a la falta de información. Aunque la invitación ganaba en interés por «aterrizar» en medio de un debate sobre la creación de una internacional anarquista juvenil (que no llegó a tomar cuerpo), se impuso en aquel momento el «miedo a lo desconocido». Algo que debemos lamentar, puesto que esa toma de contacto con la experiencia italiana hubiera favorecido en España una mejor comprensión -para lo bueno y para lo malo- del discurso insurreccionalista, así como una difusión del mismo no hipotecada por los hechos de Córdoba.
Ninguno de estos intentos había prosperado, porque las condiciones ibéricas no lo permitían. El antagonismo juvenil no había alcanzado el grado necesario de maduración, y el anarquismo oficial de putrefacción, como para que se produjera la ruptura en ambos frentes de todo un estrato juvenil libertario. Solo cuando llegó ese momento el discurso insurreccionalista tuvo una penetración real. Pero esta penetración estuvo condicionada en gran medida por circunstancias específicamente ibéricas, que dieron lugar a enormes malentendidos sobre los que volveremos un poco más adelante.
Llegados a este punto, hemos de hacer algunas precisiones. Lo que hemos querido llamar «la epidemia de rabia» fue un intento colectivo, pero no unitario, ni coordinado, por superar la impotencia y la parálisis de los medios políticos que en España se pretendían «anticapitalistas» y «revolucionarios». Si le hemos dado ese nombre un tanto lírico ha sido para no confundir el todo con la parte -ciertamente importante- que corresponde al «insurreccionalismo». Esta variante del anarquismo, desarrollada y puesta a punto entre Italia y Grecia, tuvo una influencia muy destacada en el contexto de la epidemia, determinando en parte su desarrollo. Pero no fue su único componente, ni basta por sí solo para explicarla. La epidemia de rabia fue provocada por dinámicas peninsulares que hemos intentado describir en la primera parte de este escrito. La importación acrítica del insurreccionalismo no fue su causa, sino su efecto.
El insurreccionalismo no fue la única corriente novedosa [6] que irrumpió en el campo libertario por la fractura abierta en torno a los hechos de Córdoba. Una vez roto el monopolio ideológico que ejercía en ese campo el anarquismo oficial, a través de la misma grieta empezaron a filtrarse posiciones e ideas diversas. Algunas, como el primitivismo, demostraron no ser más que efímeras modas ideológicas. Otras, como la crítica antiindustrial, han demostrado mayor solidez teórica. Se desenterraron viejas corrientes marxistas como el consejismo, y con todo el voluntarismo del mundo se quiso creer que eran de rabiosa actualidad. Aunque no era así, su difusión sirvió al menos para debilitar el anticomunismo ancestral del anarquismo español: descubríamos ahora un Marx mucho más cercano a nosotros, que no era ni el patriarca de la escolástica leninista ni el satanás caricaturizado de la anarquista. En este sentido la teoría situacionista, accesible por primera vez en español en su práctica totalidad gracias al esfuerzo de Literatura Gris, causó también un fortísimo impacto sobre nosotros.
Resumiendo, a partir del 98, y durante al menos cinco años, se barajaron muchísimas ideas a un ritmo vertiginoso. Como ya hemos señalado, en torno a esa fecha se produjo una mutación general de todos los movimientos situados más allá de la izquierda institucional, y no solamente del anarquismo. Esta transformación abrió espacios de debate donde antes no los había, y obligó a una puesta al día generalizada. Por eso se vio acompañada por una explosión editorial «antagonista» sin precedentes desde los años setenta. Un fenómeno característico de aquel momento -inmediatamente anterior a la irrupción de Internet- fue la extensión del libelo o folleto fotocopiado como soporte de textos más extensos y profundos que los que solían publicarse en los fanzines y boletines al uso. Desligado de la obligación de servir de «portavoz» a tal o cual grupo o colectivo, el libelo fue un excelente vehículo de comunicación que, por su bajísimo coste y por su facilidad de reproducción, aceleró enormemente la circulación de ideas.
Así fue rescatada la memoria, teórica y práctica, de muchas luchas y momentos hitóricos que habían sido interesadamente olvidados, tergiversados o exorcizados en las tradiciones de la extrema izquierda española. Importantes lecciones de historia que nos hicieron darnos cuenta de que no veníamos de la nada. Por otra parte, al hilo de la recuperación de la memoria de experiencias armadas antiautoritarias -MIL, Comandos Autónomos, Rote Zora y un largo etcétera- la violencia política dejó de ser un tema tabú dentro del movimiento libertario. En resumen, se pasó con mucha rapidez de una falta absoluta de materiales e información a una sobreabundancia de ellos, lo que provocó más de un atracón indigesto. La epidemia de rabia se nutrió también de esos temas, lecturas e ideas, que estuvieron presentes en ella en mayor o menor medida.
Queremos aclarar con esto que el tema de este artículo no es el insurreccionalismo en sí, sino la recapitulación y el balance crítico de una experiencia colectiva prolongada durante una década, en la cual tomaron parte personas que no se consideraban insurreccionalistas, y muchas ni siquiera anarquistas. Si hemos de precisar la relación entre esa experiencia -que sería abusivo calificar de «movimiento»- y el insurreccionalismo, diremos que todos sus componentes terminaron girando en torno a cuestiones centrales planteadas por este último. El insurreccionalismo no impuso todas las respuestas como hubiera hecho un dogma al uso, pero sí planteó las preguntas a las que todos intentábamos responder en esos años. En este sentido hemos afirmado, en la primera parte de este artículo, que las ideas insurreccionalistas fueron en aquel momento «punto de cita y común denominador».
Por eso, el relato que nos hemos propuesto hacer resultará más claro si abordamos algunos aspectos relevantes del insurreccionalismo. Pero es necesario aclarar que éste distaba mucho de ser una doctrina estructurada, máxime cuando carecía de instancias organizativas centrales que velaran por su «pureza». Esto dificulta su análisis crítico, que vamos a ensayar no obstante en base a algunos textos que nos parecen representativos, y sin pretender que el tema se agote en ellos.
2. ¿Un individualismo vanguardista?
El insurreccionalismo venía a afirmar que el ataque revolucionario contra el capital y el Estado era posible por sí mismo, aquí y ahora, independientemente de que la coyuntura histórica favoreciera o no una transformación radical de la sociedad. Según Bonanno, el sistema había alcanzado un nivel de complejidad que hacía imposible cualquier previsión estratégica [7], por lo que solo cabía someterlo a un hostigamiento continuo en aquellos flancos donde a juicio de los revolucionarios se le causara un mayor daño o existieran más posibilidades de extensión de la lucha.
Una vez efectuado este descuelgue de los condicionantes históricos y sociológicos -de manera más o menos abierta según el teórico insurreccional del que se trate-, el sujeto revolucionario protagonista del ataque solo podía ser el propio anarquista, es decir, el individuo en lucha contra el sistema que le oprime. Este «rebelde» es designado con diversos nombres en la literatura insurreccional, pero constituye uno de sus referentes teóricos centrales e invariables.
Así, el insurreccionalismo llevaba consigo un fuerte componente individualista. Por el contrario, renunciaba a designar con claridad a un sujeto colectivo susceptible de llevar adelante el ataque contra el sistema, más allá de vagas alusiones a los «oprimidos», los «explotados» o los «excluidos». La escasa estructuración de las teorías insurreccionalistas, unida a su vaguedad, dejaba un amplio margen para atribuir a tal o cual figura sociológica la misión de acabar con el tinglado capitalista, o cuando menos de llevar adelante un enfrentamiento a tumba abierta y sin componendas. Así, en el caso español hubo quien creyó que este papel correspondería a los presos y hubo quien quiso volver a las viejas esencias del proletariado revolucionario. Algunos desarrollos más recientes han encontrado un sujeto de recambio en los excluidos que se apiñan en las periferias metropolitanas, sobre todo después de las revueltas francesas de 2005 [8]. Nada de esto es suficiente, sin embargo, para compensar la base individualista de esta ideología -plenamente asumida, por lo demás- ni para fundamentar una lucha colectiva, aunque no faltaron intentos en este sentido.
fuente: Nodo50
[Notas]:
4. El mismo término «insurreccionalismo» es problemático pues, si bien muchos lo rechazaron como una etiqueta espectacular o una nueva forma de encasillamiento, otros lo asumieron sin mayores complicaciones. Para favorecer una exposición más clara, hemos decidido emplearlo aquí sin demasiados complejos. (N. de los A.)
5. El «montaje Marini», desarrollado entre 1994 y 2004, fue la principal operación policíaco-judicial por la que se intentó liquidar en Italia a la franja anarquista más combativa. Toma su nombre del fiscal Marini, que, con la intención de poner a los compañeros bajo el signo de un terrorismo espectacular al que son ajenos y poder así castigarlos con mayor dureza, se inventó una fantasmal «organización terrorista» centralizada y jerarquizada, a la que bautizó ORAI (Organización Revolucionaria Anarquista Insurreccionalista). Sobre Alfredo Bonanno, por ejemplo, recayó la acusación de ser el «dirigente» de la inexistente organización. Como resultado del proceso, varios compañeros permanecen encarcelados a fecha de hoy. Aparte de varios folletos que vieron la luz desde 1997, una buena recopilación de materiales en castellano sobre el montaje Marini está incluida en No podréis pararnos. La lucha anarquista revolucionaria en Italia, Klinamen/Conspiración. 2005. (N. de los A.)
6. Si bien para nosotros supuso indudablemente una «novedad», hay que señalar que el insurreccionalismo no hacía sino volver a reunir elementos presentes desde mucho tiempo atrás en la tradición anarquista. En el caso del anarquismo español esos elementos -el individualismo, el ilegalismo, la informalidad, etc.- habían quedado en segundo plano por la pujanza histórica de su organización sindical, a la cual quedaron también subordinados en cierta medida. Pero no por ello podría decirse que hubieran estado completamente ausentes: simplemente habían sido soslayados por la historiografía, académica o anarquista. (N. de los A.)
7. Véase al respecto su escrito «Nueva “vuelta de tuerca” del capitalismo», incluido en la mencionada recopilación No podréis pararnos. Sin embargo, en su texto introductorio para el encuentro de la Internacional Antiautoritaria Insurreccionalista, Bonanno introducía a modo de perspectiva estratégica la idea de que los países del ámbito mediterráneo serían en los años venideros los más propensos a estallidos insurreccionales. Previsión que, más de diez años después de ser formulada, no parece tener visos de realización. (N. de los A.)
8. Dos textos representativos de esta tendencia son Los malos tiempos arderán, del Grupo Surrealista de Madrid y otros colectivos, y Bárbaros. La insurgencia desordenada, firmado por Crisso y Odoteo y publicado por la Biblioteca Social Hermanos Quero en 2006. Ambos fueron objeto de análisis crítico en el primer y segundo número de Resquicios respectivamente. (N. de los A.)
fuente: Nodo50
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