México y EE.UU. comparten algo más de 3.000 kilómetros de frontera común, aunque sólo alrededor de un tercio está separada por una barrera física artificial.
La cerca es en realidad un conjunto de tramos independientes ubicados en distintas zonas estratégicas, donde el entorno urbano o la fácil accesibilidad del terreno hace más fácil el cruce de personas y el tráfico de estupefacientes.
En algunos lugares no es mucho más que una valla de alambre o una barrera de planchas de metal, rezagos militares de las guerras de Vietnam y el Golfo Pérsico.
Pero el sector que más ha capturado la atención de María Teresa Fernández es el extremo occidental, allí donde la valla se interna en el Océano Pacífico dejando al sur la ciudad mexicana de Tijuana y al norte el llamado "Parque de la Amistad", en EE.UU.
Aunque ahora es cada vez más difícil, este lugar ha sido por años uno de los escasísimos puntos en toda la frontera donde los miembros de una familia a uno y otro lado pueden reencontrarse para compartir tiempo juntos.
"Hay gente que viaja cientos de kilómetros para llegar a este lugar y poder abrazar a un hijo, un padre o un esposo", cuenta la fotógrafa, quien ha capturado en imágenes centenares de estos momentos.
Desde 2001, cuando se entregó por completo a la tarea de documentar el microcosmos alrededor la valla fronteriza, Fernández ha estado visitando la cerca con su cámara hasta dos y tres veces por semana.
Del lado de Tijuana, cuenta, "la gente ha aprendido a vivir con ella" al punto en que hay casas donde incluso una de las paredes es la valla misma.
"Cerca de la cerca"
La cerca empezó a construirse en 1991. Después de años de no verse, las personas utilizan este sitio para reencontrarse. Este escenario de almuerzos, charlas y abrazos pronto será remplazado por otra serie de barrotes y mallas de metal que impedirán el contacto físico entre los familiares, amigos y parejas.
"Los niños crecen a su lado. La llegan a ver como una jaula que encierra un gran jardín prohibido, un jardín cuyo dueño es un vecino que no regresa la pelota que se vuela para su lado. Un vecino inalcanzable que aísla sus méritos, sus oportunidades y su gente".
De lado estadounidense en cambio, "es tierra de nadie, por razones de seguridad está prohibido el acceso por decenas de metros a lo largo de la valla".
Dependiendo de donde sea la exposición, la obra de Fernández sirve para denunciar tanto como para educar o disuadir.
Muchas ciudades del interior de México han llevado la exhibición para presentarla allí donde mucha gente tiene el deseo de cruzar y pocos conocen de los peligros que le esperan.
Para Fernández, la cerca no es la expresión de un vecino poderoso sino un reconocimiento de la derrota.
"Al igual que Adriano levantó un muro para marcar el límite del Imperio Romano allí donde ya no podía conquistar a las tribus locales, EE.UU. levanta este muro como símbolo de su fracaso en llegar más allá con el entendimiento".
Le pregunto por la paradoja que crearía la eliminación de la cerca que denuncia y el final, al mismo tiempo, del trabajo al que ha dedicado tantos años y tanto esfuerzo.
"Me daría muchísimo gusto documentar su destrucción, aunque esto signifique el final de mi propio proyecto (...) ojalá me toque verlo en vida", asegura.
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