Yo soy un pobre animal buscado / por los ingratos y sin conciencia. Porque soy raro y también soy curioso / según dice la gente por allí. Dejemén solo aquí gozando / en la soledad de este lago / ¿Qué es lo que haréis con sacarme, si es en vano / llevarme vivo de este lugar?”
Así decía la despareja letra del tango “El plesiosauro” (sic), de moda en el Buenos Aires de 1922.
Es casi un hecho que la Patagonia argentina fue algo así como un inmenso Parque Jurásico donde vivieron, hace millones de años, dinosaurios de todo tipo, tamaño y color. Un reptil marino que nadaba hace 70 millones de años en el Océano Artico es la vedette de este artículo. Mitos y verdades sobre Nahuelito, el plesiosaurio local más conocido de todos.
A los nietos de quienes lo cantaban no dejará de recordarles a El oso, de Moris, que también hablaba de un animal que “vivía en el bosque muy contento, caminando, caminando sin cesar”... No sé qué cantarán los bisnietos, pero si rebuscamos un poco seguramente debe haber algo parecido, porque el tema de la libertad siempre vuelve y está presente en las nuevas generaciones.
Aquel tango daba cuenta de una moda que dio mucho que hablar a los porteños. La Argentina tuvo por unos meses su propio monstruo de Loch Ness, una década antes de que saltara a la fama el de Escocia.
Pasaron los años, la leyenda se enriqueció y acabó por afincarse en el lago Nahuel Huapi. Algún promotor bautizó “Nahuelito” al escurridizo monstruo, a la manera de “Nessie”; era para hacerlo más amigable y atraer a los turistas que sueñan con sacarle una foto. Se suele decir que, por el aspecto que le atribuyen, sería un ictiosaurio o, mejor aún, un plesiosaurio. Ambos tenían hábitos acuáticos, pero el primero sólo vivía en el mar.
Estas especies habitaron la zona que hoy conocemos como Patagonia, cuando el paisaje era muy distinto, y nos han dejado muchos fósiles. Hace tres años, un equipo mixto de investigadores argentinos y norteamericanos dio con el esqueleto fosilizado de un plesiosaurio en Cabo Lamb, muy cerca del extremo norte de la Península Antártica, y apenas unos meses atrás se descubrió otro en Chile.
Pero todas esas especies vivieron entre el Triásico y el Cretácico, y los lagos del Sur se formaron después de las glaciaciones, muchos millones de años después de que los dinosaurios se hubieran extinguido, y es casi imposible que alguno sobreviviera.
Los criptozoólogos suelen citar como prueba de su existencia a los mitos mapuches, que como los de cualquier cultura arcaica abundan en seres fabulosos, marinos, lacustres y fluviales. En su libro Seres mitológicos argentinos, el antropólogo Adolfo Colombres da cuenta de varios con nombres como Maripill, Nirribilo, caballo-culebra o zorro-víbora.
El favorito suele ser el llamado “Cuero vivo” (Lafquén-Trilque), conocido en Chile y en Neuquén. Sin embargo, se lo describe como una suerte de pulpo con el aspecto de un cuero vacuno, que vive en el lago; es difícil encontrarle parecido con un plesiosaurio.
La leyenda del plesiosaurio argentino nació a comienzos de 1922, cuando el director del Zoológico de Buenos Aires organizó una expedición para capturarlo y generó grandes expectativas en la opinión pública.
LA MANIA DEL PLESIOSAURIO
El italiano Clemente Onelli era un naturalista aficionado que conocía muy bien la Patagonia, porque había trabajado junto al perito Francisco P. Moreno, integrando la comisión que fijó los límites con Chile. Cuando Roca lo puso al frente de ese zoológico que había fundado el polígrafo Enrique L. Holmberg, Onelli logró convertirlo al poco tiempo en una atracción popular, y se atrevió a pensar en proyectos más ambiciosos.
Fue en esos días cuando un diario canadiense dio a conocer el avistamiento de un animal desconocido en el lago Nahuel Huapi. Un tal George Garret, empleado de una compañía norteamericana, recordaba haberlo visto en 1910 y recién se animaba a contarlo. El animal tenía unos siete metros de largo y un cuello muy largo que sacaba del agua.
En esos mismos días, Onelli recibió una carta de Chubut. Venía de otro yanqui, Martin Sheffield, que había comenzado su carrera como sheriff en Texas, y había andado por todo el Sur argentino buscando oro. Aunque la leyenda diga que había llegado allí siguiendo el rastro de Butch Cassidy y Sundance Kid, que vivían en la región desde 1894, mucho antes de que los legendarios bandidos se instalaran en Cholila.
Sheffield se había casado con una aborigen que le había dado doce hijos, y era conocido en la zona como “el cowboy-cacique”. Años antes había trabajado como baqueano para Onelli y Moreno, pero ahora se había afincado y se dedicaba a la ganadería.
En la carta que le envió a Onelli, Sheffield decía que había encontrado huellas de un animal de gran porte en un lugar hoy conocido como Laguna del Plesiosaurio, en la zona del lago Epuyén. En otra ocasión había llegado a verlo: tenía cuello largo y cabeza de cisne. Su cuerpo era de cocodrilo y nadaba como una tortuga.
En realidad, la laguna no reunía las condiciones mínimas para albergar un plesiosaurio. Tenía 300 metros de ancho y apenas cinco de profundidad. Hace pocos años, la anciana María Sheffield, última sobreviviente de la familia, reveló que cuando tenía ocho años ella y su hermano habían sido los primeros en ver al animal. Pero lo recordaba “cubierto de vello amarillento, echado en la orilla y bramando como una vaca”: nada que se pareciera a un lagarto.
PLESIOSAURIO, MEDIOS Y MERCADO
Onelli pareció tomarse muy en serio la carta, y se convenció de que Sheffield había visto un plesiosaurio. Escribió en La Nación que si bien parecía que las próximas elecciones eran el único tema que preocupaba a los argentinos, “esa noticia podía llegar a conmover a todos los sabios de la Tierra”.
Sin perder tiempo, la dirección del Zoológico se puso a organizar una expedición, y el anuncio mereció un editorial del mismo diario porteño. La noticia llegó tan lejos que sus ecos se escucharon en las páginas del The New York Times y hasta de Scientific American (www.scientificamerican.com). Los profesores yanquis que fueron consultados se mostraron un tanto escépticos, pero no dejaron de señalar que de existir el plesiosaurio de marras, eran ellos los que tenían que ir en su busca para exhibirlo en Nueva York.
Como Sheffield había sugerido embalsamar al animal, Caras y Caretas publicó una jocosa carta en la cual el monstruo pedía la protección del Dr. Albarracín, de la Sociedad Protectora de Animales. Poco después, la propia Sociedad elevó una protesta ante Onelli. El gobernador de Chubut también firmó una resolución que prohibía hacerle daño al animal.
Mientras tanto comenzaban a circular todas esas cosas que hoy llamaríamos merchandising. Había lapiceras sauriformes y cigarrillos marca Plesiosauro. D’Agostino y Morbidelli compusieron un tango en homenaje al fósil viviente. Un aviso de Piccardo contaba cómo los expedicionarios lograban capturar al monstruo con sólo invitarlo a fumar un cigarrillo 43. La expedición adoptó como sponsor a la editorial Atlántida y aceptó el dinero de los empleados del Telégrafo, que habían realizado una colecta.
LA EXPEDICION
Encabezado por el geógrafo Emilio Frey, el cuerpo expedicionario parecía la versión criolla del club de Tartarín de Tarascón, el pintoresco burgués cazador imaginado por Daudet. Contaba con dos expertos tiradores armados de rifles para elefantes, un veterano conocedor de la zona, varios baqueanos y dos periodistas, de La Nación y de Caras y Caretas.
Confirmando las peores sospechas de algunos, también iba un embalsamador profesional. La Nación informaba que los audaces exploradores iban equipados con botas, impermeables y un nutrido botiquín, que incluía una buena provisión de bicarbonato, para afrontar los peligros del cordero patagónico asado.
Cuando la expedición llegó a Bariloche fue recibida con un desfile de Carnaval dominado por un enorme dinosaurio de cartón. Del grupo original, sólo unos pocos llegaron hasta la laguna. Inspeccionaron concienzudamente sus alrededores, hurgaron y dinamitaron varios sitios, pero volvieron a Buenos Aires con las manos vacías, antes de que las primeras nevadas hicieran las cosas más difíciles.
Las explicaciones vinieron más tarde. Frey, que había encabezado la expedición, reconoció que seguía dudando de si el saurio existía realmente o bien todo había sido una broma. El propio Onelli confesó en una carta privada que se había visto obligado a recurrir a la historia del plesiosaurio con tal de despertar interés por la Patagonia. Hasta sugería que, buscando agua, algún día se podría encontrar petróleo.
EL MONSTRUO REBELDE
Pasaron diez años antes de que el plesiosaurio volviera a levantar cabeza. El responsable de su reaparición fue Liborio Justo (1902-2003), un escritor que había pasado buena parte de su juventud cazando ballenas en la Patagonia. A lo largo de su centenaria vida y de una evolución que lo llevó del marxismo al nacionalismo, Liborio usó los seudónimos “Lobodón Garra” y “Quebracho”.
Quizá necesitara dos identidades extra para pasar inadvertido, porque había puesto en serios aprietos a su padre (el general Justo) el día que, en una recepción oficial, le gritó “¡Muera el imperialismo!” al mismísimo Roosevelt.
Precisamente cuando su padre asumía la Presidencia, y con la firma “Lobodón Garra”, Justo (h) publicó La tierra maldita (1932), un libro de relatos de la estepa patagónica, algunos de los cuales serían clásicos del repertorio escolar. El nombre “Lobodón” aludía al Mylodon, un perezoso fósil que había sido estudiado por Darwin.
Uno de los cuentos se titulaba “El cuero” y narraba la persecución de un escurridizo dinosaurio, al cual los mapuches identificaban con el monstruo ancestral. A partir de entonces, las cosas se hicieron más confusas. Años más tarde, Bariloche se proclamó como el hogar de Nahuelito, de manera que el monstruo se mudó a Río Negro.
Como las leyendas de hoy se potencian en Internet, y el copy & paste no perdona, es posible ver que en muchos sitios, incluyendo algunas enciclopedias, se cuenta la historia del plesiosaurio de Onelli como si hubiera ocurrido no en Chubut sino en el Nahuel Huapi. En esto, Menem hizo escuela a la hora de confundirse de provincia.
MUTACIONES Y MUDANZAS
A pesar de que la primera observación “histórica” se había registrado a principios de siglo en el Nahuel Huapi, durante décadas el lago no volvió a dar señales de vida, pero desde los años ‘50 la leyenda se afincó en Bariloche, donde Nahuelito hasta posee un parque temático propio.
Hace más de medio siglo, la leyenda se enriqueció con ingredientes de ciencia ficción, de manera que el plesiosaurio adquirió características de Godzilla. De esos años data la construcción de un centro nuclear en la isla Huemul, cuando el austríaco Ronald Richter convenció a Perón de que podía lograr la fusión nuclear controlada y consiguió hacer escasear el cemento durante unos meses.
Como es sabido, el proyecto fue abandonado, pero desde entonces, y gracias al Instituto Balseiro (www.ib.edu.ar), la presencia de físicos en la zona fue permanente y no dejó de alimentar la paranoia de algunos. La imaginación popular, convenientemente fogoneada por los sensacionalistas, comenzó a especular que el famoso Nahuelito podía ser un mutante engendrado por la contaminación radioactiva, como el mejor de los monstruos japoneses.
En 1960, la Marina, que para entonces también andaba detrás de los ovnis, estuvo casi un mes en el lago, persiguiendo con su radar un bulto submarino, pero le perdió el contacto. Como a ninguna potencia enemiga en su sano juicio se le ocurriría transportar hasta Bariloche un submarino para espiar el fondo del lago, se hacía casi obligatorio pensar que el “Objeto Lacustre no Identificado” no era otra cosa que el famoso plesiosaurio.
La leyenda continúa. Cada tanto se dan a conocer nuevas fotos, que los diarios declaran haber recibido de autores no identificados, como pruebas de la presencia del (o los) monstruo(s). Se diría que el plesiosaurio se ha multiplicado, porque ahora también se lo ve en los lagos Huechulafquen y Mascardi; quizá pronto comience a asomarse en las piletas de natación. La competencia turística es feroz y cada municipio sueña con ser otra Capilla del Monte, la meca del turismo insólito.
Nadie se sorprenderá, pues, de que Susana Giménez pudiera lanzar su famosa pregunta por los dinosaurios vivos. La diva no era la primera ni la última en creer que había dinosaurios vivos en la Patagonia. Nadie pretende que una conductora de televisión, además de sonreír y atender el teléfono, tenga que saber algo de paleontología. En realidad, el fuerte de Susana es la defensa de los derechos humanos.
fuente: Pagina12
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