Pintan en lugares abandonados o públicos. También en casas y empresas, a pedido de los dueños.
Paredones descuidados, construcciones abandonadas, espacios públicos degradados. Ahí donde muchos ven la decadencia de la ciudad, los artistas urbanos encuentran un lienzo perfecto. El street art o arte callejero se extiende cada vez más por los muros porteños, imponiendo sus colores y personajes por sobre las pintadas políticas. Los barrios más intervenidos son Colegiales, Palermo, Belgrano, Barracas y San Telmo, donde se lucen artistas que firman con seudónimos como Gualicho, Jaz, Grolou, Larva o Parbo.
En Buenos Aires, el arte urbano nació en los 90, con la llegada de artistas extranjeros y algunos argentinos que habían aprendido a hacer grafiti en Europa o Estados Unidos. Uno de los semilleros locales fue la carrera de Diseño Gráfico de la UBA, a fines de los 90. "En la facultad aprendimos sobre producciones y reproducciones de obras de arte. Empezamos a tratar las cosas como una marca y a explotar diferentes soportes. La calle era un soporte más", explica el diseñador Lucas Lasnier, que empezó haciendo stenciles y se pasó al pincel y al rodillo. Ahora hace murales de cactus y calaveras que firma como Parbo.
"El movimiento se consolidó con la llegada de la pintura en spray catalana Montana Colors, en 2001", cuenta Maximiliano Ruiz, autor del libro Graffiti Argentina, publicado por la editorial inglesa Thames & Hudson.
"Al principio salíamos de noche a pintar y todo era caótico -recuerda Parbo-. Dejábamos una marca rápida en una pared o una bomba con nuestro nombre. Pero en 2004, vino el artista inglés The London Police, que nos dio una cachetada y nos dijo que teníamos que tomar la calle de una manera más seria. Con él hicimos un mural en la planta eléctrica de Edenor, en Colegiales, donde seguimos pintando". De hecho, ese muro de Matienzo entre Conesa y Zapiola, es la mejor galería de arte informal de la ciudad. Y sirvió para rodar un corto de animación (www.blublu.org/sito/video/muto.htm).
"Lo bueno de Buenos Aires es que, como es una ciudad del tercer mundo, ofrece muchas posibilidades para pintar. Hay mucha cosa venida a menos, lugares donde se iban a hacer autopistas y no se hizo nada, fábricas abandonadas...", enumera Pablo Harymbat (32), conocido como Gualicho, un artista que dejó su marca en rojo, azul y amarillo en el puente de Jorge Newbery, en Colegiales. Y que le puso zepelines gigantes y personajes futuristas a la esquina de Newbery y Zapiola, sede de una productora de cine y publicidad cuya fachada pintó por encargo.
Además de los espacios, los muralistas porteños tienen otra ventaja: a diferencia de lo que ocurre en otras ciudades del mundo, en Buenos Aires no los persiguen. "Hay mucha libertad -afirma Gualicho-. Me he cruzado con policías que me cubrieron e informaron por radio que ya no había nadie, para que yo pudiera seguir pintando. En Nueva York y en Londres el grafiti está prohibido. Acá se lo tomaron bien y no reaccionaron".
"No pedimos autorización para pintar en espacios públicos -confirma Parbo-. Pero al ir a la pared movilizando litros de pintura, escaleras y andamios generamos un ambiente en el que parece que sí estamos autorizados. Y la policía sigue de largo".
"Banksy, el máximo artista del género, dice que es mejor pedir perdón antes que permiso", afirma Federico Minuchin, de Run Don't Walk, un colectivo de diseño que junto a las agrupaciones Buenos Aires Stencil y Malatesta, en 2006 fundó la primera y única galería de arte especializada en street art. Se llama Hollywood in Cambodia y está en un bar de Thames al 1800, en Palermo. "Ya llevamos veinte muestras", cuenta Minuchin.
A veces son los propios vecinos quienes piden un mural, hartos de que les ensucien el frente con consignas políticas. "Se dieron cuenta de que nadie pinta encima de nuestras obras", dice Louis Danjou (25), alias Grolou, que multiplicó sus cabezas y monstruos por Barracas y San Telmo, barrios donde lo llaman "el francés que pinta". Louis llegó hace tres años y es hijo de artistas. Siempre dibujó, pero recién empezó a hacerlo en la calle en Buenos Aires. "Vivía en Finochietto y Piedras, frente a una empresa de computación que cuando se enteró de lo que hacía, me pidió que le pintara el frente. Lo mismo hicieron muchos vecinos".
"El street art local se caracteriza por la influencia del filete y la falta de mensaje -evalúa Ruiz-. Se trata de pintar, porque es divertido". Gualicho afirma: "La tendencia es hacer personajes. Falta madurar y empezar a decir algo. En lo personal, espero que mis obras incomoden o provoquen un shock".
El arte urbano también es utilizado con fines de comerciales. En Palermo, un mural publicita una bebida energizante. Y entre ayer y hoy se desarrolla la segunda edición del Puma Urban Art, un festival en el Auditorio Buenos Aires (Av. Pueyrredón 2501) que difunde lo último del género mientras promociona una marca deportiva.
Mañana, Grolou se vuelve a Francia. Por eso, sin un solo sponsor y gastando sus últimos $ 200 en pintura, ayer pintó un Gauchito Gil en Belgrano y Perú. "Es mi despedida para Buenos Aires, dejar una gran pintura", explicó.
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