Cuando uno se detiene a recordar películas de mala calidad puede referirse a varios factores: mala calidad actoral, dirección ineficaz, escenografía insuficiente o decadente. Cuando todos esos factores se reúnen entonces podemos hablar de una muy mala película. Y en base a esas calificaciones Roger Ebert, pontífice de la crítica norteamericana, ha escrito un libro recopilando 312 críticas que dan cuenta de las peores películas de la historia del cine.
Citamos algunos como ejemplo:
Santo, el Enmascarado de Plata.
Es un perseguidor cualquier cosa menos discreto: la máscara plateada que cubre su testa es casi un detalle menor comparado con su llamativo suéter rojo chillón. El caso es que la acera está atiborrada de transeúntes, y a cada nuevo plano de Santo moviendo la cabeza de izquierda a derecha y viceversa, para no perder de vista a su perseguido y, cabe suponer, para que su perseguido no le atisbe, mayor es el número de personas que se apelotonan a su alrededor, niños y adultos, casi todos mirando a la cámara, cuando no saludando.
El despropósito pertenece a Santo contra los asesinos de la mafia, realizada en 1970, en plena decadencia del egregio luchador mexicano, y es sólo una muestra de las generosas dosis de comicidad involuntaria que la cinta nos obsequia. El responsable de estas líneas no vacilaría en considerarla la peor película de la historia del cine, en dura rivalidad con La batalla del khan, desternillante péplum de fabricación turca.
Cada espectador curtido podría elaborar su, llamémosla, lista tonta con las que él cree son las peores películas de todos los tiempos. El denominador común de todas ellas vendría a ser la torpeza de su ejecución, el error no corregido ni sobre la marcha ni en la sala de montaje, entre otras razones porque probablemente sus autores no repararon en él.
Pero hay otros criterios de valoración para las películas malas, más centrados en lo subjetivo (la pataleta, la fobia, la manía personal) que en la tosquedad intrínseca del producto. Ahí están, por ejemplo, los premios Razzie, los anti-Oscar, que galardonan aquellas obras que la crítica o la cinéfila en general no ha digerido bien. Es muy fácil decir que Una relación peligrosa es la peor película de 2003 porque te ha caído gorda, pero, ¿es realmente la peor o, más bien, una reacción un tanto airada ante cualquier blockbuster hinchado por la industria o las páginas del glamour?
Y ahí está también el libro Las peores películas de la historia, de Roger Ebert, veterano pontífice de la crítica norteamericana, premio Pulitzer y comentarista del Chicago Sun-Times desde 1967, con millones de seguidores on line en todo el planeta.
Ebert recopila nada menos que 312 críticas publicadas a lo largo de los años, las bestias negras que le han causado gastroenteritis cinéfaga.
Son malas, claro está, únicamente para él, aunque es lógico que un gran número de lectores coincida en su apreciación de bodrios del jaez de Patch Adams, Papá canguro, Guayana, o incluso La isla misteriosa de Bardem.
La cosa se complica cuando constatamos que, para Ebert, filmes tan estimulantes como La bestia bajo el asfalto, La sociedad de los poetas muertos o Alien resurrection, entre otros de parejo nivel, no son de recibo; que Polanski (El inquilino),Bertolucci (Belleza robada y Asediada), Shyamalan (El bosque)y Schlondorff (El tambor de hojalata)están a la misma altura que René Cardona, Jay Chandrasekhar o Keenen Ivory Wayans, y que, en fin, Terciopelo azul, de Lynch, para muchos la obra esencial del cine americano de los 80, merece plaza de honor en la lista.
Lo que no admite dudas es el gracejo con que se maneja Ebert, la inspiración que rige sus descalificaciones, su humor: "Si por alguna circunstancia ven Un indio en París, no les dejaré volver a leer ninguna de mis críticas".
Citamos algunos como ejemplo:
Santo, el Enmascarado de Plata.
Es un perseguidor cualquier cosa menos discreto: la máscara plateada que cubre su testa es casi un detalle menor comparado con su llamativo suéter rojo chillón. El caso es que la acera está atiborrada de transeúntes, y a cada nuevo plano de Santo moviendo la cabeza de izquierda a derecha y viceversa, para no perder de vista a su perseguido y, cabe suponer, para que su perseguido no le atisbe, mayor es el número de personas que se apelotonan a su alrededor, niños y adultos, casi todos mirando a la cámara, cuando no saludando.
El despropósito pertenece a Santo contra los asesinos de la mafia, realizada en 1970, en plena decadencia del egregio luchador mexicano, y es sólo una muestra de las generosas dosis de comicidad involuntaria que la cinta nos obsequia. El responsable de estas líneas no vacilaría en considerarla la peor película de la historia del cine, en dura rivalidad con La batalla del khan, desternillante péplum de fabricación turca.
Cada espectador curtido podría elaborar su, llamémosla, lista tonta con las que él cree son las peores películas de todos los tiempos. El denominador común de todas ellas vendría a ser la torpeza de su ejecución, el error no corregido ni sobre la marcha ni en la sala de montaje, entre otras razones porque probablemente sus autores no repararon en él.
Aquel que no quiera esforzarse en hallar su título infecto favorito puede recurrir a la canónica Plan 9 from outer space, el clásico de Ed Wood tantas veces, desde el célebre cómputo de Harry y Michael Medved confeccionado en 1978, refrendado como el peor filme jamás rodado. No es el peor, pero desde luego es malo, malísimo, como los son Nabonga, de Sam Newfield, o The beast of Yucca Flats,de Coleman Francis (por cierto protagonizada por el edwoodiano Tor Johnson, acaso el peor actor nunca visto en una pantalla). Por supuesto, todos estos títulos, por su azarosa condición de obras maestras al revés, constituyen un festín pantagruélico para paladares sin remilgos.
Y ahí está también el libro Las peores películas de la historia, de Roger Ebert, veterano pontífice de la crítica norteamericana, premio Pulitzer y comentarista del Chicago Sun-Times desde 1967, con millones de seguidores on line en todo el planeta.
Son malas, claro está, únicamente para él, aunque es lógico que un gran número de lectores coincida en su apreciación de bodrios del jaez de Patch Adams, Papá canguro, Guayana, o incluso La isla misteriosa de Bardem.
La cosa se complica cuando constatamos que, para Ebert, filmes tan estimulantes como La bestia bajo el asfalto, La sociedad de los poetas muertos o Alien resurrection, entre otros de parejo nivel, no son de recibo; que Polanski (El inquilino),Bertolucci (Belleza robada y Asediada), Shyamalan (El bosque)y Schlondorff (El tambor de hojalata)están a la misma altura que René Cardona, Jay Chandrasekhar o Keenen Ivory Wayans, y que, en fin, Terciopelo azul, de Lynch, para muchos la obra esencial del cine americano de los 80, merece plaza de honor en la lista.
Lo que no admite dudas es el gracejo con que se maneja Ebert, la inspiración que rige sus descalificaciones, su humor: "Si por alguna circunstancia ven Un indio en París, no les dejaré volver a leer ninguna de mis críticas".
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